Los cansados, de Michele Serra, por
Jordi Corominas i Julián
Michele
Serra, Los cansados, Alfaguara, Madrid, 2014
Traducción
de Carlos Gumpert
Supongo
que tener conciencia de un cierto cambio es normal a pie de calle. Imagino a
los habitantes del planeta en las dos anteriores revoluciones tecnológicas y
pienso en ellos como personas conscientes de una transformación importante. Primero
la industria y después la velocidad de finales del Ochocientos. Quizá ahora la
diferencia estribe en el salto generacional, acelerado hasta un tope que ha
marcado una profunda línea divisoria entre jóvenes y adultos.
Al
mismo tiempo otra clave de lo viejo y lo nuevo está en la demografía. El siglo
XX alteró la pirámide y ahora mismo está apunta hacia el dominio de una población
anciana que explotará a sus sucesores para vivir mejor una larga jubilación
dorada.
Los
cansados de Michele Serra es una novela intemporal porque plantea la eterna
pregunta sobre padres e hijos, binomio de amor e incomprensión, cuerpos juntos
y separados por el paso del tiempo, la protección y el camino hacia la
independencia del retoño.
Pero
bien, saltan las alarmas. Nuestra centuria ha creado una nueva frontera que en
ocasiones el escritor italiano exagera con la frase arquetípica del trabajo
para los mayores y el sueño para los pequeños. De hecho la traducción del
título es algo imprecisa, porque sdraiarsi es más bien tumbarse, acostarse,
estirarse, acto que implica cierta fatiga, aunque también una comodidad de
movimiento, pues los grados de separación que se exponen en el texto
corresponden a distintas formas de ver el mundo, con un hijo adolescente que
puede ser multitask sin levantarse de la cama porque la comodidad del teléfono,
el mando y las aplicaciones le permiten ser digital hasta el paroxismo, de ahí
su laconismo real, su apatía que exaspera a su padre, educado en una cultura
solidaria que valora el esfuerzo y cree en una serie de rituales comunitarios
útiles para reforzar vínculos y proseguir con la inercia positiva de la
inexistencia.
En
cambio su hijo es la incertidumbre de quien aun no se ha puesto ningún mono de
trabajo y tiene todo servido a través de omnipresentes pantallas y un domicilio
familiar parecido a una pensión con cartelitos irónicos que buscan empatía y
encuentran indiferencia.
El
vínculo que pueda juntar las manos de los dos protagonistas es ascender una
montaña especial por reminiscencias y la metáfora que esconde desde el valor de
moverse y abandonar el letargo, tomar la iniciativa, emprender un viaje y saber
alcanzar metas comunes que de lo colectivo repercuten en lo individual.
En
otro momento hubiese leído el libro de Serra con cierto recelo. El tema abordado,
como la crisis y otras diatribas fundamentales de nuestra era, se presta a
múltiples interpretaciones que corren el peligro de ser demasiado gratuitas
hasta llegar a una caricaturización del asunto. En el caso que nos concierne
vemos cómo una retahíla de ejemplos cotidianos modela el comportamiento de las
partes en juego. El narrador se desespera sin caer en insalvables abismos. La
introducción en la trama de una novela dentro la novela que trata de la
problemática del predominio senil en el futuro refuerza más las ideas
expuestas, que en más de una ocasión rebosan aciertos, como cuando el
progenitor, sigue la estela de su ya no tan pequeño hasta un negocio de moda
donde se venden sudaderas elegantes pero informales. La prenda de ropa, algo
bien visible en los escaparates, es lo de menos. Lo que realmente se vende en
ese espacio es un modelo social plano, donde los seres humanos se han
convertido en autómatas de belleza y un nada disimulado culto al cuerpo
anuncia, como en los gimnasios con sus fotos retocadas de atletas y usuarios,
un fascismo publicitario que propulsa la individualidad como suprema religión
del momento.
Los
cansados podría ser la crónica de una apatía generacional. ¿Lo es? Hasta cierto
punto. El autor, dotado de ojo periodístico, capta a la perfección muchos
detalles que abocan la fallida eliminación de las barreras hacia un universo
individual siempre más hermético, sordo por exceso de ruido y ciego por no
aprovechar los infinitos recursos que tenemos a nuestra disposición.
¿Es
la constatación de una derrota? No, porque de otro modo el libro ni siquiera
hubiera visto la luz porque como crítica intelectual del asunto funcionaría
mejor un ensayo. La estructura de capítulos cortos, los interludios que marcan
un anhelo compartido y las reflexiones del narrador dan al manuscrito un tono
cercano que genera empatía con el lector, y supongo que este rasgo es su mayor
acierto, lograr transmitir conceptos básicos con pocas palabras, sin marear la
perdiz con innecesarios rodeos. La antropología tiene algo de observación continua y si Antonioni impregnaba de lírica sus visiones de la incomunicación aquí lo que hallamos es frustración y una mirada directa hastiada por no gobernar la transición, aun imprevisible en sus devenires.
La
brevedad de Los cansados entronca con otro aspecto bastante inusual para la
literatura actual: la honestidad del narrador. Es
posible que el libro de Serra tenga un nada disimulado afán pedagógico, pero al
menos su obra no se recrea en pedanterías ni barroquismos y va directa al
grano, sin querer adquirir una afectación estilística que suele perjudicar
mucho al contenido. En este sentido intuyo que el italiano es sincero consigo
mismo al no cargar sus tintas con petulancia de forma y dotarlas de una luz
diáfana en el fondo. A veces no es obligatorio realizar una obra de arte para
alcanzar cierta dosis de belleza.
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