Historia en viñetas de la Gran
Guerra, de Louis Raemaekers, por Jordi Corominas i Julián
Louis
Raemaekers, Historia en viñetas de la Gran Guerra, Ginger&Ape, Jaén, 2014
Traducción
de José María Matás
Resulta
gracioso observar cómo en la España contemporánea la gente idolatra las
estupendas viñetas de Andrés Rábago, El Roto, y las cuelga en las redes
sociales, donde su efecto simboliza muy bien nuestra época, donde la repetición
de contenidos termina por sedar su mordacidad.
Este
2014 es un año de recuerdo de lo acaecido hace un siglo. Mientras escribo
pienso en los hombres que en ese lejano verano luchaban en una contienda
insensata que acababa de estallar porque se había roto el equilibrio de un
sistema de alianzas incapaz de aguantar la burda excusa del asesinato de Sarajevo.
En ese tiempo los viñetistas ejercían una importante labor crítica en todo el
mundo, baste recordar la revista alemana Simplicissimus o la legendaria
Esquella de la Torratxa. Esos dibujos ponían el dedo en la llaga con brutalidad
e ironía hasta el punto de constituirse en una amenaza para el orden
establecido, siempre desconfiado ante aquellos capaces de advertir de los
desmanes del poder.
Hoy
en día, al menos en nuestro país, nos creemos muy especiales por el humor
gráfico surgido de la crisis, pero no conviene tirarse flores sin conocer el
pasado. Durante la Primera Guerra Mundial un holandés que luego fue errante se
equiparó en influencia a Emperadores y Generales mediante su arte en un estado
de gracia que ya jamás repetiría.
Su
nombre era Louis Raemaekers, tenía 45 años cuando estalló el conflicto que le
aupó a la fama internacional. Sus caricaturas devinieron más eficaces que
cualquier propaganda y los alemanes llegaron a poner precio a su cabeza. Los
aliados aprovecharon su lápiz para, nunca mejor dicho, cargar las tintas contra
el enemigo y difundir su crueldad por todas partes.
Durante
la conflagración su obra fue traducida a dieciocho idiomas, y en 1919 se
publicó la Raemaekers’ Cartoon History of
War, que ahora amplía en una extraordinaria edición la editorial jienense
Ginger&Ape, uno de esos sellos independientes que no da un paso en falso en
su aun breve y jugoso catálogo.
Esta
adenda añade textos e ilustraciones del final de la contienda, una etapa
brumosa que aun muchos desconocen. Pese al alud de información, o quizá por
ello, del siglo XXI seguimos en el limbo de nuestros antepasados, que entendían
todo mejor a través de las imágenes, y en este sentido las del neerlandés son
un estupendo compendio didáctico que resume con pocos trazos un sinfín de
episodios que conmocionaron al planeta.
Es
interesante comprobar, sobre todo si uno piensa en las decisiones tomadas en Versalles,
cómo la visión del autor centra su mirada en la barbarie germánica desde esos
primeros días en Bélgica donde el delirio bélico de violaciones, saqueos,
incendios y otras calamidades tiñó el cielo humano de negros nubarrones. El
Káiser Guillermo II es dibujado como un personaje diabólico, líder de unas
fuerzas del mal que contrastan con la relativa belleza en el trato a sus
oponentes, armónicos frente a la devastadora y ambiciosa Kultur, empecinada en
barrer del mapa cualquier obstáculo que le impidiera culminar su objetivo.
Si
sólo fijara su atención en los teutones, el libro sería completo, pero su
fuerza radica en ofrecer una perspectiva general de la Gran Guerra donde caben
desde el genocidio armenio hasta la revolución femenina que supuso la
contienda. No por azar menciono estos dos temas, silenciados durante decenios
por la opinión pública mundial, aquella voz autosuficiente con tendencia a
olvidar el pasado porque ella sola construye por desgracia nuestro presente a
través de la transmisión de datos que juzga interesantes para su cometido.
Las
tragedias civiles, las batallas más célebres o los discursos más apasionados se
funden en el libro. Los textos, cortos y estupendamente seleccionados tanto en
la edición original como en la ampliación ya comentada, son un apoyo vital que
permite entender mejor lo expresado por un héroe que sin mostrar su rostro era
más efectivo para la causa de los oponentes del Reich, a la postre vencedores
de la carnicería.
Tras
la guerra, Raemekers se trasladó a Bruselas, donde vivió de su ingenio druante
más de veinte años. Perdió la magia, se trasladó a Estados Unidos y hasta colgó
los pinceles antes de volver a su tierra natal, donde murió olvidado por todos
en 1956, cuando la publicidad avanzaba en su órdago por imponerse como
estrategia y Occidente buscaba nuevas formas de sugestión.
Puede
que tras esta machacona conmemoración volvamos a desterrar lo ocurrido en las
trincheras, pero la obra del holandés va más allá de las mismas y sirve cómo
cura de humildad ante nuestra petulancia de inventores de la nada. Mirar atrás
es útil y en este caso necesario para rememorar el oprobio que aceleró el suicidio
del Viejo Mundo y encumbró a los altares a un cirujano de la realidad con un
quirófano diseñado para la toma de conciencia colectiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario