Bibiana, Mittal y la decadencia
Bibiana es un nombre que siempre he asociado con Fernández. Desde hace algunos meses mis neuronas han activado otra relación que crea la doble B que nada tiene que ver con la Bardot, vieja gloria decrépita, y aún no hablo de mi querida Barcelona. El nombre, por ahora, es Bibiana Ballbé, de quien averigüé que presentó un programa donde entrevistaba gente en la cama. Tuvo éxito, no miro en exceso la televisión ni tampoco la veo, y hace escasos meses su popularidad creció en mi TL por un atinado artículo que la postulaba como síntoma de la cultura de la carcajada, riota, nada que ver con el vocablo inglés riot, algo debido a su nombramiento entre los nuevos responsables del Centre d’Art Santa Mònica, ubicado al final de la Rambla, esa avenida que de ser interclasista pasó a ser folklórica con el franquismo y mexicana con la llegada del siglo XXI.
Pues bien, este espacio museístico afronta una nueva etapa llena de incerteza. La anterior, como ocurre en cualquier lugar financiado con dinero público, tuvo luces y sombras, pero creo, y hablo desde el conocimiento de causa de ser guía de exposiciones, que no hizo una mala labor. Apostó en muchos casos por exhibiciones que potenciaban aspectos clave de la cultura catalana y sorprendió con otras muestras que en principio no interesaban en exceso, como la dedicada al arte ruso contemporáneo. Coge el relevo del poeta Vicenç Altaió, Casanova en el último filme de Albert Serra, Conxita Oliver, de la que nada malo puede decirse y a la que hay que dejar un tiempo para juzgar su propuesta. De momento el problema, banal como un aquelarre de travestis, se llama fiesta de inauguración y la palma de los horrores es para Bibiana.
¿Qué ha hecho la jovencita? Destinada a aportar aire fresco llegó a rumorearse, según los incendiarios artículos de Teresa Sesé en La Vanguardia, que ella mismo difundió que optaba a ser directora del antiguo convento. Finalmente su cargo consiste en ser dinamizadora de creatividad cultural o algo parecido, que puede ser todo o una nimiedad absoluta. El caso es que decidió montar un sarao memorable que durara de las diez de la noche a las diez de la mañana con cien creadores de ayer y hoy, disruptivos, una palabra que usamos cada día, rompedores y, sobre todo, con vinculación nacional, que es lo que se estila en este instante donde se habla de catalanizar Barcelona.
Su idea ha generado un aluvión de críticas que surgen desde los propios invitados hasta el departamento de Cultura de la Generalitat, cuyo director de promoción y cooperación cultural, hasta hace poco presentador de un programa de videojuegos en la televisión pública, ha lanzado mil gritos al cielo . La mayoría de artistas han declinado el ofrecimiento y los órganos institucionales han hablado de extralimitación de funciones. Se armó el Belén y la flor y nata quiso añadir su granito de arena en las redes sociales, nuevo harén de las porteras que todos somos. Luego está el factor de porqué se ha filtrado todo este embolado. La otra cuestión es plantearse si realmente Bibiana ha hecho algo mal porque se supone que su misión era montar saraos de este tipo y contenidos televisivos de promoción.
Desde una cierta ignorancia, lo más interesante del asunto sería conocer la intrahistoria del mismo, creo que al final lo triste es que el debate generado es una prueba evidente de la vacuidad del período en lo que a las artes se refiere. No estoy de acuerdo en que este tipo de perfiles cobren tanta relevancia en el sector, pero asimismo considero que básicamente asistimos a una operación de acoso y derribo en medio de un profundo aburrimiento que nace de una preocupante carencia de ideas.
La polémica ha servido para que salte a la palestra una constatación silenciada aunque sabida: muchos artistas ven como las instituciones no pagan mientras desaparecen centros de arte, y claro, que alguien se tome prerrogativas de show cuando cae el diluvio no es nada aconsejable, es más, condenarlo es digno. Mientras esto ocurre este fin de semana Barcelona se ha divertido, como si volviéramos a principios del Novecientos y el marujeo fueran risas de mercado, con la gran boda india que ha cerrado el MNAC durante un día porque así lo ha querido el Alcalde Trías. Como contrapartida nuestro Louvre, lo digo sin ironía, dejó entrar gratis en sus instalaciones el viernes y el domingo, quedando el sábado para el bodorrio de la hija de Mittal, conocido por ser el dueño de una de las mayores multinacionales del mundo. Hace poco la neonata editorial Malpaso publicó No pasarán, del sindicalista francés Éduoard Martin, donde con tono de batalla se exponían a las claras las malas prácticas del empresario indio para con sus trabajadores, y sí, me quedo corto. Esto no es una reseña del libro. En Twitter un chico opinaba que si la ceremonia, a la que también asistió el ínclito Artur Mas, reportaba tantos millones de beneficio a la capital catalana todo era comprensible. Un amigo suyo le respondió que no era una cuestión de dinero. Si así fuera venderíamos todas las vírgenes de la ciudad y nos quedaríamos tan panchos. La indignación parte de la dignidad y del abuso de privatizar un espacio que es del ciudadano, relegado por la visita de nuevos ricos que aportan calerons que ninguno de nosotros veremos.
El cabreo es más que lícito y la argumentación del replicante, nada de Blade Runner, correcta, porque está en juego el respeto a quien habita las calles de una ciudad que de modelo ha devenido marca tan ricamente, de Barcelona a BCN, ahora con cinismo, premeditación, alevosía y a la luz del día, aunque en ocasiones la nocturnidad se aplica, sobre todo cuando se quitan placas del nomenclátor y recuerdos del pasado, como sucedió con el pasaje de la Canadenca, donde se cambió el subtítulo para que nadie quisiera imitar la huelga de 1919, o con el vestigio de la Constitución de 1840 en la Plaça de Sant Jaume.
Mientras esto ocurre no se discute la gestión de la alcaldía, amenazada estos días porque la oposición tumbó los presupuestos y tiene la remota posibilidad, sería una extraña alianza la de las supuestas fuerzas de izquierda con el PP, de tumbar a Mister Trías, más preocupado por hacer de la zona de Glorias su legado y escasamente concienciado con darnos equipamientos sociales. La decadencia es el pulso que se agota y se metamorfosea con pequeños detalles como los que hemos desgranado en este texto. Saquen sus conclusiones.
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