La Plaza Rovira, by Jordi Corominas
i Julián
Inauguramos
una nueva serie de artículos destinados a captar la esencia de determinados
lugares de la ciudad. En cierto sentido mi elección inaugural se debe a una
mezcla entre nostalgia y amor por lo que nunca veré de la Plaza Rovira. Quizá
por esa imposibilidad decidí que este enclave de Gracia sería uno de los puntos
neurálgicos de mi novela José García, inventándome varias historias de su
número uno, una casa vieja que pese a todo mantiene un extraño encanto,
decrépito y con cierta carga de Historia en su raída fachada.
Por
ella, y eso hay que precisarlo, circularon antes más tramas narrativas. No en
su interior, pero sí en la cercanía. Si mencionamos la Plaza debemos pensar
automáticamente en Juan Marsé, que en su infancia y adolescencia residió un
poco más arriba, en el 104 de la calle Martí, donde aún es posible vislumbrar
un rastro de antigüedad en la entrada, similar a una Masía de las que debieron
poblar la Vila de Gràcia a finales del siglo XIX. Marsé ambienta muchas de sus
novelas en la Plaza Rovira. Quizá la más conocida de ellas sea El embrujo de
Shangai, aunque mi memoria, caprichosa, recuerda Un día volveré y, cómo no, Si
te dicen que caí, relato inspirado parcialmente en el crimen más famoso de la posguerra:
el asesinato de Carmen Broto.
Quien
acuda a la parte que mira al mar del recinto dividido en dos partes hallará la
droguería donde dos de los implicados en el crimen compraron una dosis letal de
cianuro. Sus cuerpos cayeron en la calle y en uno de los casos dieron con sus
huesos en la Calle Mozart, donde hasta hace bien poco tenía su sede el festival
LEM en el edificio que servía de morgue del barrio. La droguería me hace pensar
en Adolf Hitler por el método elegido, y no es de extrañar. La muerte de la
rubia aragonesa, querida del empresario del Tivoli, acaeció en enero de 1949,
cuatro años después del fin del conflicto más sangriento del siglo XX.
Por
aquel entonces lucía en la esquina con Providencia el legendario Cine Rovira,
abierto hasta 1965, fuente principal de imaginación, ahora clausurada por un
triste banco que oculta otros esplendores cercanos, entre los que cabe
mencionar la calle Torrent de les flors, arteria que cumple en su número 98 una
de las obligaciones de todo buen paseante: mirar hacia arriba, porque de otro
modo la columna torcida de ese edificio quedará ignorada por los siglos de los
siglos.
Dicha
construcción se halla a escasos metros del carrer de les tres senyores, que en
su nombre nos conduce al origen del asunto que nos concierne. En 1861 tres
hombres acaudalados compraron los terrenos que configuran este rincón de
Gràcia. Sus nombres eran Massens, Rabassa y Torrente Flores. Quiso la
casualidad que el nomenclátor de la barriada tiene en su haber un buen número
de torrentes. Los más conocidos son el de l’Olla i el d’en Vidalet, pero si
seguimos la trayectoria de los mismos encontraremos más allá de sus fronteras
el d’en Mariner i el de Lligalbé, todos ellos auténticos y con una etimología
prístina. Sin embargo el pobre Torrente Flores quedó relegado en beneficio del
poético Torrent de les flors, que, no está de más, casa bastante mejor que los
apellidos del propietario y su aire al personaje de Santiago Segura.
Massens,
Rabassa y Torrente Flores coronaron su bonita área gracias al artífice
arquitectónico de la zona: Antoni Rovira i Trias, uno de esos catalanes
olvidados por una inmensa mayoría de forma bien injusta. Creó el cuerpo de
bomberos, estuvo implicado desde el principio en el proyecto de derribar las
murallas y hasta ganó el concurso para construir el ensanche, pero Madrid tomó
medidas y le concedió el más preciado caramelo de Barcelona a Ildefons Cerdà.
Suponemos que el bueno de Rovira, que también erigió la torre del reloj de Rius
i Taulet, sintió una frustración enorme que a bien seguro compensó la estatua
que desde 1990 adorna su plaza. El bronce está sentado en un banco y goza de la
simpatía de propios y extraños, si bien en ocasiones se despierta manchado por
pintadas de cuatro vándalos que no saben valorar su silencio. Él, un vencedor
derrotado, observa callado el devenir de personas, animales y tiempo,
impertérrito a burlas, caricias, cagadas de paloma y enamorados que ignoran la
trascendencia de ese ilustre barbudo tan bien vestido con su chalequito,
reluciente entre unos pocos quilos de más.
Se
podrían decir muchas más cosas nuestra heroína del mes. Su partición en dos
partes casi simétricas, analizada al dedillo por Enrique Vila-Matas en su Nueva
tentativa de agotar la Plaza Rovira, la convierte en un espacio donde muchas
tiendas y elementos están duplicados. Nadie se fija en sus farmacias, tampoco
en las puertas cerradas que apuntan a crisis y dejadez. En este sentido, sé que
lo esperabais, es hora de soltar la clásica bronca al ayuntamiento, que desdeña
emblemas cotidianos y hace oídos sordos a la hora de dignificar la pequeña
Historia, triste porque vivimos en la capital con menos placas conmemorativas,
ciudad orgullosa, fiera de ser como es sin una pizca de información de lo
pretérito. Intentaremos resolverlo en esta columna.
3 comentarios:
Hola! He leido lo que has escrito sobre Enriqueta Marti. Muchisimas gracias por divulgar la verdadera informacion en todo este asunto.
Gracias a ti por leerlo:))
Si todo va bien, apenas tenga algo de tiempo, la idea es ampliarlo en un ensayo
Perdon hoy comente tambien lo mismo pensando que mi comment de ayer no se publico! Si sale duplicado lo siento!!! ;)
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