El astrágalo de Albertine Sarrazin,
por Jordi Corominas i Julián
Albertine Sarrazin, El astrágalo, Seix Barral, Barcelona, 2013
Traducción de Javier Albiñana
Prólogo de Patti Smith
Hay
determinados trucos que tienen tirón. Uno de ellos es un prólogo de alguien
vistoso, con reconocimiento público y un tipo de carisma que traspase
fronteras. En mi caso concreto ver que antes de leer El astrágalo de Albertine
Sarrazin leería un texto de Patti Smith no supuso ninguna revelación cósmica,
pero entiendo que dadas las características de esta novela francesa de 1965 no
está de más aportarle un aliciente que constituye para muchos una nota de
garantía, un certificado de autenticidad para sumergirse en las páginas del
libro.
En
este sentido mi introducción no es ningún aviso para navegantes, sólo una
reflexión en voz alta de alguien para quien no supuso ningún estímulo el interés de una estrella planetaria de la canción. Si en realidad me sumergí en el Astrágalo es porque
conocía bien su contexto y lo decisivo que fue para el exitazo de Papillon de
Henri Charrière. La época era propicia para este tipo de historias de fugas, atracos
y rebeldía con intriga y su toque de aventura, de reto humano contra un sistema
que por aquel entonces intentaba combatirse. Por eso mismo los jóvenes, o no
tanto, que atracaban bancos, Bonnie and Clyde es de 1967, y los antihéroes que
escapaban de las garras de la justicia aseguraban buenos dividendos tanto en
taquilla como en librerías de medio mundo.
El
caso del Astrágalo contiene en su interior la historia real de su autora.
Albertine Sarrazin tuvo una vida muy desgraciada que reflejó en su breve pero
intensa obra literaria. Hija adoptada por su propio padre, fue violada a los
diez años y un lustro después fue encerrada en un reformatorio de Marsella. A
partir de ese instante su existencia se compone de fugas, París, prostitución,
el gran amor que supuso su marido Julien, la escritura, cárceles, alcohol,
éxito y una desdichada y prematura muerte en la mesa de operaciones de un
hospital de Montpellier.
El
astrágalo es el hueso del pie que se rompió al huir el 19 de abril de 1957 de
la prisión escuela de Doullens. Saltó un muro de diez metros y pese a la
fractura tuvo arrestos para caminar hasta la carretera, donde coincidió con
Julien, quien la llevó a casa de su madre y luego al domicilio de unos amigos
algo extraños de una población de la periferia parisina.
Más
tarde Albertine, que en la novela se llama Anne, fue operada, se trasladó con
la indispensable ayuda de su amante a la capital francesa y cuando este volvió
a las andadas y fue detenido le tocó hacer la calle para sobrevivir. Era joven,
atractiva, cuidaba mucho la ropa que elegía para convencer a más clientes y
muchos de ellos le ofrecieron abandonar el oficio y recibir protección física y
económica.
En
fin, no digo más que ahora como se ha perdido el valor de la literatura por sí sola
casi resulta ofensivo desvelar algo de la trama. Tranquilos, no se preocupen.
El astrágalo en su momento debió causar un gran impacto por múltiples factores
que vale la pena enumerar y diseccionar. El primero de ellos aún puede tener
mucho potencial, entre otras cosas porque las estadísticas demuestran que los
criminales suelen ser de género masculino. La protagonista del volumen que
ahora recupera Seix Barral, su primera edición española data de 1966, es una rara avis de delincuencia. A su tierna
edad está curtida en mil combates que le hacen asumir con todas las
consecuencias lo patético de toda biografía. Pese a ello tiene su corazoncito y
albergará esperanzas amorosas, porque es humana sí, no lo duden; aún así su
experiencia es un grado que convierte el lenguaje en un campo árido y
contundente que hunde de sudor la cotidianidad que se muestra, descarnada y sin
horizonte.
A
partir de lo dicho podríamos pensar, siempre se mencionará su nombre si relacionamos
Francia y bajos fondos, en Jean Genet, pero no se equivoquen. La referencia es
inevitable, la asociación real no tanto por la visión femenina y otra visión de
los hechos que depende de la evolución histórica y un modo de narrar que nunca
oculta pese a su nitidez con detalles escabrosos y miserias que el lector
intuirá en medio del ritmo entrecortado de una prosa donde la galería de los
horrores del París menos glamuroso surge sin estrépito. Nos adentramos en
sórdidas habitaciones de hoteles y casas paupérrimas donde residen desheredados
de la sociedad, rostros que poco entienden de futuro, máscaras con las que debe
convivir Anne para seguir su camino mientras atiende de manera simultánea el
retorno de Julien y la llegada de algún policía que la devuelva al enclave de
condena.
Lo
más impresionante de la novela es la normalidad con que se describen las
situaciones, verosimilitud que surge de del trato directo que la escritora tuvo
con las mismos. Este trazado autobiográfico fue otro puntal de su triunfo a
mediados de los años sesenta, atrevimiento que desde mi modesta opinión suena a
irrepetible, porque sí, durante estas décadas habremos pasado por mil viajes de
confesión sin tapujos que habrán tratado temas como el sexo o los maltratos. En
El astrágalo no hay efectismo ni fuegos artificiales, lo que es de agradecer
para quien sólo quiera gozar de una historia con un modo de representación que
no contiene en su seno la elegancia de El silencio de un hombre de Jean Pierre
Melville ni el estilismo de Ascensor para el cadalso de Louis Malle, filmes
bien diferentes a la obra que nos concierne, mucho más realista y sin atisbos de
ficción, algo chocante en un país donde el Polar, término que define a nuestra novela con elementos policíacos, criminales o negros, es una institución casi inmortal. La naturalidad de su autora debería ser valorada en función de cómo
cuenta una serie de hechos que aturden porque no son un producto del
laboratorio de las letras, sino más bien una expiación de alguien que a la
espera de salir y respirar el aire de la cotidianidad expulsa viejos y jóvenes
fantasmas mediante la escritura, no busquen más que con esto ya hay bastante.
No
querría concluir la reseña sin meditar sobre cómo esta autenticidad, que hace
cuatro décadas se valoraba bastante más que hoy en día, debe reivindicarse,
sobre todo porque en ocasiones da la sensación que mucha literatura femenina, y
no creo que el comentario sea para que nadie saque los leones a la arena, se ve
lastrada por el espíritu neutro de nuestro período histórico, que desde una
supuesta liberalización sólo reproduce, y desea acrecentar, mecanismos que
deberíamos tener superados hace siglos y milenios. Quizá ese es el verdadero
sentido de reeditar El astrágalo a finales de 2013: aspirar a que los creadores
sean ellos mismos sin que les engulla el marasmo de su tiempo. Si Sarrazin lo
consiguió otras/otros pueden emular tan noble causa. Crucemos los dedos.
1 comentario:
Hola, Jordi, soy Valle Alonso, compañera tuya de RNE. Me ha encantado tu entrada, y me encantaría hablar contigo para pedirte un favor sobre Sarrazin.
Te paso mi correo
mujeresmalditas@rtve.es
Un abrazo
Valle
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