Puig Antich: la Transición
inacabada, de Gutmaro Gómez Bravo, por Jordi Corominas i Julián
Gutmaro
Gómez Bravo, Puig Antich: La Transición inacabada, Taurus, Madrid, 2014
Es
evidente que en España, pese a la polémica levantada por la Ley de la Memoria
Histórica durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, olvidamos con
demasiada frecuencia el pasado, mal explicado en las aulas y pésimamente
proyectado en la opinión pública, cargada de corifeos que tienden a tergiversar
lo pretérito en función de unos intereses sociales y partidistas que sólo
conducen a la confusión a partir de un revisionismo nefasto que poco o nada
ayuda a la formación de una comunidad cívica y con conciencia, pues sin conocer
lo anterior poco haremos por construir un presente que contenga mínimos atisbos
de decencia colectiva.
Uno
de los casos que mejor expone este problema es el proceso a Salvador Puig
Antich, ejecutado el 2 de marzo de 1974 en la prisión Modelo de Barcelona. Para
muchos el caso queda en el recuerdo a través de testimonios familiares, aunque
quien más hizo para ofrecer una idea del mismo fue la película de Manuel
Huerga. Desde aquí somos los primeros en aplaudir la labor de un cine
pedagógico porque en un mundo audiovisual consigue un efecto instantáneo de asimilación
del contenido, algo que no debe oscurecer la importancia de investigaciones
bien realizadas como es la de Gutmaro Gómez Bravo.
El
profesor de la Complutense ha conseguido un ensayo riguroso donde su estructura
es un acierto que permite consolidar las partes planteadas. No puede entenderse
la cuestión sin atenerse a la concepción que la Dictadura tenía de sí misma.
Durante sus cuatro decenios de existencia mantener el orden público fue una
premisa fundamental. El cambio de 1957 hacia un leve bienestar y el ingreso de
España en las dinámicas occidentales provocaron una mayor apertura que la
juventud y la iglesia aprovecharon para exponer una serie de argumentos que
desestabilizaron el edificio. Surgió el terrorismo vasco, los clérigos lucharon
por un progresismo propio del Concilio Vaticano Segundo y los estudiantes
reclamaron desde las aulas y mediante manifestaciones una mayor libertad que
era una antesala de la futura democracia.
Por
eso mismo el Régimen percibió que estaba en sus estertores y recuperó toda su
crudeza para contentar al ala dura. Lo militar, tanto en lo público como en lo jurídico,
recuperó posiciones. El atentado del veinte de diciembre de 1973 que terminó
con el asesinato del Almirante Carrero Blanco, por aquel entonces presidente
del gobierno, no hizo sino constatar una deriva que la opinión internacional
consideró un grave error que hacía caer en el más profundo descrédito la imagen
de España en el exterior, tiñéndola de un anacronismo insólito en cualquier
país de Europa Occidental.
Es
en esta tesitura cuando estalla en pedazos cualquier esperanza de salvación
para Salvador Puig Antich. EL joven de 25 años pertenecía al MIL, Movimiento
Ibérico de Liberación, y fue detenido el veinticinco de septiembre de 1973 tras
una trifulca terminada con un tiroteo en el número 70 de la calle Girona de
Barcelona, donde aun pueden contemplarse restos de balas del suceso. Durante el
altercado falleció el subinspector Anguas, cuyo cuerpo recibió cinco impactos,
aunque los informes de la época sólo mencionaban tres. Algunos de ellos
provenían del arma que disparó Puig Antich.
El
clima tenso del momento, tendiente como ya hemos visto a endurecer penas para
exhibir el pulmón del Régimen en su apuesta por aparentar fortaleza, quiso que el
suceso pasara de la justicia ordinaria a la militar por una sucesión de
detalles que Gómez Bravo explica a la perfección. La negligencia habitual
brilló con luz propia. Se omitieron pruebas, se descartó la pericia balística y
se ignoraron muchos análisis necesarios. Era rutina en un cuerpo habituado a
largos interrogatorios con el fin de sonsacar falsas confesiones que terminaban
firmando los detenidos a base de amenazas y torturas.
El
tiroteo se hermanó con un atraco del MIL para dar al acusado y a los otros dos
juzgados la categoría de elementos pertenecientes a un grupo terrorista que
atentaba contra el Estado y sus instituciones. Ello conllevó una cerrazón
absoluta, la imposibilidad de convocar a determinados testigos y terminó con la
sentencia de muerta que terminó por cumplirse en un delirio de sangre donde
primaban más intereses públicos que la lógica judicial, ausente en todo el
procedimiento mientras el nuevo gobierno encabezado por Carlos Arias-Navarro,
antiguo jefe de la Dirección General de Seguridad, pregonaba un nuevo espíritu
que de aperturista sólo tenía el nombre.
Estas
dos primeras partes recogen con precisión lo acaecido, el silencio de prensa y
los tejemanejes oficiales para que la historia terminara con la ejecución sin
dar pie a ninguna posibilidad de ser objetivos. Lo más preocupante es el tramo
final del volumen, donde se habla de los recursos de revisión interpuestos por
las hermanas del finado, denegados pese a las nuevas tecnologías, la presencia
de testigos que no pudieron declarar en el primer juicio y el sistema político
actual, una Democracia donde muchos de los implicados en el asunto siguieron en
la judicatura como si nada adquiriendo más galones, tantos que hasta en
ocasiones podían verse obligados a revisar sus pasadas actuaciones con resultados
más que previsibles. Es lamentable que en España no hayamos ajustado verdaderas
cuentas con ese lúgubre período de nuestra Historia hasta el punto que sólo
Argentina ha aceptado revisar el proceso, pero vaya, no debemos extrañarnos si
el juez Garzón es inhabilitado y en la escuela no existe ninguna voluntad para
alterar unas enseñanzas donde pocas veces se llega al siglo XX, con el cúmulo
de despropósito e ignorancia que ello conlleva. Por ello es de aplaudir un
libro como el de Gutmaro Gómez Bravo, necesario porque a partir de un tema
central sabe trascenderlo y formularnos preguntas que, por desgracia, tienen
respuestas que seguirán siendo desoídas durante mucho tiempo porque no hay la
mínima disposición para que afloren y hagan de nuestra sociedad un lugar mejor
dotado de espíritu crítico y capacidad para generar un relato coherente sin
lagunas que son puro oprobio.
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