Un año, de Jean Echenoz, por Jordi
Corominas i Julián
Jean
Echenoz, Un año, Mardulce, Buenos Aires, 2014
Este
otoño es pródigo por lo que concierne al retorno de un Jean Echenoz que muchos
desconocen. Su estela biográfica ha eclipsado en cierto punto al autor que
desde hace más de tres decenios ofrece al lector una literatura personalísima y
de gran calidad. Si hará cosa de dos semanas ya informábamos de la reedición de
sus dos primeras novelas, en esta ocasión celebramos de la llegada a España de
la bonaerense Mardulce, que debuta en nuestras tierras con Un año, nouvelle de 1997 situada en el camino que el francés
proseguirá durante toda su trayectoria hacia esa desnudez formal que tanto y
tan bien le caracteriza.
Sorprende
encuadrar esta obra en su singladura, justo después de Rubias peligrosas y
antes de Me voy, dúo significativo que podría resumir muy bien varias facetas
del galo, capaz de ser exuberante y experimental casi sin solución de
continuidad. En Un año ambas características se funden un una trama donde lo
casual irrumpe con contundencia a partir de un inicio sorprendente que
determina todo el recorrido, donde la lógica desaparece y Victoire parece un
títere en manos de su narrador, caprichoso en obsequiarla con movimientos que
conformarán un todo dramático y delirante.
Todo
empieza una noche, quizá deberíamos decir una mañana que es consecuencia de la
oscuridad. La chica despierta y encuentra que su compañero de cama está muerto.
Se asusta, no recuerda nada que haya conducido a este punto y por eso decide
escapar por miedo a las pesquisas policiales. Sorprende que en vez del análisis
hallemos una precipitación desmedida. Salir de la casa, sacar dinero del banco
y correr hacia la estación para coger el primer tren hacia cualquier destino,
como si el narrador hubiera dotado a su víctima de una óptica surrealista de un
cruento azar donde nada puede hacer para evitar completar un círculo más bien
macabro.
El
tren la lleva a un punto y de ahí se afinca en otro lugar donde parece hallar
una calma. Cada parcela del texto es una invitación a reconstruir un nuevo
viraje en la inestabilidad de la ruta. El dinero se esfuma, aparece el cálculo,
la despersonalización del presente y los no lugares como colofón inevitable de
la pesadilla que también es la circularidad en la carretera dentro de una
degradación, pues Echenoz no se olvida de resaltar que Victoire es joven,
hermosa y apetitosa para cualquier hombre que tenga un mínimo criterio
estético, pero claro, las circunstancias son las que son e impulsan que la
progresiva fealdad se acompase a su estatus social en un Tour de Francia nada
amable que sin embargo sobresale en el habitual esmero estilístico del autor.
En
una época cargada de susceptibilidad a veces escribir reseñas es un ejercicio
de riesgo por los spoilers. Creo que a Jean Echenoz eso le daría totalmente
igual, pues sus historias tienen introducción, nudo y desenlace, sí, claro,
pero son partes de un conjunto donde lo importante no es el final, sino más
bien el juego que el texto posibilita desde una perspectiva donde se ha
superado lo decimonónico, y ahí se siente una profunda deuda con el Nouveau
Roman, y el campo se abre hasta el infinito y más allá porque no existen
reglas, sólo las elige quien inventa y escribe. Quizá ello dé para reflexionar
con relación al dominio de una cultura audiovisual que en lo alternativo
presume de series para entender un cierto retroceso en el gusto de muchos que
casi consideran experimentos como Un año desde una posición radical al creer
que son la panacea de la novedad, cuando simplemente son los herederos de una
larga tradición que busca transgredir un canon estructural demasiado ceñido a
unos principios clásicos a traspasar si deseamos un arte nuevo.
¿Lo
es el de Jean Echenoz? Sí, a su manera, claro, no es un revolucionario, sólo un
ser coherente con su visión de la literatura y ello se percibe con claridad en
Un año, donde el clima de ensoñación prevalece para lanzarnos preguntas que
abordan desde la identidad de los personajes, sus desdoblamientos en función de
las necesidades de la trama, hasta nuestra esquizofrenia en el umbral del siglo
XXI. Han pasado diecisiete años y su concepción sigue siendo válida. La única
lástima es que no la compartan muchos más creadores.
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