sábado, 12 de junio de 2010

Matemática Beatle (III) en Panfleto Calidoscopio






El camino hacia el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band

Por Jordi Corominas i Julián


“I thought, Let’s not be ourselves. Let’s develop alter egos so we’re not having to project an image which we know. It would be more free (…) I thought we can run this philosophy trough the whole album: with this alter-ego band, it won’t be us making at all the sound, it won’t be The Beatles, we’ ll be this other band, so we’ll able to lose our identities in this”.
(Paul McCartney, hablando del punto de partida del Sgt. Pepper)

“I remember it, track by track, it was exciting.
Nothing like it had even been”
(George Harrison, recordando los días del Sgt. Pepper)

George Harrison está cansado en el avión que transporta a The Beatles a casa tras su última gira norteamericana. Se acomoda en su asiento, se abrocha el cinturón, cierra los ojos y suelta una frase que la leyenda del grupo ha engrandecido hasta cotas oraculares, como si el guitarrista, de repente, se hubiese convertido en una sibila délfica de misteriosos y ambiguos vocablos: “Bueno, esto es todo. Ya no soy un Beatle”. El benjamín de la banda lanzaba un órdago reflexivo. La actuación del 29 de agosto de 1966 en Candlestick Park clausuró las luces del directo y abrió las puertas de la nueva era, intuida a lo largo del último año de trabajo en el estudio, época revolucionaria de abandonar la juventud bailarina y el deseo juvenil para erigirse en adultos y artistas musicales de pleno derecho en el silencio de Abbey Road, tan lejano del constante alboroto de estadios, pabellones y cavernas.
El cambio, un verdadero proceso de interiorizar prioridades y descansar la mente para encontrar respuestas, exigía reposo y un cierto distanciamiento del colectivo, la indestructible unión del monstruo de cuatro cabezas. Entre 1962 y 1966 los Fabfour fueron una sensación que debía vender homogeneidad para consolidar, seguro que Brian Epstein sonreiría al leerlo, imagen de marca y crear un insólito estrellato global que extenuó a los del Liverpool mediante una agenda más que ministerial que incluía múltiples giras, frenesí compositivo, dos Lp’s anuales y un desgaste de energía generador de una inercia en forma de bucle, eterna repetición que impedía un auténtico progreso personal y profesional en el cuarteto, ansioso por una parcela de aire privado, liberación de la asfixia de cámaras, trajín laboral y anulación de la identidad individual en un momento clave para desarrollar y conocer los talentos que cada ser humano atesora, algo que The Beatles iban descubriendo sobre la marcha y plasmando en sus canciones donde, como vimos en entregas precedentes, el amor se mantiene pero aparecen otro tipo de preocupaciones en las letras y en el trabajo instrumental.





Entre septiembre y noviembre de 1966 George, John, Paul y Ringo emprendieron su propia senda tomándose vacaciones de su rutina. Harrison viajó a la India junto a su mujer Pattie Boyd para empaparse de la milenaria cultura del subcontinente asiático y perfeccionar su técnica con la cítara en las clases de su amigo y maestro Ravi Shankar. George iba transformándose y adquiriendo rudimentos que le acompañarían el resto de su existencia. Atrás dejaba la ingenuidad e ingresaba en un estado especial que le ayudaría a distinguirse de sus dos principales socios y así reclamar una cota de autoridad filosófica en contraposición a la apabullante calidad compositiva de Lennon y McCartney, quienes por las mismas fechas, inasequibles al desaliento, seguían con la mente activa en la desconexión. John yéndose a España para divertirse actuando en How I won the war de Richard Lester, director de A Hard day‘s night y Help. Por su parte, Paul compuso junto a George Martin la banda sonora de The Family way y circuló oculto por Francia filmando películas experimentales y sofisticando su gusto por el disfraz. El bajista concluyó su gira turística en Kenya, acompañado de uno de los roadies del conjunto, Mal Evans. Desde hacia unas jornadas meditaba sobre la posibilidad de desprenderse de la oprimente identidad Beatle y dar al futuro Lp un toque mágico que sorprendiera y alterara el orden. Sería como jugar a ser otros. Adquirirían un nuevo nombre para poder experimentar sin trabas ni estar condicionados por su etiqueta, exigente y, en cierto modo, estereotipada. Faltaba hallar un buen nombre para el Doppelgänger, y la búsqueda fue sencilla. Por aquel entonces muchos grupos americanos adoptaron nombres largos y absurdos. Lothar and the Hand People, Big Brother and the Holding Company, Country Joe and the fish…esa base se alió con los paquetitos de sal y pimienta del avión de regreso a Inglaterra. Salt and Pepper. Sargent Pepper. Lonely hearts club band rizó el rizo. ¿Por qué querrían tener una banda los corazones solitarios? La invención de McCartney era la antesala de una conjunción de enlaces comunes en dirección a la nostalgia.

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