Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977) Escritor, crítico de arte y profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia. Autor, entre otras cosas, de "Cuaderno [...] duelo" (Nausicaa, 2011), "Materializar el pasado" (Micromegas, 2012) e "Intento de escapada" (Anagrama, 2013) Twitter @mahn
Miguel Ángel Hernández
14 – 20 marzo
VIERNES 14 / Llanto desconsolado
Te levantas cansado y casi sin haber dormido. La noche anterior fue larga. Ahora, dos horas de clase en Filosofía. Has empezado las vanguardias y te toca hablar de Las señoritas de Aviñón, el comienzo de la verdadera modernidad en arte, la fractura más decisiva. Hablas del primitivismo, de la ruptura del espacio ilusorio de la perspectiva, del corte respecto al naturalismo… Y luego acabas hablando del contenido: unas señoritas en un burdel. Dejas caer esa frase que dices todos los años y que ya se ha convertido en un clásico: “el arte moderno nace en una casa de putas”. Piensas en Manet (Olympia), por ejemplo, y comentas el significado del burdel para el arte moderno. Por supuesto, se trata de una perspectiva masculina, en la que el hombre es el sujeto deseante y la mujer el objeto del deseo. Aun así, las señoritas de Picasso, como la Olympia, no ceden al deseo, se muestran literalmente “impenetrables”, y al mismo tiempo se exponen directamente, sin mediación. Es un cuadro, dices, sobre Eros y Tánatos, sobre el amor y la muerte, sobre la cercanía entre esas dos ideas sobre las que el arte ha reflexionado constantemente.
La muerte está siempre acechando. En todos los lugares. Y la muerte es precisamente la responsable de que acabes un poco antes la clase. A las once es el funeral de la madre de M.T. Llegas con el tiempo justo y ya encuentras allí la escena. Los tres nietos, vestidos de negro riguroso, y un primo al que no conoces, cargando el ataúd hacia el interior de la iglesia mientras suena una música que se ya comienza a emocionarte. Por alguna razón, durante toda la misa vas cayendo poco a poco en la tristeza. Cuando la misa acaba y sacan el ataúd, de nuevo la escena te conmueve. Te has intentado aguantar las lágrimas durante todo el tiempo. Pero justo en el momento en el que ves a P. y te abrazas con él, comienzas a llorar. A llorar desconsoladamente. Luego te abrazas con M.T. Casi te avergüenzas del momento. Pero no puedes parar. Es como si se te hubiera soltado por dentro algo y ahora ya no supieras como cerrarlo. Imaginas que es la emoción del momento y que enseguida se te pasará. Pero cuando subes al coche para regresar a casa empiezas a llorar con sollozos, desconsoladamente. Tienes incluso que parar el coche para secar las lágrimas y poder ver algo. No lo comprendes. No sabes por qué es exactamente ese llanto, de dónde proviene.
Tanto que has escrito y leído sobre las lágrimas… y ahora no sabes por qué lloras. Sólo sabes que es bueno, que libera, aunque no sepas de qué te está liberando. Está claro que hay algo dentro que quiere salir, aunque no sepas exactamente lo que es. Será la primavera, que está a punto de llegar. O quizá sea otra cosa. No lo sabes. Solo lloras. Ahora. Durante todo el día –incluso en la noche–. Sin saber muy bien por qué.
Por la noche te quedas en casa poniendo en orden las cosas. Respondes mails y planificas trabajo por hacer.
SÁBADO 15 / Un cuerpo es un cuerpo
Desde bien temprano retomas la revisión de la traducción del libro de Mieke Bal sobre Doris Salcedo. Estás prácticamente todo el día sin levantarte de la silla. No te queda demasiado. Ya ves el final.
A media tarde vas al cine con R. para ver Ocho apellidos vascos. Está llena de tópicos fáciles, pero te ríes. Después de tanto llanto, necesitas reír. Más tarde, compras unas hamburguesas en el bar del pueblo al que no habías entrado en casi diez años. Se pueden comer. Casi sin tempo, te despides de R. y asistes con L. y J. al concierto de Yuck. Es un grupo que te gusta. Fue parte de tu banda sonora en Cornell hace dos años. Y el concierto no te decepciona. Aunque ciertamente no llega a todo lo esperado. Le falta ahora algo de punch. Pero es innegable su elegancia pop.
Salís de la sala de conciertos y volvéis al centro. Allí te encuentras con N. y más tarde coincides con M. y una amiga suya canadiense. Estáis hasta bien tarde hablando de la admiración por la inteligencia. Después te das cuenta de que sigue siendo sólo un discurso. Un cuerpo es un cuerpo. La historia se repite. Te sientes muy Marcos. No sabes aún que esta semana tu novela va a volver a tu imaginario, por varias razones.
DOMINGO 16 / Victimizar
Todo el día con la traducción. De hoy no pasa. Apenas te levantas para comer y poco más. Por la noche, ves en la tele el documental sobre la artista mexicana Teresa Margolles. Es curioso, lo tienes de fondo mientras revisas el libro sobre Doris Salcedo. Las dos hablan sobre las víctimas de la violencia. Pero mientras que en la obra de Margolles la violencia se vuelve obscena y la víctima vuelve a ser victimizada, las obras abstractas de la artista colombiana intentan salvar a la víctima de una nueva muerte: son sutiles, elegantes, abstractas, y sin embargo potentes y perturbadoras. Te está costando más de lo previsto esta traducción, pero te has enamorado de la obra de Salcedo.
LUNES 17 / Fin
Te levantas con sueño. Y acabas por fin la traducción. Han sido varias semanas de trabajo duro. Juras que nunca más harás algo así. Y sales a correr para cerrar una etapa. Hace calor. Un sol de justicia. Vuelves casi deshidratado.
Por la noche, comienzas a leer Es un decir, la última novela de Jenn Díaz. Es una escritora joven que ya te cautivó con Belfondo. A esta novela le tienes ganas. Muchas.
MARTES 18 / Organización
Dos horas de clase en Historia del Arte sobre Marina Abramovic. Recuerdas cuando estuvo en el CENDEAC. Primero, Ulay y después, Marina. Los dos. Lo piensas. Has sido muy afortunado. Recuerdas especialmente un viaje en coche con Abramovic hacia Cabo de Palos. Una noche entera contando chistes verdes. Recuerdas que le contaste el chiste célebre de la orgía. El de “organización, organización”. Y te viene a la cabeza la voz intensa y grave de Marina –“organizzazione… organizzazione …”– y su risa perversa. Pocas veces has estado más cerca de tocar el cielo. De ella también te enamoraste. Fue una experiencia intensa como pocas.
Sales corriendo para la radio: territorio G. Los nombres del sexo. Dices “Yo soy muy de conejo”. Y te paran antes de que se te vaya la cosa de las manos –más bien, de la boca–. No tienes vergüenza. Ninguna.
Por la tarde, dos horas y media de Crítica de arte en Bellas Artes. Sólo vienen cinco alumnos de treinta matriculados. Es extraño hablar para tan pocos. Te cuesta trabajo ponerte en situación. Es una pena, piensas. La mejor asignatura.
MIÉRCOLES 19 / Es un decir
Día del padre. Ni por arriba, ni por abajo. Ni tienes, ni eres. Recuerdas al tuyo. Más de diez años ya sin poder felicitarlo. Y un padre también es un padre. También se ama. También se añora. También duele. Aunque nunca logre ser una madre.
Hoy, por fin, retomas la novela. Desde ARCO no has escrito una línea. Vuelves a leer parte del cuaderno; la última parte. Necesitas volver a coger el tono. Escribir es como tocar música; es necesario afinar el instrumento. Y la lectura te sirve como diapasón. Vuelves a oír la voz. Vuelves a sentir que late. Está ahí. Es cuestión de tiempo que vuelva a surgir de tus dedos.
Mientras comes, ves en el telediario las imágenes del “gran salto”. Son tremendas. Nunca llegas a entenderlas del todo. “Entrar en España o morir”, escuchas decir a un inmigrante. Te quedas sin palabras. Los medios hablan de “amenaza”. Las imágenes de los inmigrantes en la valla los hacen parecer animales. Objetualización, animalización… el otro como una masa informe. Ahí nadie tiene un nombre. Son sólo inmigrantes. No llegan a ser personas. No aún. Quieren entrar en Europa. Quieren tener lo que nosotros tenemos. Y eso no puede ser; no todos somos iguales. Eso parecen decirnos las vallas, las leyes, las fronteras. Es, lo confiesas, lo que más asco e incomprensión te produce.
Por la noche, acabas la lectura de Es un decir. Lo lees casi de una sentada. Está escrito como si alguien te susurrara al oído una historia. Está claro que Jenn, a pesar de su juventud, es una contadora nata de historias. Una escritora que ha logrado una voz, un tono –uno como ese que tú buscas desesperadamente– justo y preciso para lo que tiene que ser contado. La voz de Mariela, la joven protagonista de la novela, se queda reverberando en un tu mente después de cerrar el libro; su voz, sus giros, su modo de decir y de ocultar. La novela fluye como si hubiera sido escrita de un tirón, es una flecha, una historia de amor y muerte –de muerte extraña, fría, distanciada–. La historia de hombres que no hablan y de mujeres que ceden ante su destino aciago. Pero también la historia de una niña que necesita saber. Saber para no repetir. Saber para poder ser.
Acabas la lectura justo después de medianoche y sales en moto a recibir a J., que acaba de llegar en tren desde Barcelona y mañana actúa en el Centro Párraga. Tienes previsto tomarte una copa con él y volverte rápidamente, pero la noche se alarga hasta las cinco y pico de la madrugada, y acabáis con unos amigos en La vie en Rose. Querías llevarlo allí porque ese bar en tu novela se llama Rrose Selavy, como el personaje andrógino de Duchamp. Y te apetece que un duchampiano como él conozca en profundidad la noche murciana. Como primera cata está bien.
JUEVES 20 / Loopoesía es amor
Te levantas con algo de resaca y continúas en clase con la obra de Abramovic y Ulay. Acabas con The Great Wall Walk, su última acción conjunta, en la que los dos representan su ruptura como pareja artística y real. Es una acción emocionante que no puedes ver sin que se te salten de nuevo las lágrimas.
Justo después de la clase, subes al “fiestódromo” del campus de Espinardo y pasas allí unas horas celebrando las fiestas de Bellas Artes. Este año regresas pronto a casa. Estás cansado y tienes varias cosas por entregar.
A las nueve, en primera fila, Loopoesía en el Párraga. Jordi Corominas urde un espectáculo divertido y memorable. Lo notas a gusto, entregado. El espacio está lleno. Disfrutas. Y te alegras mucho por él. Después, como no podía ser de otro modo, la noche se alarga. Te encuentras a varios alumnos desperdigados por los bares. Habláis de literatura, de ciudades y de mujeres –es un tema común–. J. se inclina por la teoría del doppelgänger. A última hora, un tapón de ron acaba con tu estómago masoquista. La noche termina tarde, aunque no tanto como preveías. Desde las doce es el día internacional de la poesía. Ha entrado la primavera. Y sólo tienes clara una cosa: Loopoesía es amor.
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