jueves, 20 de diciembre de 2012

El truco preferido de Satán de Walter Benjamin en Revista de Letras


La inmensa poética de una Biblia de la modernidad: “El truco preferido de Satán”, de Walter Benjamin

Por  | Portada | 18.12.12
El truco preferido de Satán. Walter Benjamín
Traducción de Vicente Forés y Jenaro Talens
Fotografías de Alberto García-Alix
Prólogo de Jenaro Talens
Epílogo de Nicolás Combarro
Salto de Página (Madrid, 2012)
No ha existido ninguna época que, en un sentido excéntrico, no se considerara “moderna” y no se creyera de forma inmediata ante un abismo. La conciencia desesperadamente clara de encontrarse inmersa en una decisiva crisis es crónica en la humanidad. Cada tiempo se cree sin remedio tiempo nuevo. Lo “moderno”, sin embargo, es exactamente en este sentido distinto, como lo son las diferentes facetas del calidoscopio”.
España es un país donde la cita de un gran nombre apenas leído vende bien, como si quien lo mencionara ganara a partir de entonces prestigio de sapiencia cosmopolita. Walter Benjamin, y Kafka en menor medida al ser más accesible, es el paradigma de esta tendencia que quizá encierre un profundo complejo de inferioridad, como si la mera alusión al filósofo alemán sirviera para encerrar fantasmas en una jaula dorada inaccesible para muchos profanos, ignaros a la verdad de la impostura.
Lo cierto es que la obra fundamental del hombre que se suicidó en Portbou es inmensa e inaccesible por varios motivos, entre ellos el precio. Hará cinco años compré el Libro de los pasajes por la friolera de ciento tres euros. Lo leí como quien juega a las sortes virgilianae, al azar, por imposibilidad de encontrar calma para devorarlo y resignación ante el monumento que tenía entre mis manos.
Por eso para conocer hay que introducirse en la senda sin miedo, pero con garantías que la iniciación dará el estímulo para continuar el camino. En este sentido, y casi en todos los demás, hay que aplaudir la arriesgada apuesta de Salto de Página al editar a Benjamin con un formato innovador y sumamente subjetivo. El resultado es El truco preferido de Satán, volumen que mezcla los textos de los pasajes del teutón con fotografías de Alberto García-Alix. El rizo se riza porque esta peculiar unión, que tiene mucho más sentido de lo que parece a primera vista, se publica en la colección de poesía de la editorial madrileña. ¿Poesía?
Sí, y de muchos quilates. El pensamiento impregnado de lirismo responde a observaciones que captan metamorfosis y se contextualizan en una quête infinita a partir de la revolución que supone el boomurbano del siglo XIX con París vestida de faro mundial que Benjamin elige para ubicar sus pesquisas.
En las áreas de las que nos ocupamos, la comprensión sólo se produce en forma de relámpagos. El texto es el largo trueno que los sigue”.
Walter Benjamin (foto: D.P.)
Podemos analizar los fragmentos de los pasajes como aforismos que con bien poco dicen mucho. Abruma la claridad con que se exponen conceptos y cómo se interseccionan líneas que en apariencia están completamente desconectadas entre sí. Y ello se produce con toda lógica, como si este paseo por partes concretas de la modernidad fuera una especie de sueño, única esperanza del hombre contemporáneo para traspasar umbrales y alcanzar una condición mística que enlaza fases entre lo real y el mundo onírico.
En la Barcelona del siglo XIX, siguiendo la moda proveniente del norte, se construyeron pasajes. Circular por ellos es entender cómo el capitalismo quiso tender sus redes de deseo con sutileza al situar en los laterales de estos enclaves un sinfín de escaparates que atrapaban al ciudadano hasta convertirlo en consumidor. Antes, sin embargo, fueron otra cosa, lugares mágicos que generaban un extrañamiento que entronca con un gen primigenio, el de la magia de Alicia, atrapar puertas inauditas y sumergirse en ellas para volver, una vez las hemos abandonado, a la normalidad de la calle y su fango escurridizo, siempre más volátil. Decía Karl Marx que todo lo sólido se desvanece en el aire, y yo añadiría que en demasiadas ocasiones mostramos poca atención por los vericuetos del espacio que nos rodea.
Benjamin tenía una mente privilegiada y un ojo excepcional. De la deriva económica salta a la técnica. El hierro y el vidrio, elementos simples, funcionales, aptos para un sistema como el que encumbraba lo decimonónico, cuando vislumbramos que debíamos entendernos por fuerza con la máquina. Por eso el modernismo agregó elementos decorativos en su arquitectura, porque ya no valía el simple armazón, había que añadir ornamentos que destruyeran la brusquedad de lo veloz, de tanta racionalidad al servicio de un ente perverso. Loos definió esta decoración infame como delito, y la parte textual de El truco preferido de Satán asiente encantado, no sin avisarnos que el Art nouveau apuntaba otros crímenes más benéficos, como la publicidad, que desde ese momento cobra carta artística y se instala en nuestras mentes al formar parte del entorno exterior, desnudo y complejo.
El interior queda reservado para estructuras que se asemejan a matrioskas, con la burguesía entusiasmada con los estuches que ocultan objetos, vacua protección, estética de la estética que indica sofisticación y un mixto entre anhelo de privacidad y voluntad exhibicionista.
El flâneur sintetiza ambas facetas y las destruye de cara a la galería. En un mundo donde los ítems de consumo están a la vista de cualquier ser vivo, en un universo donde la moda ya inicia la tendencia, tienen que existir individuos que se distingan de la masa que puede acudir a los grandes almacenes. El flâneur, del que Baudelaire es su quintaesencia, debería haber nacido en Roma, pero la época quiso que París se llevara la palma, con sus recodos estudiados hasta la saciedad, con sus avenidas empeñadas en anunciar labuona novella del adiós al pasado y el saludo a un presente fulgurante. El poeta de Las flores del Malencarna la duda, la epifanía de las esquinas, la intoxicación de pasear extasiándose y un cóctel explosivo que le otorga divinidad  al ser omnipresente en su juego dentro de la cuadrícula, omnisapiente en su afán de estudio y sumamente poderoso al controlar con sus pasos el pulso de la ciudad. Esa es la clave de Satán, una deidad del séptimo día que escarba con ahínco en su sociedad y se viste de dandi demiurgo para alzar un altar que desde lo básico alcance lo metafísico. El ocio deviene un campo de seriedad analítica sin más solemnidad que la que se vive como muestra la famosa anécdota del bardo que deja caer la corona de laurel en Los Campos Elíseos justo antes de entrar en un burdel. Pies en el suelo, cerebro hodierno consciente de la necesidad de desterrar lo pretérito en una caja que sólo sirva como conocimiento para aprehender mejor lo que acaece aquí y ahora.
Podría extenderme más, pero eso significaría aparcar el sentido de la combinación de imagen y palabras. Poco puedo añadir que no se haya dicho ya del genio fotográfico de Alberto García-Alix. En el caso que nos concierne sus instantáneas encajan con las teselas benjaminianas al existir entre ambos un vínculo que indaga en la ciudad, que se erige en prima donna, escenario que además de movimiento goza de existencia propia y de una honda poética que sólo se capta a través de la contemplación del fenómeno que supone. A ello, el más difícil todavía, debemos sumarle el reto de juntar fotografías que fundieran, como Baudelaire en sus itinerarios urbanos, paisaje con pasaje, y la fusión se ha obtenido desde la doble perspectiva que permite ver el libro como un todo uniforme o cada una de sus facetas como la prueba subjetiva del hermanamiento entre artes, con la posibilidad de disfrutarlas juntas o por separado.
Siempre es una buena noticia que se editen libros hermosos y útiles en nuestro país. El truco preferido de Satán es un volumen necesario, una obra que debe saborearse con calma, como si emprendiéramos una excursión literaria que nos proyectara fuera de casa para deleitarnos con reflexiones precisas. Al pasear suelo pensar que tengo los vocablos en la cabeza y los negativos en lo que veo. Quizá los razonamientos de Benjamin y las instantáneas de García-Alix consigan el mismo efecto, deslizándose entre nosotros con la elegancia de una invencible Biblia de la modernidad, puro elogio de la reflexión y de la lentitud entendida como único método para captar la celeridad y su esencia de transformación.

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