Nos vemos allá arriba, de Pierre
Lemaitre, por Jordi Corominas i Julián
Pierre
Lemaitre, Nos vemos allá arriba, Salamandra, Barcelona, 2014
Traducción
de José Antonio Soriano Marco
No
parece casual que dos de los grandes premios del panorama actual, si bien con
distinto prestigio, hayan premiado recientemente a autores provenientes del
género negro. En el caso español creo que se intentó dar un aire distinto al
Planeta a través de la figura de Lorenzo Silva, fuerte por número de lectores y
presencia tanto en redes como en medios de comunicación.
Si
cruzamos la frontera y vamos a Francia veremos que el Goncourt de 2013 sigue
unas coordenadas parecidas porque Pierre Lemaitre proviene del Polar, que es
como se llama en el Hexágono a la novela policíaca, y ha usado alguno de sus
recursos en Nos vemos allá arriba, obra que aborda la posguerra del primer
conflicto mundial con mucha inteligencia y una trama más que perfecta para el
séptimo arte entre enredos, personajes perfectamente cincelados y mil vueltas
de tuerca aderezadas con muchas dosis de suspense.
Tras
el último párrafo creo que cualquier lector podrá entender que he disfrutado
mucho con el libro de este autor desconocido en nuestro país, tanto que hasta
en algún momento, como ocurre en las buenas producciones de ficción, he sufrido
por el destino de sus criaturas, víctimas desheradadas, desmovilizados del
frente con graves problemas para reingresar a la vida cotidiana. Padecí con las
historias de Albert y Édouard, quise todo el mal del mundo al pérfido Pradelle
y deseé que todo terminara bien, casi como si fuera un niño pequeño sin capa de
crítico, sólo un lector dichoso por disfrutar de intrigas y emociones.
Esto
me lleva a pensar en la alteración del paradigma que supone para el Goncourt
Nos vemos allá arriba. No cabe duda que la coincidencia del centenario de la
Gran Guerra habrá sido una razón añadida para conceder el laurel a Lemaitre,
pero si sólo nos ciñéramos a este argumento iríamos bastante perdidos, pues no
creo que exista un solo motivo. Es probable que el insigne jurado viera en la
historia de los dos excombatientes y su cínico capitán una gallina de los
huevos de oro que permitiera prescindir de lo intelectual, me viene a la mente
el descabellado año de Las benévolas, desde la literatura popular con denuncia
nada encubierta, ideal para nuestra época de crisis, genial por cómo se plantea
en la novela, donde ese par de antihéroes ninguneados urdirán un plan
pluscuamperfecto para vengarse de tanto desdén para los que lucharon por lograr
la victoria contra el enemigo alemán en las trincheras, lo que encaja con el
presente a partir de las grandes estafas perpetradas por los poderosos.
Estos
factores dan un aliño muy interesante que, sin embargo, no se sostendría sin
calidad. Y aquí hay que rendirse ante Lemaitre porque ha sabido usar con
inteligencia una serie de circunstancias históricas para crear algo propio y
verosímil, un rompecabezas parisino donde todas las piezas encajan sin atisbo
de error, impecable en la elección de una serie de espacios que evolucionan al
son de los protagonistas, desde el episodio inicial en esos absurdos últimos
días de contienda hasta la miseria periférica de la espera del desgarbado
Albert y su compinche Édouard, desfigurado sin rostro pero con muchas ideas
para cumplir su estratagema al límite.
Si
nos limitáramos a estos elogios olvidaríamos otras tretas que son las que
conducen a una cierta magia. El maniqueísmo entre ricos y pobres se nutre de
otros ingredientes que generan una totalidad apasionante. Pradelle es diabólico
porque no tiene ningún tipo de caridad. Su pasado bélico está coronado por
medallas, pura fachada como todo su ser, más interesado en recuperar el
prestigio de sus apellidos y burlar a una autoridad que considera vetusta
porque considera que la nueva era será de los audaces que abrazarán a la
fortuna con métodos nada ortodoxos que, en realidad, siempre han existido. Su labor
se contrapone a la de la pareja del suburbio, sus rivales en un juego del gato
y el ratón repleta de embustes con opuestas intenciones y un peligro bien
distinto. Pradelle se siente seguro desde el cobijo de su círculo de
relaciones, mientras Albert y Édouard, sobre todo el primero, temen quemarse
como es normal en los que nada tienen y siempre reciben el duro peso de la ley,
siempre favorable a los de arriba.
Podría
calificar sin riesgo Nos vemos allá arriba como una gran novela de aventuras y
un doble fondo que recorre la Historia desde una perspectiva inusual, muy
fílmica y con gran tino a la hora de enhebrar su tejido, con capítulos que
combinan bien acción y diálogo, trances cómicos, mucha intriga y roles medidos
al milímetro hasta en la repartición de sus atribuciones, por eso quizás no
podemos terminar esta aproximación sin mencionar al funcionario Merlín,
compendio de muchas otras zonas grises de la literatura francesa, ejemplo
idóneo para exhibir cómo Lemaitre triunfa con su obra al saber mezclar valores
antiguos tanto en contexto como en forma y adaptarlos a nuestra modernidad
desde lo trepidante que impide soltar un libro diseñado para ser devorado en
una sentada, cúmulo de felices coincidencias muy difíciles de encontrar con o
sin crisis, con aniversarios conmemorativos o sin ellos.
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