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miércoles, 9 de diciembre de 2020

Margaret Thatcher en Todos somos sospechosos

 



Hará un par de semanas Laura y servidor dedicamos el muerto vivo de Todos somos sospechosos a Margaret Thatcher. Si quieres puedes escucharlo aquí

domingo, 24 de febrero de 2013

¿Una gran ilusión? de Tony Judt en Revista de Letras


“¿Una gran ilusión?”, de Tony Judt

Por  | Destacados | 22.02.13
¿Una gran ilusión? Un ensayo sobre Europa. Tony Judt
Traducción de Victoria Gordo del Rey
Taurus (Madrid, 2013)
Tony Judt falleció en 2010, pero su lucidez tardará en desaparecer. Su ensayo sobre Europa es un ejemplo de cómo un libro de Historia cumple su función de análisis del pasado para entender el presente con explicaciones sencillas que rebosan una lógica que debería transmitirse a todo hijo de vecino, pues las conclusiones del malogrado pensador indican con claridad el cómo se gestó la Unión Europea y por qué su etapa actual comporta una serie de dificultades económicas y expansivas que ya se intuían a mediados de la década de los noventa del siglo XX, momento en que fueron escritos los textos del volumen.
La primera parte del mismo versa sobre el proceso de construcción de la idea de Europa tras el cataclismo de la Segunda Guerra Mundial. Por aquel entonces el Viejo Mundo era un espacio desolado con las constantes vitales alteradas, con el corazón destruido y un oasis de penuria en el horizonte. La configuración geoestratégica del planeta tras el conflicto y la crudeza del mismo movieron la balanza hacia la creación de un nuevo núcleo que sirviera para impedir otra tragedia al tiempo que tranquilizaba al patrón occidental: Los Estados Unidos de América.
La Guerra Fría facilitó las cosas, en el sentido que los países más importantes de Europa Occidental decidieron ponerse las pilas desde finales de los cuarenta para buscar una forma de unión, que de lo económico basado en la agricultura fue tomando vuelo hasta alcanzar en 1995 la nada desdeñable cifra de quince países integrados en la Unión. Sin embargo, en ese instante las cosas ya avanzaban hacia otro paradigma diferente al que nos resume Judt. Entre 1950 y 1989, del acuerdo por el que nació La CECA hasta la caída del muro de Berlín, el equilibrio entre Francia y Alemania, la existencia de la Unión Soviética y la preponderancia de EE. UU. ayudaron a que en la incipiente Comunidad Económica Europea prosperara lo que se dio a conocer como el Estado del Bienestar, que era posible por una serie de factores entre los que cabe incluir el baby boom y un ciclo económico, los treinta gloriosos, que empezó a declinar con la crisis del petróleo de mediados de los setenta.
Tony Judt (foto: Taurus)
El segundo segmento del libro es quizá el más interesante de la obra, centrándose en el verdadero significado de la ampliación hacia el antiguo bloque comunista. François Mitterrand pensaba que con la Unión Soviética se vivía mejor, no por ideología, más bien porque su influencia ejercía una contención sobre los mecanismos de laMitteleuropa, donde Alemania siempre había gozado de una posición privilegiada en los intercambios comerciales con sus vecinos. Esta situación, aparcada mientras Germania permanecía fracturada, revivió con la unificación, y claro, a nadie le amarga un dulce que enriquezca y permita aumentar el poder de un país que siempre ha sido decisivo en el ámbito continental.
Las sonrisas alemanas no ocultan que su beneficio dinamizador tiene algo de exclusivo. La integración del Este es una especie de ilusión utópica por condicionantes que se remontan a los tiempos del Imperio Romano, cuando la unidad entre Occidente y Oriente se dio por perdida. Siglos más tarde, Carlomagno cimentó en sus posesiones una zona que hoy en día es el epicentro de actividad de la Unión Europea. Visto así, casi se puede mostrar la división entre los dos hemisferios del Viejo Mundo desde las Guerras Médicas. En ningún momento de la Historia han estado enlazadas sin fricciones y de poco sirve la retórica churchilliana de Trieste a Stettin y su famoso telón de acero, que ha existido siempre. Los viajeros del siglo XVII consideraban Budapest como una frontera natural que separaba dos formas de entender el universo. La Europa de los Estados Nación en contraste con el magma imponente e inmenso de Rusia, inabarcable en todos los sentidos.
Sólo durante el espléndido paréntesis del Imperio Austrohúngaro existió una posibilidad de alambicar dos polos opuestos, y ello se percibe todavía en una herencia inmortal localizable en mil teselas del mosaico, desde lo arquitectónico hasta lo literario. Pese a ello, ese sueño habsbúrguico en la encrucijada entre el Ochocientos y el Novecientos se basaba sobre todo en la interacción étnica de la región, factor cancelado por Adolf Hitler y el Genocidio. Después de 1945 todo cambió y el yugo de la hoz y el martillo acentuó las distancias. Por lo tanto, Judt considera quimérico establecer un verdadero puente, más complicado si cabe por las diferencias económicas entre la Europa rica y la que aspira a serlo.
El último capítulo del ensayo ahonda en este debate, no sin lanzar una advertencia premonitoria. El disgusto de Francia, los peligros de no poder mantener el Estado del Bienestar y el miedo a que las instituciones primen sobre las personas se anuncian en consonancia con unas metamorfosis que hacen necesaria una refundación donde el Estado cobre importancia positiva con intervenciones que no lo despojen de su importancia, que también deberían tener partidos y sindicatos desde otra fórmula que la actual, caduca y totalmente desarraigada de lo que es la sociedad civil. Tendremos Schengen como símbolo de la libertad, pero eso no es suficiente, porque no sólo de estructuras vive el hombre. El siglo XXI exige que la burocracia se arremangue la camisa, salga a la calle y comprenda. De otro modo la idea de Europa será sólo un bonito esbozo en un papel.

lunes, 14 de enero de 2013

Chavs de Owen Jones en Revista de Letras


Un ensayo lúcido y necesario más allá de Inglaterra: “Chavs”, de Owen Jones

Por  | Destacados | 14.01.13
Chavs: la demonización de la clase obrera.
Owen Jones
Traducción de Íñigo Jáuregui
Capitán Swing (Madrid, 2012)
Ya no nos sorprende pasear por la calle y topar cada dos por tres con personas que husmean en los contenedores o que piden limosna con carteles que muestran su desgracia. El proceso ha sido rápido, velocísimo, tanto que ya queda muy lejos el tiempo en que los españolitos pensábamos que el proletariado era algo del pasado. A fuerza de recortes y privaciones vamos dándonos cuenta que ha vuelto y que la utopía de una clase media universal se ha desvanecido entre burbujas, deudas y cinismo político de gran magnitud.
En Inglaterra siempre nos han llevado ventaja, su camino hacia el neoliberalismo ha forjado nuevas coordenadas sociales que sirven de aviso para todos aquellos países que observan con desazón el progresivo y letal desmantelamiento del Estado del Bienestar forjado, precisamente, en el Reino Unido tras la Segunda Guerra Mundial. Para entenderlo mejor conviene leer Chavs, la demonización de la clase obrera, otro estupendo ensayo publicado en España por Capitán Swing.
Owen Jones (foto: owenjones.org)
Su autor es el joven Owen Jones, quien disecciona a la perfección causas y consecuencias del fenómeno, y lo hace con clarividencia pedagógica. Muchos piensan que los ensayos son aburridos, quizá porque su enciclopedia mental los asocia con volúmenes insufribles que no empatizan con el lector. El autor de Chavs habla claro, contrasta datos y expone su propia opinión justificada desde la ciencia que observa el comportamiento humano en un territorio concreto donde intervienen política, medios de comunicación, alteraciones del paradigma y un contexto feroz y despiadado.
El parto de la desgracia surgió del vientre de una madre que no tuvo reparos en destruir el ABC del sistema británico. Hasta finales de los años setenta la estabilidad de obreros y trabajadores se basaba en el poder sindical que permitió un continuo aumento de sueldos y la seguridad del pleno empleo, paraíso en la tierra que finiquitó la llegada de Margaret Thatcher al diez de Downing Street.
Se abría la era contemporánea, ocultada por los últimos coletazos de la Guerra Fría, idónea tapadera para enmascarar deslocalizaciones industriales y la despedida y cierre del universo fabril, concentrado en enclaves para los que esta pérdida de un modus vivendi que aglutinaba la comunidad significó la irrupción de la pobreza y una total imposibilidad de recomponer los pedazos rotos por el programa de la dama de hierro.
El sector terciario subió con fuerza, Inglaterra jugó a la guerra, cayó el muro de Berlín y la ogra que todo lo lograba desde su supuesta humildad desapareció del mapa. Después de Major llegó el turno del nuevo laborismo de Tony Blair. ¿Nuevo? Sí, pero sin laborismo. La famosa tercera vía, pregonada a los cuatro vientos como una panacea que refundaba la izquierda, no era sino la aceptación de los principios neoliberales ante la frustración de no saber proponer recetas socialdemócratas. Y así seguimos, tres lustros más tarde.
Este conjunto de medidas y evoluciones culmina, por el momento, con el gobierno de David Cameron, el no tan joven líder que al ganar las elecciones fue anunciado a los cuatro vientos como un soplo de aire fresco. ¿Seguro? Obviamente no, pues sus medidas se enmarcan en la corriente actual desde una óptica, si quieren, aún más dañina. Es el enviado que cumple unos designios ya escritos que mucho tienen que ver con la transmisión de un mensaje que conlleva odio y genera estereotipos destinados a marcar tendencia para apuntalar una serie de postulados que de otro modo no podrían plasmarse en la realidad: demonizaciones, antesala de exclusiones y marginación.
Grupo identificado como “chavs”, con su característico atuendo deportivo (foto: Capitán Swing)
Los Chavs son un colectivo social que ha visto como poco a poco sus derechos desaparecían en medio de una campaña de ataques y rabia contra ellos. Los tópicos brotan y la gente los acepta, entre ellos el más detestable es el de situar a millones de personas en el grupo de los que no pegan sello porque viven de las prestaciones estatales. Curiosamente la mayor parte de estos individuos viven en las otrora prósperas zonas que Thatcher desmanteló en su afán desindustrializador. El trabajo creaba comunidad, ahora su ausencia produce monstruos en forma de depresión, alcoholismo, adicción a las drogas y desesperación de quien no puede aspirar a ganarse el pan.
El gobierno, en la mejor tradición neoliberal, acusa a los ciudadanos de su ruina, lo que es más falso que un duro de cuatro pesetas. Owen Jones demuestra que no hay suficiente oferta de trabajo, por lo que el desempleo es lo más normal del mundo. Aún llenando los huecos del paro Gran Bretaña siempre tendría un número fijo de personas sin posibilidad de optar a un mínimo estipendio.
Por lo demás, las causas de esta decadencia tienen raíces que en nada dependen de los que las sufren, que año tras año observan desde la pantalla de sus hogares cómo los medios, aliados con los que ostentan el cetro, se dedican a esputar mierda contra su miseria. Ellos, que han visto cómo la vivienda social, ese mito de la Pérfida Albión, se derrumbaba, que han comprobado cómo los gerifaltes del partido conservador soltaban sus perlas de quien no trabaja no come. Ellos, que han observado cómo el secuestro de una niña de clase media daba la vuelta al mundo y la desaparición de una chavalita del suburbio servía para condenar de antemano a todo un colectivo.
Ellos son los que aparecen en series televisivas como bebedores con hijas que son madres antes de los veinte años. Ellos quedan relegados y son pasto del racismo posmoderno, que privilegia, tapándose la nariz, la multiculturalidad y se regodea, en un apestoso engaño, de volver a la época victoriana, pero ahora el metáforico Whitechapel del siglo XXI no está en el Este de Londres, se extiende por toda la isla y sirve como alivio para todos aquellos que viven en la ilusión de ser clase media pese a que las encuestas muestren que muchos aún se consideran de la working class, denostada hasta el punto de asemejarse, en el imaginario colectivo, a detritus, víctimas de la desigualdad y la imposición de los de arriba, siempre más seguros de su mandato de victoria contra los pobres..
El desmantelamiento del poder y carisma de los sindicatos desde 1989 ha servido para controlar mejor a la población y usarla como un titiritero usa a sus muñecos. El autor de Chavs dice mucho más, y hasta analiza los turbulentos sucesos del verano de 2011, cuando miles de jóvenes salieron a la calle tras la muerte de Mark Duggan. Sin embargo, el potencial de Owen Jones va más allá de su patria, pues los datos expuestos y analizados en su ensayo sirven para reflexionar sobre lo que quizá acaezca en España y en Europa en un futuro bastante próximo, Chavs es, sin duda, uno de los volúmenes más lucidos para comprender los efectos de la crisis, y es así porque, a diferencia de muchos otros textos que se han vendido como la panacea, su disección es seria y no busca fuegos artificiales, sólo ofrece lo que hay en un desierto que por suerte, y se agradece que una voz clame y albergue esperanza, entre todos podemos solucionar.

domingo, 17 de julio de 2011

Goethe en el manicomio en el fanzine ¡Organización! dedicado al 15M


Goethe en el manicomio, por Jordi Corominas i Julián

La plaza es un estado mental al que algunos intentaron desprender de su esencia. Lo demuestran algunos ejemplos contemporáneos. En Barcelona la Plaza de les dones del 36 cierra sus puertas a las ocho de la noche para permitir la tranquilidad de los vecinos, fomentar un supuesto civismo meramente monetario y aumentar el control ciudadano hasta con la prohibición de jugar a pelota, es mejor verla por la tele, en esos recintos que tan bien simbolizan la convivencia humana. El 15M ha resucitado la idea de espacio con cuatro esquinas abiertas a todo el mundo para facilitar el debate y la comunicación entre iguales. El ágora y el foro de la Antigüedad han vuelto, pero los tiempos han cambiado y el ritmo de los acontecimientos aconseja medir los pasos para que ciertas iniciativas no caigan en el saco del despropósito.
Los devotos que llegaban a Delfos para consultar a la Pitia quedaban impresionados con la máxima que presidía el recinto: conócete a ti mismo, punto de partida, y eso es de nuestra cosecha, para poder comprender mejor a los demás. Los primeros días de las múltiples acampadas repartidas a lo largo y ancho del Estado Español siguieron el consejo oracular hasta que sucumbieron al delirio del ombliguismo, olvidando el porqué de su cometido para centrarse en la necesidad de permanecer estacionados en una nube que de la esperanza pasó a lo tóxico hasta que amaneció el 19J y se demostró que era posible pasar del entusiasmo inicial a la concreción de acciones válidas para ampliar el consenso social del movimiento.

Sin embargo algunos defectos oscurecen el horizonte. Toda aventura debe transmitir bien su relato para llegar mejor al espectador. De nada sirve que las encuestas manifiesten un apoyo mayoritario, porque no siempre llegarán policías que aticen ni políticos que intenten engañar con su paranoia. Conviene explicarse bien, y durante las primeras semanas de la revuelta se discutió mucho en las redes sociales sobre la conveniencia de alcanzar un consenso de mínimos entre todas las asambleas que articulara mejor los objetivos. Sí, en las redes sociales. Las infinitas comisiones de los acampados ignoraban en muchos casos la cuestión, pues casi importaba más figurar y cumplir comportamientos contemporáneos de feroz egocentrismo y protagonismo de pacotilla propio de cualquier hijo de papá que de repente se despierta revolucionario. Es bonito llevar un cartelito con la pertenencia al núcleo que discute contenidos, pero aún lo es más avanzar hacia propuestas y no empantanarse en si es necesario plantar huertos o discutir utopías que en nada cambiaran el sistema.

Escribo lo anterior desde el clima que he respirado en la Ciudad Condal. El domingo 22 de mayo se convocó un recital poético en Plaza Catalunya. Acudimos cuatro rapsodas. Recitamos, recibimos el apoyo de la concurrencia y nos fuimos a casa frustrados por la nula respuesta de nuestros semejantes, más interesados en dormir la resaca que en reivindicar metamorfosis que a todos nos conciernen. ¿Dónde están los intelectuales de mi generación? Tengo treinta y dos años, por lo que supongo estar englobado en un grupo que llega hasta las cuarenta y cinco primaveras. También creo que este colectivo disperso es el mejor preparado de la Historia de mi país, por lo que me cuesta mucho entender cómo pocos son los que reaccionan ante la que está cayendo, un tristísimo espectáculo de cinismo y arrogancia de unos pocos que perjudican a muchos.

Una posibilidad sería que su actitud fuera un suicidio que certificara la muerte del intelectual comprometido, aquel personaje que sí pisaba la calle y emitía juicios de valor útiles para comprender el contexto en que se enmarcaba su actividad cultural. Ahora esas opiniones destacan por su ausencia entre un sector joven más preocupado en etiquetar sus fotos en Facebook para recibir ovaciones en forma de me gusta, vacuo honor que demuestra lo efímero de su arte, abocado hacia la fachada, y su nulo apego a la realidad, pues de ahí parte la clave que asemeja su figura con la de ciertos elementos del 15M. El capitalismo es una bestia que sabe muy bien el proceso para devorar y anular a sus hijos, un Saturno posmoderno que dirige la orquesta con infinita mala leche. En los cincuenta surgió la cultura adolescente y las amas de casa norteamericanas se emocionaron con un impresionante surtido de electrodomésticos. En Europa tal algarabía fue completada en 1975, justo cuando empezó a declinar el Estado del Bienestar. Ya tenéis lavadoras y demás utensilios, ahora toca mimaros, y por eso hemos inventado el consumo específico, para que la masa pueda ser feliz en la especialización del gusto, que también afectará a lo laboral. De este modo, vuelvo a ser yo, la exclusividad se erigió en una bandera que enarbolar, un imbécil toque de distinción que afectó al tejido social hiriéndolo y enajenándolo como bien avisó en su trilogía de la alienación Michelangelo Antonioni. Las avenidas quedaron desiertas mientras las luces seguían en su puesto, amenazantes.

Al fin y al cabo no deberíamos extrañarnos de la pasividad de los intelectuales jóvenes. Nacieron entre mayo de 1968 y el pútrido ascenso al poder de Juan Pablo II, Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Nuestros criticados son hijos de su tiempo. Eso no es excusa para su comportamiento. Sus predecesores también lo fueron y supieron manifestar su descontento y ayudar a los desfavorecidos con sus textos y pensamientos. A nivel crítico podríamos esgrimir el abandono de la realidad por la disertación sobre periferias virtuales que demostrarían su aislamiento del meollo. No estamos sólo en esas, hay más y de más calado porque se trata de comprometerse y expresar un apoyo con trascendencia, pero quizá su reino ya no sea de este mundo. Tienen a su disposición infinitos métodos para hacer oír su voz, desde la clásica columna periodística hasta tweets con los que agitar el cotarro y erigirse en firme apoyo de millones de indignados. Quizá no se den cuenta que con su actitud potencian su marginación de un sistema que también les toma el pelo porque ellos mismos han desdeñado una de las más importantes funciones de su trabajo para acomodarse en las cálidas habitaciones del manicomio creativo. Contentarse con palmaditas en la espalda es de necios. El fast food no sabe de permanencias. Se lucha con la palabra y la palabra ego cobra sentido cuando abandona el cuerpo y apuesta parte de su talento en beneficio de los demás.

Este artículo está publicado en el Fanzine ¡Organización!, dedicado al análisis del 15M