No
es casual empezar por el número 1 bis de la rue Vaneau. En ese edificio vivió
André Gide, excelso escritor autobiográfico, férreo protestante por tradición
familiar y buen conocedor de los evangelios. Años más tarde esa casa con una
extraña fachada curvilínea irrumpe de nuevo en la literatura francesa de la
mano de El Reino de Emmanuel Carrère,
digno sucesor del autor de Los sótanos
del Vaticano.
La
relación entre ambos debe cifrarse desde la inevitable evolución del género
novelístico. Gide lo tocó en ciertos momentos de su existencia y consiguió
cumbres como Los monederos falsos, obra en que su presencia personal es
constante porque en sus páginas no oculta brindarnos un roman à clef con rostros bien reconocibles. El mayor hito del
premio Nobel de 1947 fueron sus diarios, inclasificables más allá de su valor
testimonial.
Por
su parte Càrrere ha demostrado desde El
adversario ser un valiosísimo apóstol de una literatura diferente del yo que reformula la novela desde
unas coordenadas donde el narrador es un detective de sí mismo capaz de
aprovechar cualquier material para reflexionar, investigar y sacar una serie de
conclusiones muy relativas. Su método deberá ser recordado como un cierto giro
copernicano de principios de nuestro siglo que le ha conferido el honor, bien
extraño en nuestra época, de poder presumir de originalidad bien aliado con un
estilo propio que, además, ha influenciado a colegas de muchas y variadas
latitudes.
En
esta ocasión la excusa para su nueva creación surge de la transformación de su
yo pasados veinte años. Creo que en Carrère es importante delimitar como
frontera la caída del muro de Berlín. Sin el derrumbe de los comunismos su
mundo sería otro y la influencia rusa quizá no podría formularse con tanto
esplendor. Nos situamos en 1990. El novelista se encuentra perdido en una
crisis sentimental y alcohólica. Una tarde, casi un presagio, acude al piso de
su madrina en el número 1 bis de la rue Vaneau. Ya he dicho que las
casualidades no existen.
Esta
mujer es católica y ha insistido durante mucho tiempo en la importancia de la
fe. El Carrère escritor emergente considera absurda la cuestión, pero en su
desorientación se asesora, conoce al muy cristiano Hervé y un día la eucaristía
le concede unas palabras para la gran sacudida: “pero cuando seas viejo,
extenderás las manos y otro te la ceñirá y te llevará a donde tú no quieras”.
Se
convierte y durante tres años cultivará su amor para con el señor a través de
apuntes sobre el Evangelio de Juan en dieciocho libretas. El entusiasmo se desvanecerá
entre la escritura de una biografía de Philip K. Dick y el retorno a una cierta
normalidad.
Carrère
es un hombre curioso. Tras Limónov debió
costarle dar con un tema potente y lo localizó por un matiz filológico. En Los
Hechos de los Apóstoles, supuesta segunda parte del Evangelio de Lucas, hay un
pasaje decisivo. El narrador, hasta entonces bastante aséptico, menciona la
súplica de un macedonio. Pablo, que aún no era santo e ignoraba transitar por
el año 50 después de Cristo, se decide a ayudarle. Muy bien. El punto de
inflexión es hallar en este fragmento un “inmediatamente intentamos partir a Macedonia, persuadidos de que Dios nos había llamado para evangelizarlos”.
Lucas
está presente, luego cuenta la historia con conocimiento de causa y Los Hechos
de los Apóstoles devienen un relato en primera persona, como la gran mayoría de
los textos de Carrère, quien se interesa y se aventura a intentar trazar una
biografía del patrón de los pintores s a partir de esa pequeña apertura de la
puerta del Nuevo Testamento.
No
importa mucho si lo consigue y el mismo es consciente de la dificultad del
envite. Por eso aprovecha el mismo para trazar su peculiar visión de los
orígenes del Cristianismo leyéndolos como si fueran una novela vista desde
distintas vertientes. La primera es la suya de exégeta, una confesión de sus
pesquisas inmersas en su día a día entre vídeos porno, enamoramientos y el
desarrollo comprensible de toda investigación, plagada de saltos y sorpresas.
La segunda tiene al autor del material como protagonista en la sombra porque,
ahí accedemos a la tercera, Pablo es el héroe absoluto por su lucha
contracorriente en su interpretación de la fe. Carrère entiende la magnitud del
protagonista y los obstáculos del reto. Lo considera un trotskista de la secta,
un outsider empecinado en desmontar el tinglado de los padres fundadores para
expandir la palabra de Jesús en sentido ecuménico, y ese punto le da juego para
plantearse cómo las creencias son desmentidos de la realidad, ilusiones del
desprenderse de las exigencias de la razón para instalarse en mundo allende el
mundo: el Reino de los cielos.
La
narración fluye en su desorden ordenado de una sinceridad aplastante. Por
principio todo narrador es un farsante, un manipulador incuestionable y el
francés no lo oculta en ningún momento. Sin embargo expone a las claras sus
intenciones. No pretende ninguna verdad definitiva, navega por el mar que él
mismo ha generado y se deja llevar por el viento de la Historia sine ira et
studio, con la objetividad subjetiva de quien contrasta fuentes, viaja con sus
personajes y termina por conocerse mejor entre el mundo globalizado de la
Antigüedad con Asia como punto de lanza, la Roma neroniana y la resaca de los
Flavios, antesala de una consolidación hacia el lento estallido corroborado por
Constantino.
El
tiempo histórico se funde con el tiempo personal de este autodenominado Bobo, bourgeois bohème, parisino. Sus teorías se hilvanan con el
deseo de entender su propia transformación y, con un toque sutil, sirven
al lector para comparar lo remoto con lo presente, no desde la máxima marxista,
sino desde el libre albedrío de la novela, bestia poliforme que se resiste a
morir por el poder bautismal de algunos escritores.
2 comentarios:
Otra visión de la misma obra. Para quienes estén interesados en saber más.
http://julianbluff.blogspot.com.es/2016/01/una-obligada-introduccion-la-critica-de.html
http://julianbluff.blogspot.com.es/2016/01/el-reino-de-emmanuel-carrere.html
incluso, para usted mismo, mi dilecto amigo. ;-)
Gracias Julián, bienvenido por aquí:))
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