El diálogo del claroscuro: “Alfonso XIII y Cambó”, de Borja de Riquer
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 1.07.13
Siempre he tenido la sensación que España es un país que presta demasiada poca atención a su Historia, entre otras cosas porque los programas educativos, sean de la secundaria o de la Universidad, no insisten bastante en propagar su conocimiento. En Barcelona, Francesc Cambó tiene una horrible estatua, casi monstruosa, en la Vía Laietana. Muestra al político de la Lliga regionalista, abuela en cierto sentido de Convergència i Unió, como una especie de profeta liado, con su dedo que apunta a lo alto, un Colón en miniatura que tuvo su despacho en esa emblemática avenida de control de las rebeliones cerca del mar. Por su parte Alfonso XIII es un monarca mencionado y poco conocido, y es ciertamente una lástima, pues la época en la que reinó es de las más convulsas e interesantes de la Historia nacional, tanto que, como suele suceder con los avatares de la musa Clío, contiene muchos aprendizajes útiles para nuestro tormentoso presente.
Borja de Riquer intenta con su libro llenar un vacío historiográfico debido a varios factores. Cambó es una figura fundamental a la que le falta, desde hace demasiado tiempo, una nueva biografía que lo sitúe en el lugar que merece desde sus claroscuros. Por su parte Alfonso XIII sí tiene una bibliografía actual que topa con la dificultad de plasmar de manera concreta algunos aspectos de un reinado larguísimo que cambió la faz del país.
¿Cómo hermanar ambos nombres? Por el catalanismo, tema siempre actual que en este principio de siglo XXI copa portadas por el envite soberanista lanzado a bombo y platillo por Artur Mas para tapar el cúmulo de calamidades de su partido y su pésima acción de gobierno. A finales del Ochocientos las cosas eran distintas. Las crisis tenían otros matices, y si bien también se hablaba de regeneracionismo la situación era otra, con un naciente catalanismo que decidió irrumpir en la política española para remediar desaguisados, liquidar hasta cierto punto el caciquismo y posicionarse en el reto de lograr el crecimiento de Cataluña para mejorar España.
Este catalanismo creía con rotundidad en el diálogo directo con el monarca de turno para presentar sus propuestas. Alfonso XIII fue un rey intervencionista que gustaba de inmiscuirse en política, lo que en ocasiones hizo que se saltara a la torera los principios constitucionales que por entonces regulaban la arena legislativa. Cambó empezó como un joven ambicioso con aspiraciones reformistas desde su posición burguesa. Ambos mantuvieron una conversación fragmentaria que duró tres decenios, desde la visita del Borbón a Barcelona en 1904 hasta la despedida de julio de 1930, cuando los dos protagonistas del ensayo editado por RBA apuraban su tiempo de liderazgo poco antes de la proclamación de la Segunda República.
La relación que establecieron fue sorprendente y complicada y siempre se vio determinada por las circunstancias históricas. El Cambó que en 1904 pronuncia un discurso agresivo delante del rey es un hombre que rebosa catalanismo desde una vertiente crítica producto de la tensión de la época. Tiene veintinueve años y no se molesta en atacar lo que considera enfermo y caduco. Sin embargo con el paso de los años moderará sus posiciones porque se sentirá integrado en el sistema de la Restauración, algo que podemos datar aproximadamente en 1909, cuando ya está en las Cortes y se siente con suficiente confianza en sus capacidades parlamentarias, uno más entre conservadores y liberales, un hombre de Estado catalán que puede desarrollar su actividad en Madrid porque en Barcelona ya mueve los dadosEnric Prat de la Riba, modelo de conducta que intentaron imitar a finales del siglo XX Miquel Roca yJordi Pujol.
Las reuniones entre Cambó y Alfonso XIII muestran un respeto mutuo que oscila entre la tensión y el surrealismo. Cada uno de los implicados en el diálogo defiende sus cartas, lo que conduce a situaciones donde el ego y el beneficio que se quiere sacar de la negociación conlleva desplantes y confusiones. El rey cree saber más de lo que realmente sabe y Cambó se juzga como un futuro primer ministro del gobierno sin valorar la dificultad de su apuesta.
Los momentos más apasionantes de la relación se producen entre los estertores de la Primera Guerra Mundial y el advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera. En 1917 Cambó, cegado de ambición pero con las ideas claras, capitaneó la rebelión parlamentaria que quería desatascar el declive de la Restauración. Mientras ello sucedía, con algún que otro éxito como un gobierno de concentración, podía reunirse con el abuelo de Juan Carlos I y charlar con normalidad. Cuando la Gran Guerra tocaba a su fin escuchó con atención como el rey, a partir de la idea de la autodeterminación de los pueblos deWoodrow Wilson, acogía con agrado y hasta se prestaba a apoyar el proyecto de Estatuto de Autonomía que el dirigente catalanista promovía en su tierra. Pocos meses después se desdijo de la promesa y los nervios volvieron a aflorar, aunque durante ese lapso de tiempo Cambó llegó a ser ministro, de Fomento en 1918 y de Hacienda en 1921. Durante ese período la situación en Barcelona viró hacia el caos con huelgas, pistolerismos e inestabilidad que confluía con crisis militares, asesinatos, corrupción y un desgobierno que incrementaba la agonía de un parlamentarismo totalmente imperfecto.
De este modo se llega a 1922 cuando Alfonso XIII llega a proponer a Cambó ser primer ministro sólo si abandona su catalanismo. El absurdo no se completó y llegó el pronunciamiento del padre del fundador de Falange. El rey tuvo a su Mussolini y cavó la tumba de su poder. Las últimas citas fueron en 1930, en esa extraña transición entre la dictadura y la Segunda República. Cambó sigue con su empuje y Alfonso XIII no sabe si podrá gobernar el barco con garantías o lo hundirá con su presencia, muy denostada por su indudable compromiso durante los años de Primo de Rivera. El político de Reus creó en 1931 un partido español, el Centro Constitucional, que desapareció tras el 14 de abril.
Los dos protagonistas del notable texto de Borja de Riquer terminaron exiliados, viéndose por última vez en Londres. Todavía les quedaban años de vida en los que coincidirían en apoyar a los golpistas de julio de 1936, lo que no les sirvió para morir en España. El rey feneció en Roma en 1943 y Cambó en Buenos Aires en 1947.
La obra del Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona aporta luz a unas dinámicas que la gran mayoría, más enfrascada en la demagogia y el conocimiento de fachada, ignora: existió un momento donde el catalanismo, que se definía posibilista, fue monárquico por interés, porque valoró la figura del soberano como puente ideal para cruzar propuestas que avanzaran hacia la descentralización estatal y el progreso de Cataluña como motor de avance para España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario