Mostrando entradas con la etiqueta White Album. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta White Album. Mostrar todas las entradas

sábado, 11 de diciembre de 2010

Matemática Beatle VII en Panfleto Calidoscopio






Completar el yo y regenerarse buscando el origen

Por Jordi Corominas i Julián


“There was a lot of información on the double album. But I agree that we should have put it as two separates albums. The ´White´and the ´Whiter´Album.”
(Ringo Starr sobre la polémica del exceso de canciones en The White Album)

“There was a huge between John and Yoko. There's no doubt about it: they were completely together mentally and I think that as that bond grew, so John lessened his bond with Paul and the others, which obviously caused problems. It was no the happy-go-luck-foursome, fivesome with me, that it used to be.”
(George Martin sobre la simbiosis John-Yoko y los problemas que causó durante las sesiones de The White Album)

After Sgt. Pepper, the new album felt more like a band recording together. There were a lot of tracks where we just placed live, and then there were a lot of tracks that we'd recorded and that would need finishing together. There was also a lot of more individual stuff, and for the first time people were accepting that it was individual.”
(George Harrison sobre The White Album y la evolución de The Beatles)

“The break-up of the Beatles can be heard on the double album, on which, I tought that every track sounded as if it came from and individual Beatle.”
(John Lennon y su interpretación de The White Album).

El 18 de septiembre de 1968 era un día especial. Recordad cuando erais pequeños y no existía el VHS o el DVD. Se emitía en la televisión británica The girl can't help it, y The Beatles se juntaron para verla en casa de Paul McCartney, próxima a los estudios de Abbey Road. Mientras esperaba a sus compañeros para deleitarse con los números de Gene Vincent, Eddie Cochran y Little Richard escribió el esbozo de Birthday, canción que una vez terminó la película grabaron en un abrir y cerrar de ojos. Era el grupo al completo en su salsa, en un rock and roll a la Chuck Berry que interpretaron a la perfección, sin fisuras, con un entusiasmo que se igualaba al de la fiesta de cumpleaños que pregonaba la letra, diálogo de aniversario compartido que empuja la tercera cara del disco hacia una búsqueda del ente que acompañe al yo. Es muy posible que esta unión temática surja de mi imaginación, aunque si se analiza con detenimiento el recorrido de esta fracción del Lp se puede percibir una evolución que, además, encaja con la madurez del cuarteto, más refinado y con una búsqueda de contenido allende las clásicas composiciones amorosas que lo encumbraron. Sí, lo femenino flota, está presente, pero la meta franquea otros objetivos. La tenebrosa celebración que media entre Back in the USSR y Julia lo simboliza con un traspaso de poderes, un limbo entre el pasado y el presente, de la madre natural al goce de elecciones personales. Reafirmado este cruce del Rubicón, que en McCartney es vitalista con I will y en Lennon doloroso con la ya mencionada Julia, la última parte del Lp es un cúmulo de certezas dividido en dos partes, de Birthday a Long long long, de Revolution1 a Good night, que entierra lo pretérito y desde un renacimiento infantil augura un mañana donde la luz del nuevo día permitirá avanzar sin miedo a la incertidumbre.




Para leer más

domingo, 10 de octubre de 2010

El primer lost weekend de John Lennon (1968-1970) en Standdart




El primer lost weekend de John Lennon: Desbarajustes de un ser en búsqueda de su identidad (1968-1970) por Jordi Corominas i Julián

En 1980 John Lennon murió asesinado y se convirtió en santo. Sus pecados anteriores quedaron enterrados con su cuerpo. Se le recuerda como defensor de la paz y genio musical. Los estereotipos siempre ocultan tormentos y partes oscuras que conviene estudiar si queremos ser justos con la verdad. La historia canónica del chico de Woolton cita dos años de locura durante el primer lustro de los setenta, bienio conocido como The Lost Weekend por borracheras, desmanes y una falsa desmotivación que no fue tal. Hubo tiempos peores. La ruptura de The Beatles en la historiografía dedicada al cuarteto de Liverpool está mal estudiada y aún falta un texto que enmarque los hechos con precisión científica. A lo largo de estas páginas intentaremos entender como su primer líder se hundió entre 1968 y 1970. Precipitó los acontecimientos acompañado de una famosa japonesa. ¿La culpa es de Yoko Ono? La artista nipona activó resortes, pero los adultos somos responsables de nuestros actos.



Sexy sadie, what have you done: un hombre a la deriva.

El 12 de abril de 1968 John Lennon regresó a Londres acompañado de su mujer Cynthia, George Harrison, Pattie Boyd y el chiflado griego Alex Mardas, quien les convenció de que el Maharishi utilizaba su posición en el ashram de Rishikesh, donde llevaban dos meses en un curso de meditación trascendental, para obtener favores sexuales de las alumnas. El colapso de la paz afectó a Lennon. Durante el viaje se emborrachó y confesó a su esposa todas sus infidelidades. La rubia sumisa respiró aliviada y dejó pasar la tormenta creyendo que la retahíla de nombres era un retorno a la antigua confianza. Se equivocaba. El principio del fin asomaba por la ventanilla del avión.
Las cosas se calmaron durante un mes en la casa de Kenwood. John se drogaba como siempre y consumía televisión como un atontado. Faltaba poco para un viaje a Nueva York con Paul para promocionar Apple, el sello multidisciplinar de The Beatles con el que pretendían fundar el comunismo de occidente por el que cualquier persona con inquietudes tendría la posibilidad de publicar sus creaciones. La visita estadounidense fue como la seda. Ambos socios se compenetraron a las mil maravillas. La única diferencia entre ambos fue el naciente amor que el bajista sentía por la fotógrafa Linda Eastman. Lennon observó, camino del aeropuerto, como su compañero cogía la mano de la estadounidense de manera especial. Se alegraba y padecía porque su existencia iba por otros derroteros. Su ardor compositivo había cedido y, a diferencia de los inicios, ya no llevaba con firmeza el timón de la nave Fab Four. Paul era adicto al trabajo y se organizaba mejor: tenía siempre las ideas claras. Sin embargo, quedaban dos consuelos: Sus cócteles de pastillas y Yoko Ono, quien le mandaba cada dos por tres misteriosas notas que acrecentaban su curiosidad y le empujaban, sin saberlo, hacia un renacimiento cargado de dolor.



El dúo estelar de la música pop aterrizó en Heathrow el 16 de mayo. Dos días después Lennon convocó al grupo en la sede de Apple. Les iba a anunciar un mensaje de suma importancia: era Jesucristo. Los demás, hastiados por sus excentricidades, escucharon y callaron. No podían intuir que esa reunión era la última que iban a tener como verdadera unidad. El 19 de mayo John estaba solo en su mansión. Había mandado a Cynthia de vacaciones y se aburría como una ostra. Llamó a la japonesa, le pagó el taxi y la invitó a entrar. Le enseño varias cintas con sus grabaciones y decidieron registrar una que fuera sólo suya, publicada posteriormente bajo el título, menos famoso que la portada, Two Virgins. Transcurrió la noche, hicieron el amor al amanecer y al día siguiente Cynthia llegó y se encontró a su marido y a la extraña inquilina enfundados en sendas batas blancas. Love is free, free is love. Se inauguraba una historia de amor que liberaría a Lennon de muchas trabas y le sumiría en peligrosas adicciones con las que intentó superar la agonía de estar más que nunca ante los focos de la opinión pública mientras sonaban campanas de boda y su vieja banda se disolvía en pleno esplendor creativo.





The White Album y la anulación del individuo: John Lennon se transforma en John and Yoko, y viceversa.


El 30 de mayo la rutina volvió a Abbey Road con el inicio de las sesiones de grabación del álbum blanco, doble LP para el que Lennon llegaba preparado con más de quince nuevas composiciones y otro hallazgo más especial. El estudio 2 ya no era el dominio infranqueable de cuatro hombres y su productor George Martin. Yoko irrumpió para quedarse. Los chicos se consternaron. Paul intentó ser diplomático, pero George y Ringo se lo tomaron mucho peor, sobre todo cuando entendieron que la pareja de su compañero emitía opiniones sobre cómo tocaban los temas arguyendo que al conocer bien la música clásica tenía mayor capacidad auditiva para entender cuando un instrumento sonaba mal. Es increíble pensar lo fuerte que era la unión de The Beatles. Aguantaron eso y hasta dejaron que la japonesa participara en tres temas: Revolution 9, The continuing story of Bungalow Bill y Birthday. Asimismo Paul fue generoso y les dio todo su apoyo, dejando que vivieran en su casa de Cavendish Avenue hasta que se colapsó viendo la pasividad de los enamorados, quienes devoraban televisión y se drogaban a mansalva. Aún así estuvo con ellos la noche del 18 de junio, cuando todo el conjunto asistió a la representación teatral de los antiguos libros humorísticos de John en el Old Vic Teather. La prensa obtuvo la carnaza deseada. Por aquel entonces los prejuicios racistas eran numerosos en el Reino Unido. La bomba estalló y fue incontrolable. Las fans se histerizaron. Los rotativos se frotaron las manos. El infierno puede que sea eso y la heroína. Las tensiones entre los integrantes del cuarteto se incrementaron de la noche a la mañana. El trabajo se volvió un suplicio, con continuos enfrentamientos causados por el inusual comportamiento de John, celoso por otro éxito de Paul con Hey Jude ,que relegó Revolution a la cara B del primer single del sello Apple, y por la independencia de su principal partenaire artístico, obstinado en dirigir a sus amigos para salvar lo que George Martín, frase que sólo podía emitir un antiguo piloto de la RAF, definió como excesiva indisciplina mental. Ringo abandonó el grupo el 20 de agosto tras una estúpida discusión por el relleno de un tom-tom. A su regreso halló su batería ornada con flores. Las aguas se calmaron hasta el 9 de octubre, vigésimo octavo cumpleaños de Lennon, cuando la atmósfera se hizo irrespirable al grabar McCartney el tema Why Don’t we do it in the road sólo con la ayuda de Starr. Era una composición muy del gusto de John y ello provocó su ira, como si su otrora hermano lo hubiese dejado de lado. En realidad no hacía nada de eso. Había un plazo de entrega para el disco y tocaba meter toda la carne en el asador para completar la épica compilación de treinta canciones en las que, si se analiza la labor de cada beatle, John fue avaro para con los demás al no tocar en varios temas de George Harrison y desdeñar varios esfuerzos de McCartney, como sucedió con la controvertida, porque para gustos los colores, Ob-la di, ob-la da, donde no obstante contribuyó con el alegre piano de apertura.



Drogas, divorcios, peleas y descomposición.

La armonía retornó durante veinticuatro heroicas horas entre el 15 y el 16 de octubre, cuando junto a Paul y George Martin montó las cuatro caras del álbum blanco. Dos jornadas más tarde fue detenido junto a Yoko Ono en Montagu Square, calle en la que Ringo les dejó una casa para que convivieran. La intervención policial, de la que habían sido advertidos con anterioridad, precipitó el aborto de Yoko y la obtención de la custodia de Julian Lennon por parte de Cynthia, pues John admitió el adulterio. El juicio por posesión ilícita de resina de cannabis se saldó con una multa de 150 libras y el pago de 20 guineas por las costas del juicio. Mencionamos la sentencia porque será decisiva en el futuro norteamericano de Lennon, dado que el gobierno Nixon se basó en ella para negarle la carta verde de residente en Estados Unidos.

Como pueden entender, las condiciones no eran las más propicias para emprender un nuevo proyecto Beatle. El álbum blanco se vendía como rosquillas, las críticas eran excelentes y había margen para descansar. El cúmulo de circunstancias era demasiado fuerte. A todas las ya mencionadas desgraciadas se unió, por conservadurismo e hipocresía de aquel tiempo histórico, la campaña de destrucción causada por la portada de Two Virgins con la inseparable pareja fotografiada tal como vino al mundo. Les llovieron los reproches y ellos, inasequibles al desaliento, siguieron consumiendo heroína. El 18 de diciembre aparecieron en el Royal Albert Hall, que seguía sin sus cuatro mil agujeros vaticinados en A day in the life, dentro de un gran saco blanco, acto inaugural de sus locuras que revolucionaron el planeta por su vanguardista actitud para pedir la paz, actividades que tuvieron su apogeo entre 1969 y 1970 con el bed-in, la canción Give peace a chance y el famoso cartel War is over if you want.

Paul McCartney era incapaz de entender la palabra reposo.

Su vida eran The Beatles. Creía en el grupo y desde hacía un tiempo rabiaba por volver a pisar un escenario y demostrar al mundo que el cuarteto seguía siendo todo un espectáculo en directo. Algunos historiadores opinan que el gran error de los de Liverpool fue no anunciar el fin de las giras cuando dieron su último concierto el 29 de agosto de 1966 en el Candlestick Park de San Francisco porque mantuvieron la expectación de un retorno a las giras, algo que el bajista aprovechó para convencer a sus amigos de volver a los orígenes, prescindir de todos los arreglos de producción, apostar por la simplicidad y grabar un único concierto como colofón de un documental que se completaría con los ensayos previos al show. Ese proyecto, supuesta ruina de desentendimiento, se título Get Back y fue dirigido cinematográficamente por Michael Lindsay- Hogg, quien poco podía suponer que estaba asistiendo al desmoronamiento de uno de los mayores mitos del siglo XX. Del vuelve se paso al déjalo estar. Let it be. Fueron sesiones muy productivas que dieron para un LP, publicado en 1970, y un sinfín de canciones que servirían tanto para Abbey Road como para los primeros trabajos en solitario de los integrantes de la banda.
Las sesiones comenzaron el dos de enero de 1969 en situaciones más bien poco agradecidas. The Beatles estaban acostumbrados a trabajar en horarios nocturnos y adaptarse a levantarse por la mañana y a las luces psicodélicas instaladas para el rodaje en Twickenham fue un íncubo incrementado por el comportamiento de John, acompañado de Yoko hasta para ir al baño. Varias fueron las gotas que colmaron el vaso. El 8 de enero George, crecido por un reciente viaje a EE.UU donde pasó varias semanas con Bob Dylan, y su antiguo ídolo de adolescencia llegaron a las manos; el diez el guitarrista dejó el grupo víctima de la tensión, rematada por la actitud marimandona de McCartney, quien le decía cómo debía tocar su instrumento. El desbarajuste alcanzó cotas surrealistas cuando el 13 John decidió que Yoko seria su portavoz. Al día siguiente lo entrevistó la televisión canadiense y apenas podía balbucear por el efecto de la heroína. Palidez mortal, habla atropellada, pensamiento confuso. ¿Quieren más? El 18 Lennon declaró que Apple estaba a punto de quebrar. Paul pudo arreglarlo, pero el daño estaba hecho. Quedaba la música, donde Lennon apenas contribuyó con Don’t Let me down, obras menores como I dig a pony y viejas canciones de 1968 como Across the Universe, aunque el esfuerzo de ese turbulento enero dio sus frutos con la génesis de una de las composiciones más importantes e hipnóticas de la historia del grupo: I want you, completada meses más tarde durante las sesiones de Abbey Road.




¿And in the end the love you take is equal to the love you make?: Beatledammerung.

Toda ruptura tiene un preludio. En el caso de The Beatles la muerte de Brian Epstein, acaecida el 27 de agosto de 1967, fue la mecha que prendió el fuego. Tras el éxito del Pepper los chicos se sentían los dioses de la contemporaneidad. Jugaron todo al rojo y creyeron que podían autogestionarse. Apple resultó ser una interesante iniciativa que descubrió artistas de relumbrón, pero se les fue de las manos, y su generosidad tuvo mucho que ver en el asunto. Sus amigos de toda la vida tomaron la sede de Savile Row n3 como una Babilonia en miniatura. Se acumularon facturas astronómicas hasta que entendieron que necesitaban un coordinador que pusiera orden. John eligió a Allen Klein, de quien Mick Jagger comentó que estaba bien si les gustaban ese tipo de cosas. Klein era un tipo rudo hábil en los negocios que contrastaba con la opción elegida por Paul McCartney: Lee Eastman, padre de su novia Linda y futuro pilar de la fortuna económica que el compositor de Eleanor Rigby cimentaría a lo largo de las siguientes décadas. Lennon y Yoko se aliaron con el burdo norteamericano hasta desquiciar a Eastman en una reunión en el Hotel Claridge. Ringo y George estaban presentes y aceptaron a Klein, lo que no estaba dispuesto a hacer Paul. Aguantó hasta el 9 de mayo, día en que una acalorada discusión, McCartney quería que el nuevo manager se llevara un porcentaje menor de representación, cerró la puerta al acuerdo colectivo. Esos no fueron los únicos problemas económicos. La actitud irreverente de John hizo que las acciones de Northern songs se tambalearan en el parqué de la bolsa londinense. Sin avisar a nadie Dick James vendió el 23% de sus acciones a Lew Grade, que con estas sumaba el 35% del total, pues su conglomerado televisivo ya poseía un 12%. El magnate hizo una oferta para comprar el resto de la sociedad. The Beatles, esta vez bajo la dirección conjunta de Allen Klein, decidieron ir a por la mayoría de acciones. John y Paul tenían un 15% cada uno y los otros dos componentes del grupo tenían un 16%. Faltaba poco para obtener la mayoría de capital y casi alcanzaron un acuerdo con los representantes de un consorcio de la City que tenían en su haber el 14% de las acciones. En una de las reuniones Lennon perdió los nervios y gritó que estaba harto de que siempre le anduvieran jodiendo los mismos tíos de corbata sin mover el culo de sus poltronas. Esos señores cambiaron de bando y todo se fue al garete, desde un acuerdo para prolongar su compromiso creativo con Paul más allá de 1973 hasta la propiedad de Northern Songs y sus perlas en forma de canciones.

La desbandada general podía salvarse. McCartney llamó a George Martin para pedirle si quería producir con ellos un disco como los de antes, es decir, con una producción correcta y colaboración en equipo. Todos estaban de acuerdo y esa aventura terminó llamándose Abbey Road, LP donde se trabajó en buena sintonía salvo en determinados momentos. Justo antes de empezar las sesiones John, que tenía el carné pero apenas sabía conducir, tuvo un accidente el primero de julio de 1969 mientras circulaba por Golspie, en el norte de Escocia. Se recuperó antes que Yoko, quien fiel a su hábito asistió a las horas de estudio sentada en una cama que hicieron transportar desde Harrod’s.



Las crónicas dicen que ese verano fue tranquilo. Otros, entre ellos Geoff Emerick, dicen que The Beatles se comportaban con muchas ínfulas. ¿Qué grupo es capaz de realizar tres excelsas piezas de arte durante un año de crisis? Saben la respuesta, pero si Abbey Road es tan soberbio se debe en parte a su montaje, casi estropeado por el egocentrismo de Lennon. Algunos de sus ataques anti-McCartney incluían dividir las dos caras del LP para que no coincidieran sus canciones con las de su antiguo socio, líder del cuarteto e impulsor junto a George Martin de la espléndida cara B, suite sinfónica en la que nuestro protagonista participó con una canción nueva, Sun King, y dos trozos recuperados del viaje a la India: Mean Mister Mustard y Polythene Pam. Tan grande era la tensión que Ian MacDonald recoge en su espléndido Revolution in the head que en una ocasión Lennon persiguió a McCartney hasta su casa y rompió uno de sus cuadros favoritos que él mismo le había regalado. Las fotos del 23 de agosto de 1969, tres días después de terminar su colaboración, hablan por si mismas. Las sonrisas escasean y todos evitan mirarse, lo que se traduciría en la ruptura definitiva del 20 de septiembre de 1969, cuando, tras actuar en Toronto con la Plastic Ono Band, John pidió el divorcio a Paul, mantenido en secreto hasta el diez de abril de 1970, cuando McCartney, harto del desdén de sus compañeros y del deliberado sabotaje por parte de Phil Spector en la producción de The Long and winding road, publicó su primer trabajo en solitario, que contenía en su interior una entrevista dirigida donde se anunciaba el fin de la mítica colaboración que transformó la historia de la cultura popular del siglo XX.

Durante ese período Lennon prosigue con su crisis, disimulada por su activismo y un mínimo brillo musical. Renunció a su título de Baronet del Imperio Británico por la guerras de Biafra, Nigeria y Vietnam y porque Cold Turkey había bajado en las listas, se cortó el pelo, fue elegido hombre de la década y personaje ridículo de 1969 y, finalmente, saldó su combate con la adicción y la inseguridad a través de un libro que le dio luz y le llevó a la terapia primal de Janov, elemento imprescindible para entender una obra tan sincera y carente de artificio como su John Lennon- Plastic Ono Band. The dream is over.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Los cerdos de George Harrison y la sociedad catalana en Bcn Week


Los cerdos de George Harrison y la sociedad catalana: una profecía by Jean Martin du Bruit

Mare de Déu, cridà el gos a la guineu un matí d’aquells on l’estiu desitja morir i la tardor jura amor de puta a la puntualitat britànica. Sonà el despertador, era tard i el president Montilla convocava eleccions. De cop i volta trucaren a la porta. Un home sense calçotets volia vendre’m calçots. Cridava i la força dels seus cops m’espantà. El silenci tornà fins que una nota lliscà veloç fins als meus peus. El remitent era l’associació catalana de pernils i atzavares. Em pregaven en nom de Madolf Jitla que llegís atentamente el contingut del sobre. Vaig obrir-lo i el text parlà clar i castellà.

Querido Jean Martin,
Es un motivo de Honda y Yamaha satisfacción escribirte para que difundas el hallazgo de una profecía esencial de la situación política de Cataluña antes de la inminente consulta electoral que elegirá al próximo presidente de la Generalitat. Corren malos tiempos, pero nosotros vivimos en el regocijo de haber derribado el mito de Nostradamus. El verdadero oráculo de nuestra época es George Harrison, que en paz descanse, el único que con pocas palabras abarca toda la dimensión de nuestra inevitable tragedia. En 1968 compuso Piggies, una canción con un tono muy de su estilo, con el guitarrista predicando como un dios enfurecido, siempre sentencioso y soberbio pese a su poco tiempo transcurrido en el planeta. Vayamos al grano. Leyendo atentamente la letra hemos comprendido como en Abbey Road sabían el destino del Principado y la sumisión de sus ciudadanos a la burguesía que nunca se cubre de mugre porque la propaga. Sus acciones siempre quedarán impolutas y Convergència ganará holgadamente porque nadie parece preocuparse de su burla corrupta, compartida como bien sabe usted, que ha sufrido en sus carnes cómo se recauda dinero a costa de bolsillos modestos, por la municipalidad socialista. En fin Pilarín, resulta que George, el Beatle silencioso, lo plasmó para el mundo hace ya 42 primaveras. ¡Un hombre de Liverpool preocupado por la cita con las urnas de 2010. Fascinante. El tema empieza con una dulzura turbia que la música incrementa, con el bajo simulando gruñidos y tape-loops ciertamente cerdunos. El tono es de fábula barroca, nos van a contar un cuento, y la referencia animal bebe de Orwell y su mítica Rebelión en la granja. La humanización de estos mamíferos introduce al oyente en la atmosfera que las cosas no son cómo parecen. Have you seen the little piggies crawling in the dirt? And for all the little piggies life is getting worse, always having dirt to play around in. Los pequeños cerditos, nosotros, nos arrastramos por la mugre. No importa que todo vaya de mal en peor. Siempre tendremos la mugre para jugar, para ahondar la herida del sueldo de barreño, las facturas, la incapacidad del Estado para tomar medidas, la precariedad y las continuas frustraciones diarias. Siempre queda la mierda, microscosmos para la mayoría impotente resignada a tragar lo impuesto.
La segunda estrofa nada hacia la diferencia. De lo pequeño vamos a lo grande, y es curioso resaltar cómo aquí más es oligárquico y el menos engloba al pueblo. Have you seen the bigger piggies in their starched white shirts? You will find the bigger piggies stirring up the dirt, always have clean shirts to play around in. Los de las camisas almidonadas remueven la mugre y nunca se manchan porque su reino no es de este mundo. Pueden saquear el Palau de la Música, financiar ilegalmente partidos y ser muy chorizos con la corrupción urbanística, pero siempre saldrán impunes y con la mejor de sus sonrisas para dar una imagen neutra y pestilente que es su seña de identidad clave. Los grandes cerdos nos han convertido en peones del tablero que tienen en su parque de recreo. Harrison se crispa. Su voz adquiere la textura de un cabreo en el abismo de la indignación. Constata la otredad del poderoso y su desconexión de la realidad. In their styes with all their backing they don’t care what goes on around. Fuentes cercanas a nuestra cúpula se escalofriaron hace poco como el sistema manipula la ilusión del común de los mortales con ese encuentro de nuevos catalanes, los inmigrantes, subyugados en el Fossar de les Moreres por la patética figura de Artur Mas. Las banderas y el papel de water. Montilla dice que ha construido más metro que su rival. George da puñetazos vocales y alcanza una catarsis de rabia. In their eyes there’s something lacking, what they need is a dawn good whacking. Sus mirades carecen de muchas cosas. Usted las reconoce y por eso le hemos mandado esta epístola. Ellos necesitan una buena paliza. Este verso da pruebas de las virtudes oraculares de la decimosegunda canción del White Album. Una buena profecía debe poder ser interpretada, no ha de marcar el camino de manera excesivamente diáfana. ¿Qué tipo de paliza? ¿Con fuets Tarradellas en plan flagelación? No, el golpe urge en las papeletas del ciudadano o en su abstención ese domingo resacoso de Barça-Madrid el día antes. Voto en blanco o abstención, dos medidas válidas que pueden suplirse votando a un partido desconocido, pues los cinco grandes bloques que suelen tener representación no merecen nuestra confianza. Todo seguirá igual. Canibalismo. Enfrenta a los semejantes y ganarás la partida. Everywhere there lots of piggies living piggy lives. No están en Collserola o paseando por Plaza Lesseps. You can see them out for dinner, porque gozan del ocio posmoderno y saliendo del hogar abandonan sus fantasmas para redundar en el consumismo, with their piggy wiwes, clutching forks and knives to eat their bacon. Es una masacre. La normalidad debe rebelarse para evitat esta antropofagia y derribar la prepotencia de los cerdos que dirigen nuestro destino desde sus escaños y tejemanejes económicos amparados en una bula papal que nadie recuerda.

Aquella nit vaig dormir, però abans de tancar els ulls vaig pensar en un altre vers de Harrison. And my advice for those who die, declare the pennies on your eyes. Si tot segueix així no podrem complir antics rituals mortuoris. Fareu cas l’associació catalana de pernils i atzavares? El negre de Banyoles us ho agrairà.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Matemática Beatle (VI) en Panfleto Calidoscopio





La primera frontera del White Album

Por Jordi Corominas i Julián


“Twenty songs were written while we were in India and the other ten we have written in the time since we came back to London. There is no central theme to the songs, they aren’t even about a thing on particular. They’re just songs. They’re not even particularly connected”. (Paul McCartney hablando sobre las canciones del White Album)

“It would certainly be unfair to blame Yoko Ono for the purely musical differences that erupted during the making of the White Album. Nonetheless, her constant presence undoubtedly served as the catalyst for the tensions that might otherwise have remained dormant, or has been resolved more amicably". (Pete Shotton, sobre la influencia de Yoko en el malestar Beatle durante la elaboración del White Album)

“The Pepper myth is bigger, but the music on the White Album is far superior, I think. I wrote a lot of good stuff on that. I like all the stuff I did on that and the other stuff as well. I like the whole album". (John Lennon hablando sobre la calidad musical del White Album)




Diferente. Único. Excepcional. Treinta canciones. Cuatro caras. Dos álbumes. Ringo abandonando las sesiones. Una japonesa en el estudio. Roces, desbarajustes, ausencias, preludios, genialidades. La elaboración de The Beatles, nombre original del popularmente conocido como White Album, fue un terremoto que tuvo graves consecuencias en el futuro de la banda de Liverpool por lo intenso de esos cinco meses donde las tensiones emergieron a la superficie y la música amenazó con verse postergada en el marasmo de una lucha de tres egos estallando hasta lo insoportable. La ambición era máxima, la tarea titánica y el resultado fue una obra heterogénea, reflejo individual de cada uno de los componentes del cuarteto y suma colectiva de sus virtudes, desatadas en el intento de demostrar que el pop no podía ni debía ceñirse a un estilo, entregadas a la causa de erigir un monumento intocable que cuarenta años después ha alcanzado la inmortalidad desde una atmósfera oscura, como si las composiciones del blanco estuvieran envueltas en una neblina que presagiase una tétrica explosión, nada extraño si consideramos los cambios que se produjeron mientras los chicos luchaban por sacar adelante un disco en que sus disensiones relucieron y la magia empezó a evaporarse sin avisar, fugaz tormenta de descalabro. Varios son los factores que explican el fin del eterno entendimiento entre Paul, Ringo, George y John, siendo éste último el más que probable artífice del malestar por múltiples motivos, entre los que cabe mencionar su renacimiento de la mano de Yoko Ono, musa maltratada por la historiografía que irrumpió en el estudio y hasta se permitió el lujo de opinar sobre la labor del cuarteto porque decía poder distinguir el sonido de cada instrumento por separado al haber estudiado música clásica. Esta y otras tonterías de la mujer más odiada del globo terráqueo enrarecieron el clima, pútrido hasta lo indescriptible desde la violación de la privacidad y la sensación de padecer la constante presencia de un pepito grillo poco amable, deleznable en fondo y actitud, cínico y socarrón, estúpido y enfermizo en su soberbia teñida de vanguardismo. The Beatles siempre habían sido una unidad irrompible, y la presencia de esa casi desconocida en el templo de Abbey Road significó un punto de inflexión que Lennon alentó con su sobreexposición pública junto a su nueva pareja entre bellotas, presentaciones cinematográficas, actividades artísticas, arrestos policiales y la absurdidad de querer hacer todo juntos, desde el amor hasta caer en la trampa de la heroína. La implicación del otrora líder del conjunto disminuyó y McCartney, quien ya había tomado el relevo al morir Brian Epstein, cogió las riendas de un caballo que amenazaba con desbocarse y desaparecer en pleno auge de su belleza, lo que impidió el bajista dirigiendo a sus compañeros con mano firme, quizá demasiada, pues por aquel entonces el más joven de todos ellos, George Harrison, iba percatándose de su talento compositivo y pedía a gritos mayor protagonismo, dando por finiquitado el tiempo en que se conformaba con dos canciones por álbum y una palmadita en la espalda. El crecimiento del benjamín fue una bocanada de aire fresco bien aceptada por los demás, sumamente estresados por el envite asumido. Sólo ellos podían culminar un doble Lp de calidad y presentarlo al mundo con la garantía del éxito asegurado. La presión era enorme. Trabajaron en estudios separados, surgiendo así fricciones que pusieron de los nervios a colaboradores como el ingeniero de sonido Geoff Emerick, quien abandonó las sesiones disgustado por tanta mala educación, y el productor George Martin, quien se tomó unas vacaciones al hartarse de las chiquilladas de los Fab, lo que no fue obstáculo para su participación en las históricas 24 horas transcurridas entre el 16 y el 17 de octubre de 1968, ensamblando junto a Lennon y McCartney los treinta temas del épico disco, número que siempre juzgó excesivo, pues en su opinión hubiese sido mejor crear una colección más reducida y preciosista, una joya que hubiese perdido muchos quilates descartando alguna de las perlas que llenan los noventa y cinco minutos de los dos vinilos favoritos de Ringo junto a la cara B de Abbey Road. El batería tiene su parte de protagonismo en The White Album porque el 22 de agosto de 1968 dejó sus baquetas y dijo adiós a las sesiones, derrotado por la machacona insistencia de McCartney, autoritario y mandón, obsesionado con la perfección del detalle, discutiendo por un redoble de tambor sin considerar que su compañero era uno de los mejores baterías del universo pop; George y John se quedaron de piedra cuando el más dócil, a quien todo solía parecerle bien, dijo basta y se fue dos semanas de vacaciones junto a su amigo Peter Sellers, anclado con su yate en Cerdeña. Back in the USSR quedó tocada de muerte, clamando por su salvación. Al cabo de dos semanas regresó y se encontró con su batería repleta de flores dándole la bienvenida, sintiéndose así integrado para disipar dudas de ninguneo.

Para leer más

jueves, 5 de agosto de 2010

Matemática Beatle V en Panfleto Calidoscopio




Matemática Beatle V por Jordi Corominas i Julián.



“After Brian died, we collapsed. Paul took over and supposedly led us. But what is leading us,when we went round in circles? We broke up then. That was the disintegration.” John Lennon, entrevista concedida a Rolling Stone, diciembre de 1970.

“From my point of view, it is the only place to be, really. For every human, it is a quest to find the answer as to Why are we here? Who I am? Where Did I come from? Where am I going? That, to me, became the only important thing in my life. Everything else is secondary. There is no alternative". George Harrison sobre el viaje a Rishikesh, India, febrero de 1968.

“It’s a controlled weirdness, a kind of western communism. We want to help people but without doing it like a charity. We always had to go to the big men on our knees and touch our forelocks and say, Please can we do so and so...? We’re in the happy position of not needing any more money, so for the first time the bosses aren’t in it for a profit". Paul McCartney sobre Apple en el Tonight Show de la CBS, 12 de mayo de 1968.




El Sgt. Pepper supuso un indudable antes y después en la trayectoria de The Beatles. Los meses encerrados en Abbey Road y la gran ambición del álbum, auténtico manifiesto de los años sesenta, convirtieron al cuarteto de Liverpool, que de la noche a la mañana mutó de entretenimiento comercial a fenómeno artístico vanguardista tanto por contenido como por actitud. Los buenos muchachos condecorados por su majestad se habían quitado la careta mostrando todo su potencial, se sintieron libres al estar fuera de los focos públicos y sorprendieron una vez más a un mundo en constante transformación, donde ya no era posible la unión intergeneracional acaecida entre 1962 y 1966. Las canciones, los atuendos y las proclamas indicaban una ruptura que la Historia fechó en mayo del 68, en esas idealizadas barricadas de París y el prohibido prohibir. La lucha empezó antes desde una vertiente artística que se volvió combativa mediante algunos caballos de batalla que enfrentaban a los mayores con la generación de las flores. En este sentido cabe remarcar como el conjunto se implicó en los meses posteriores a la salida de su emblemático Lp en varias actividades centradas en defender determinado consumo de drogas. El veinticuatro de julio de 1967 The times publicó un manifiesto firmado por un nutrido grupo de personalidades británicas donde se arremetía contra la ley antimarihuana. Paul McCartney instigó a sus compañeros y a Brian Epstein a pagar las mil ochocientas libras que costó publicar el texto en el periódico, erigiéndose como adalid de la causa al declarar el 19 de junio ante las cámaras de la BBC que había consumido LSD, dejando bien claro al periodista que le entrevistó las consecuencias de difundir sus palabras porque cualquier cosa Beatle era un reclamo para los más jóvenes. El consumo de estupefacientes es una decisión personal, como también lo fue en su momento la opción por la meditación trascendental que llevaría a nuestros protagonistas a la India para aprender junto al complejo Maharishi, un individuo pleno de luces y sombras. El verdadero problema de la época posterior al Pepper radicaba en la transformación y aceptación de la nueva imagen. Tras el fin de las giras se acabó el ser peleles mediáticos, graciosos y risueños. Cada uno de los miembros de la banda vio un horizonte creativo e individual más rico, con rutas abiertas que permitían un crecimiento infinito. Asumieron con naturalidad el papel de portavoces generacionales y expresaron sin tapujos sus puntos de vista, siendo coherentes porque su teoría se practicaba en armonía, con el único defecto de ensalzar la burbuja y no contemplar su fragilidad, porque al fin y al cabo ser valiente y lanzarse al arduo ruedo siempre conlleva la doble presión del yo y el colectivo, bestia con suma facilidad para la crítica. La unión indestructible se consolidó hasta alcanzar el cenit, preludio de unos nubarrones que oscurecerían un cielo demasiado límpido, tanto que cuando estalló la tormenta nadie quedó a salvo de su ira.






Inercia y confianza absoluta: excesiva indisciplina mental

Ian MacDonald juzga el fin del apogeo musical Beatle tras la finalización del Pepper. Su idea viene argumentada por la relajación del horario de estudio, donde eran los reyes y podían grabar cuando se les antojara, algo que hacían con frecuencia, siempre siguiendo sus comentarios, porque su valoración de su propia obra estaba condicionada por el consumo de drogas, lo que les hizo indulgentes al creer, como luego corroboraría la factoría Apple, en la sencillez del acto creativo, al abasto de cualquier mortal. El criterio del fallecido musicólogo tiene partes de razón. Es innegable la inyección de infalibilidad que supuso despojarse de la máscara y exhibir autenticidad a raudales. El veinticinco de abril de 1967 Abbey Road volvió a recibir la visita de sus hijos predilectos. Paul McCartney volvía de un viaje por Estados Unidos y, como casi siempre, llegaba con una nueva idea. Se trataba de recuperar a través de una película la vieja tradición de los mistery tour, recorridos en autobús donde los pasajeros iban a ciegas, desconociendo su destino. La propuesta gustó y la canción que dio título a la película más experimental del cuarteto se terminó en tres divertidas sesiones. Era una buena pieza de inicio, con agitación, movimiento, términos clave y un final pianístico que abría el misterio, la incertidumbre que rodea toda aventura. El filme no se rodó hasta septiembre, pero tras registrar su tema emblema la energía seguía inalterable, y entre el tres de mayo y el ocho de junio de 1967 se gestaron otras cuatro canciones de las que sólo una se consideró óptima para su publicación inmediata. Baby you’re a rich man mezclaba una letra de felicidad hippie con un bajo estrepitoso que dominaba la melodía, lo que será constante a lo largo de la última fase del conjunto, con McCartney llevando las riendas con su exuberante hiperactividad, desmedida para quienes querían un respiro y no podían seguirle el ritmo. Al mismo tiempo Paul se dejaba contagiar por el aire de diversión que empapaba las actividades del grupo, lanzado en la experimentación y sin límites, pues de otro modo no sería explicable que los restantes títulos de esos 35 días fueran tan dispares entre sí. All together now es carne de estadio de fútbol, cántico goliardo de animación a las cuatro de la mañana, un disparate que después se maquilló al cerrar el filme Yellow Submarine con graciosas imágenes de los cuatro. It’s all too much es el himno del verano del amor de Harrison, canción que engancha por su ritmo celebrativo y los instrumentos de viento anunciando una fiesta de transformación lisérgica, mientras You Know my name (look up the number) es un brillante juego lennoniano sacado de un listín telefónico. La composición evolucionó hasta una textura entre el humor Goon y el music hall, contando con la participación de Brian Jones en el saxo. Todas estas invenciones, incluidas en posteriores trabajos, recibieron su colofón el veinticinco de junio en Our World, evento mundial que congregó a más de cuatrocientos millones de espectadores delante del televisor para ver cómo The Beatles tejían una melodía del amor con All you need is love. La policromía, múltiples caras conocidas y un tema pegajoso, con autocrítica incluida, dotaron a ese instante de una magia especial. Love is all you need. Era un verdadero clímax, antesala inocente de unos veinteañeros que no tocarían en el mítico festival de Monterrey aun mandando su apoyo, antesala cargada de ingenuidad que terminaría con brusquedad al pisar Harrison el paraíso hippie de Haight Ashbury en San Francisco y comprobar que las reacciones histéricas en su presencia eran la norma. Nada nuevo bajo el sol por mucho que ellos, amados en todo el orbe, quisieran marcar tendencia y promulgar las virtudes de la comunidad yendo a Grecia hacia finales de julio, gobernada por una dictadura fascista, para calibrar si era viable comprar la Isla de Leslos e instalar cuatro residencias y un estudio de grabación, utopía hippie valorada en noventa mil esterlinas, desechada quizá por lo británico de los ídolos del momento y el alud de compromisos a realizar en Londres, con una agenda que iba desde un encuentro fotográfico con Richard Avedon hasta la colaboración de Paul y John en los coros de We love you de The Rolling Stones. Los príncipes del pop vivían un esplendor sobrenatural al que sólo le faltaba plena aplicación, una purga que remediara sus contradicciones y les confiriera pureza mental. Creyeron hallarla el veinticuatro de agosto en el Hotel Hilton asistiendo a una conferencia del Maharishi Mahesh Yogi, un santón hindú que llevaba más de diez años dando vueltas por el mundo mientras fundaba centenares de establecimientos dedicados a la meditación trascendental. Al día siguiente, tan entusiasmados estaban con la perspectiva de iluminarse, subieron a un tren para concurrir en Bangor, Gales, a un seminario del maestro. El veintisiete de agosto una llamada telefónica truncó el sueño: Brian Epstein había muerto de una sobredosis accidental en su apartamento del lujoso barrio de Belgravia.

Para leer más