La 4arta, de Mario Crespo, por
Jordi Corominas i Julián
Mario
Crespo, La 4arta, Lupercalia, Alicante, 2014
El
pasado viernes presenté, junto a Sergi de Diego, la novela La 4arta de Mario
Crespo. En estos tiempos de crisis económica y burbujas de todo tipo siempre es
una buena noticia ver cómo determinadas editoriales, casi siempre pequeñas, se
atreven a apostar por autores jóvenes que juegan con la literatura, seguramente
porque saben que nada puede perderse con las letras, sólo arriesgar e intentar
conseguir un resultado distinto por mucho que no salga en los medios
generalistas, siempre más condicionados por determinadas estrategias e
intereses empresariales.
Hace
unos días el autor decía, no sin razón, que el bajón de reseñas en el panorama
crítica español ha perjudicado hasta cierto punto la difusión de su obra. La
4arta no es una novela normal. Lo más importante es el salto dado por Crespo,
quien en esta ocasión se ha atrevido a dar un doble salto mortal que parte de
la estructura y se consolida en las temáticas. Estos dos puntos son los que
nutren una novela donde la búsqueda se erige en protagonista a partir de
ciertas claves que ordenan y matizan lo narrado.
En
primer lugar la estructura gusta, desde un claro apoyo cinematográfico, del
salto cronológico bien pautado. Cada tramo del texto viene determinado por un
tiempo histórico concreto que el escritor intenta mostrar a partir de señales
bien reconocibles. La historia empieza en los años ochenta, con la infancia del
protagonista en una ciudad de provincias donde el nacionalcatolicismo aun
prevalece con rasgos violentos y de maltrato a la dignidad humana. De ahí que
el joven adolescente Barbosa sienta que su vida es un estrés de golpes que
curten su piel para crecer. Las hostias, o eso se decía antes, sirven para
entender, y aquí reciben un uso que conduce a una progresión mezclada con vías
de escape basadas en la amistad y en un libro generacional. La Historia
interminable se erige como conector oculto que sugiere huidas hacia adelante no
exentas de riesgo, algo que comprobamos cuando saltamos hasta los noventa y de
lo rural viramos a lo urbano con un Madrid instalado en la ruta nocturna del
bakalao.
De
la liturgia de semana santa, canónica en el libro por recorrerlo y apuntalar el
constante viacrucis del protagonista, nos adentramos en un universo mafioso que
huele a cine italiano y recibe la aportación popular del padrino. Ahora Barbosa
es Carlos, un aspirante a hombre que lucha por medrar en cárteles pastilleros.
Su experiencia avanzará hacia otro viaje, le obligará a cruzar el Océano y
encajará más piezas del rompecabezas.
Estas
volteretas vitales no son las de cualquier ser humano. En Nueva York asistimos
a la fundación de un organismo religioso donde ya se intuye que La 4arta no es
sólo la dimensión buscada por los vanguardistas, sino más bien una etiqueta de
duda. Los fieles de la nueva creencia son individualistas y necesitan entender
lo que nos rodea desde mecanismos comerciales que falsifican cualquier
experiencia. Esta crítica se verá secundada en episodios posteriores, pues al
adentrarnos en la segunda sección del manuscrito la fantasía, que en este caso
es una libertad sin trabas, hará que volvamos atrás y el padre aparezca en
escena, factor que corroborará la idea de quête
intergeneracional desde la fascinación por elementos que contienen en su seno
sendas proféticas, urnas de carisma que al desaparecer accionan la danza de los
peones.
La
distopía de 2046, y sería interesante cómo la cinta de Wong Kar-wai influye en
el imaginario colectivo tanto en lo estético como en lo temático, es una prueba
de cómo Mario encaja en una literatura española que va más allá del presente en
algunos tramos para adecuar su narrativa a la trama contada. Los ejemplos
recientes son abundantes, desde Jenn Díaz hasta Alberto Olmos pasando por
Javier Moreno y Vicente Luis Mora. En La 4arta el trayecto hacia el futuro
constituye el fragmento más fresco de la novela porque flota en un magma donde
vivos y muertos se arrejuntan, un lugar donde la utopía es una celebración
agridulce, porque como ya hemos dicho flota en toda la extensión de la obra un
ensayo oculto que entronca con otro tema común en la prosa de los últimos años:
la crisis y sus consecuencias, el lamento de la escasez y la frustración por no
poder sacudirse el espanto.
Lo
más importante, y así lo plasmamos en la charla en Pequod, es que se aprecia en
La 4arta un paso adelante, como si el autor que ama convertir en personajes a
sus ídolos hubiese desencorsetado sus ataduras para dar rienda suelta a su
estilo sin miedos. Esperemos que el progreso que ha demostrado en la aventura
de Carlos Barbosa se confirme en próximas entregas de su creatividad.
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