El arte de leer de W. H. Auden, por
Jordi Corominas i Julián
W.H.
Auden, El Arte de leer, Lumen, Barcelona, 2013
Edición
de Andreu Jaume
Traducción
de Juan Antonio Montiel
Uno
de los aparentes problemas del mundo contemporáneo es la velocidad que ahoga la
perspectiva e impide que muchos autores tomen conciencia de su oficio. Para lograrlo
no está de más dedicarse a la crítica. La lectura de los demás permite asumir
la tradición, enmendar errores y trazar un perfil de coordenadas que va de lo
general, mediante el análisis del pasado y el presente, al punto particular que
siempre es uno mismo.
Por
eso creo que el poeta del siglo XXI debería ser fiel al estímulo de alternar su
propia producción con ensayos que le permitan navegar con mayor fiabilidad. Sin
el conocimiento de lo pretérito no es posible alcanzar nuevas aguas con
solidez. Ir a ciegas a veces puede resultar interesante como experimento, pero
ya dice W.H. Auden que cada poema que escribimos es fruto de lecturas,
vivencias y un vasto conglomerado de factores, por lo que el resultado será
consecuencia del todo, con sus virtudes y sus carencias, siempre más visibles
en verso que en prosa.
Los
ensayos del autor inglés nacionalizado estadounidense, como si se tratara de un
anverso de su admirado y temido T.S. Eliot, deben leerse desde una doble
vertiente que viene condicionada por el paso del tiempo. La primera es la
esencial y se relaciona con los interés del poeta anglosajón, quien a lo largo
de toda su trayectoria supo combinar sin excesivas petulancias su amor por la
prosodia y una voluntad de ser entendible desde la conciencia que sus opiniones
no contienen ninguna verdad universal.
Dentro
de este primer punto cabe destacar, algo bien visible en los ensayos dedicados
a leer y al propio arte de la escritura, el dominio de Auden para con el
aforismo, utilísimo por su capacidad de síntesis, que en ocasiones parece
erigirse como un rasgo diferencial, como un modo de alejar la sombra del
monstruo de La tierra baldía, más dado a extensos circunloquios igualmente
válidos pese a su poso menos coloquial y mucho más retórico.
Desde
esta tesitura reluce la segunda faceta característica de nuestro protagonista,
quien habla con una naturalidad que hace fluir el ensayo. Ello se debe en que
en ocasiones los textos son conferencias que pronunció para un auditorio,
aunque este rasgo estilístico no se debe sólo al público. Lo entendemos en
parte a través del último apartado del volumen, fragmentos de conversaciones donde
el poeta se suelta desde la sinceridad de la conversación. En esos pedacitos
orales captamos lo personal e intransferible de su idiosincrasia, desde la
ironía, de la que advierte sobre su abuso, hasta un gusto contrario a lo
francés salvo excepciones como Cocteau, valorado por su agudeza sin par, y Valéry,
encomiable por una inteligencia que no explota al máximo sus talentos para
aquello a lo que se dedica.
Estas
consideraciones sirven al bardo para trazar líneas de oposición entre las
varias prosodias, que entiende no sólo desde el lenguaje, sino también desde el
contexto en que fueron forjadas las obras. La lucidez de estas reflexiones
derriba mitos y ahonda en una evolución que ni puede eternizar la figura
romántica ni privilegiar, un peligro que hoy en día sigue de plena actualidad,
una propensión al ombligo que deje la construcción del verso como una especie
de cementerio de seres vivos que se leen entre ellos sin preocuparse en
absoluto por la sociedad y su devenir.
Otro
valor fundamental de estos ensayos es el espectro temporal que abarcan. Las disquisiciones
sobre los griegos, donde alarga lo canónico y con buen criterio no sólo se
limita a los clásicos anteriores a la era cristiana. La cuadratura del círculo
se completa con su veneración por Kavafis y la heterodoxa forma que este tenía
de volcar sus filias y fobias mediante la historia y la evocación de una época
que sin ser la suya le daba más que juego para glosar la contemporaneidad con
inusitado lirismo.
El
trozo más goloso del pastel que es esta edición de Andreu Jaume es la dedicada
a los autores de lengua inglesa. Admirables son los ensayos dedicados a los
sonetos de Shakespeare, los místicos protestantes y el mártir como héroe
dramático, si bien creo que se percibe la vocación y la constancia de Auden en
la serie que desmenuza las figuras de D.H. Lawrence, E.A. Poe, Tennyson y Lewis
Carroll, donde además de una querencia puede confundir ironía con sarcasmo
hallamos una capacidad de hilar fino con los pequeños detalles, visible, por
ejemplo, en la explicación sobre las preguntas que Alicia hilvana para
desmontar el rígido mundo victoriano y las convenciones entre niños y adultos.
La
escuela anglosajona del siglo XX supo mezclar con solvencia, y mucho rigor,
crítica y creación. Auden no es Eliot, ni falta que hace. Ambos gigantes, con
el primero mirando al segundo con cierto pánico reverencial, son una puerta que
nosotros no debemos cerrar para aprender y regar el camino con aguas que a
veces creo demasiado olvidadas. La rapidez de nuestra era hace necesarias estas
publicaciones que advierten y ubican la musa en territorios que dan a la
inspiración una ética del trabajo muy alejada de frivolidades más que
prescindibles, lacras a sepultar en la basura con rabiosa inmediatez.
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