No pasarán, de Édouard Martin, por Jordi Corominas i Julián
Édouard Martin, No pasarán: contra la economía canibal, Malpaso, Barcelona, 2013
Traducción de Dánae Barral Hortet
Entre las mil novelas de crisis, la mayoría con más fuego artificial que otra cosa salvo honrosas excepciones, y panfletos escritos por nonagenarios, hay otra clase de documentos que tienen más valor porque están escritos por protagonistas directamente implicados en la lucha del trabajador.
No esperaba mucho de No pasarán del Édouard Martin, probablemente porque siento un cierto hartazgo por la enésima maravilla que levantará a la gente de sus cómodos asientos. Ninguna obra hará que la gente salga a la calle. No lo hizo la de Hessel, que vendió mucho porque valía cuatro duros y porque a nivel mundial quedó bien, anulaba la rabia sin que su autor lo quisiera, pobre difunto si viera la que armó, un bonito nombre de batalla que le sirvió a la prensa para no usar la palabra ciudadano al hablar de las protestas. Tampoco soy un gran devoto de Salvados, si bien reconozco que informa, y en estos tiempos eso ya es bastante. Un domingo por la noche apareció el granadino que se trasladó a Francia con su familia con la esperanza de un futuro mejor. Habló de los revolucionarios de Facebook y reí por su santa razón. Sin embargo, no podía entender la dimensión de su compromiso hasta que leí su reivindicación que ahora edita Malpaso. ¿Reivindicación?
Más bien debería hablar de la constatación de un naufragio que la evolución económica del mundo ha catapultado hasta la desesperación. Como tiendo a analizar los textos desde una vertiente literaria creo lícito asociar el inicio del volumen, con las duras condiciones de la dictadura franquista, con su conclusión, donde gobiernos republicanos y democráticos incumplen sus promesas sin pensar en los que pueden perder sus empleos, impotentes ante magnates que, como si fueran el malo del Inspector Gadget, acarician gatos desde una sede lejana, casi invisible por mucho que tenga unas determinadas coordenadas geográficas.
Lo que explica Édouard Martin, obviando el prólogo de Alfonso Guerra que me parece incomprensible desde un punto de vista ético, es el descalabro de un modelo de vida que se cargó Margaret Thatcher en Inglaterra sin miramientos. El sindicalista galo habla de amor a la fábrica, modelo de vida que se transmitía de padre a hijo y creaba unas tradiciones que iban desde la amistad hasta la devoción por un lugar que, desde parámetros reivindicados desde finales del siglo XIX, aspiraban a una repartición ecuánime de la jornada, los famosos tres ochos, uno para conseguir un sueldo, el otro ocioso para instruirse y el último destinado al descanso.
Esta imperfecta perfección empezó a resquebrajarse con la caída del muró de Berlín y la preponderancia de un nuevo capitalismo de una virulencia terrible. La fábrica lorenesa de nuestro protagonista padeció un cuadro de síntomas típicos. De la orgullosa resistencia inicial aceptó la fusión con otras compañías europeas y de ahí, casi sin respiro, la llegada del malo de la película, el hombre que la semana pasada casó a su hija en Barcelona para mayor oprobio de sus habitantes: Lakshmi Mittal, multimillonario industrial que acapara y acapara sin entender el sistema con el que desea obtener un sinfín de beneficios.
La contienda es de David contra Goliat, sí, y al mismo tiempo ejemplifica el proceso de debilidad, la utopía del trabajador enfrentado a bestias sin piedad que no contemplan acuerdos porque vienen de otro estilo que rompe el pacto social y contagia a los gobernantes, felices con su idea de cumplir que siempre queda en agua de borrajas por eso de rebajar el estado y exhibir una mediocridad que afecta tanto a derechas, Zarcos y el cambio de chocolatinas al gas mostaza, como a izquierdas, Hollande y su sonrisa hasta cuando se enfada.
En España la desaparición, salvo para robar, de los dos sindicatos más representativos se nota demasiado. Ver que en el país vecino la movilización, en eso y otras cosas siempre han ido por delante, sigue con empecinamiento constituye una bocanada de aire fresco pese a los palos que se ponen a sus ruedas. Al fin y al cabo no pasarán, ese es su principal valor, es un documento de época, con páginas que en un futuro serán útiles para entender el actual desaguisado y porque ha llegado a producirse y sigue su irrefrenable marcha hacia el abismo donde la desprotección va camino de ser proverbio universal.
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