El meridiano de Greenwich y Cherokee, de Jean
Echenoz
Jean
Echenoz, El meridiano de Greenwich, Anagrama, Barcelona, 2014
Traducción
de Josep Escué
Jean
Echenoz, Cherokee, Anagrama, Barcelona, 2014
Traducción
de Josep Escué
Puede
que los últimos lectores que se han acercado al arte de Jean Echenoz juzguen su
producción a partir de esa senda biográfica donde lo mínimo se infiltra en el
tejido del espacio y sus protagonistas para lograr que a partir de los detalles
sobresalga la esencia. Esta fórmula alcanzó su paroxismo en 14, donde su autor prescindió de
personajes ilustres y convirtió a la Historia en el gran motor que acciona los
acontecimientos de estas atmosferas minúsculas, marionetas de un conjunto al
que están encadenadas.
Mediante
una serie de ardides narrativos la escritura y la trama se desnudan porque no
necesitan nada más. Lograrlo es una proeza que requiere una maestría surgida de
otra fase, cuando se llegó a un umbral que era inevitable superar para seguir
adelante entre prosas e historias. ¿Cuál era? No corre prisa, ya lo descubriremos.
Las
obras de Echenoz empezaron a traducirse al castellano a finales de los ochenta.
En 1989 Anagrama publicó El meridiano de
Greenwich y Cherokee. Ahora las
reedita y por eso quien escribe estas líneas ha pensado que ello da la
posibilidad de articular una crítica desde varios niveles cronológicos.
Si
fuera un crítico galo del momento en que salieron ambos volúmenes, 1979 y 1983,
creo que enfocaría la cuestión a través de diversos puntos que aun hoy en día
son de interés. En primer lugar centraría la obra en su contexto. Tanto El meridiano de Greenwich como Cheeroke parecen responder a una
urgencia literaria por reinventar el Polar
del Hexágono tras su edad dorada que deslumbró a medio mundo, sobre todo con
una producción cinematográfica donde se alternó lo popular con obras de culto,
y el joven Echenoz usó aspectos de ambas parcelas, como si así mostrara, algo
muy propio de la cultura que vendría en el siglo XXI, que lo elevado puede
conjugarse con tonos menos elaborados.
En
segundo término abordaría la cuestión de influencias ajenas al género negro. En
este sentido Echenoz se presentó en sociedad como un autor que conocía la
tradición de su país, algo detectable en leves dejes Nouveau Roman y
ambiciosos, pero sutiles, planteamientos donde emergía la figura de André Gide,
quien desde finales del siglo XIX se interesó por el acto gratuito. Empezó a
jugar con este concepto su Le
Prométhée mal enchaîné, donde un sobre con dinero y un puñetazo en plena
calle se erigían en caprichos con verdadera incidencia en la vida de las
personas. El mayor ejemplo en su producción es del asesinato que Lafcadio Wluiki
perpetra en ese tren camino de Nápoles en Los sótanos del Vaticano,
crimen cometido sin motivo alguno, sólo por la diversión de ver qué pasa.
En este último caso
las consecuencias del hecho afectan hasta al brillante malhechor, desencadenándose
episodios que parten de pequeñas minucias que devienen significantes porque el
destino es una casa donde todas las puertas están conectadas, algo que Echenoz
comparte con el “contemporáneo capital” y aplica desde distintos ángulos
que nos sirven para comprobar cómo construye sus personajes.
La joya de la corona
de El meridiano de Greenwich es Théo Selmer, traductor de las Naciones
Unidas que un buen día se cansa de su oficio, abandona Nueva York y comprueba,
mientras lee diccionarios para no perder la forma, que es un notable tirador.
De viaje por Sudamérica topa con tres viejos conocidos del edificio donde
trabajaba y acaba con ellos por mero entretenimiento, y lo mismo perpetra
Albin, killer que elige a sus muertos a partir de cuatro características
esenciales. Sus macabras ruletas rusas difieren de otra que encontramos en una
de las subtramas. Un hombre entra en un bar con un montón de sobres pardos en
la mano y los reparte por las mesas. Vera recoge uno y de este modo precipitará
su camino hacia las antípodas. ¿Les resulta familiar?
En Cherooke el
protagonista es Georges Vache, quien por la tontería de seguir a rubia de aúpa
y querer quedar con ella se ve involucrado en mil peripecias a cada cual más
surrealista que se introducen en el conjunto para jugar con el lector,
desbordado ante la profusión de elementos que configuran la novela, piezas de
un rompecabezas que terminan por confluir.
Para un lector avezado
en la obra del francés, tanto El meridiano de Greenwich como Cherokee
insinúan un itinerario que alcanzará un primer punto álgido con Rubias
peligrosas, donde todo lo insinuado en sus novelas de debut se consolidará
hasta un límite que conducirá a una nueva etapa que quizá ya haga agotado. La
próxima entrega nos desvelará el secreto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario