sábado, 30 de marzo de 2013

Diálogo con Lluís Bassets en Revista de Letras


Diálogo con Lluís Bassets, por Jordi Corominas i Julián

Por  | Portada | 30.03.13
En cualquier época son necesarias personas autocríticas, coherentes y conscientes de su papel para con la sociedad. En ella, desde hace dos siglos, el periodismo juega un papel importante. Ahora cambia por mil y un factores que Lluís Bassets disecciona en El último que apague la luz (Taurus), libro dividido en cinco partes de lúcido pesimismo.
Sería fácil pensar que el cambio de paradigma es consecuencia de la irrupción del universo digital, que derrota al papel. Las consecuencias de la crisis del periodismo deben explicarse desde una perspectiva más amplia. Por eso siento mucha curiosidad por lo que deparará la charla. Llego a la sede barcelonesa deEL PAÍS, espero en una sala, me llevan a otra y las botellas de agua huelen a punto y final. Me siento, y al cabo de unos minutos aparece Lluís. Nos damos la mano, charlamos brevemente de cuatro cosas y enciendo la grabadora.
Lluís Bassets (foto: Taurus)
Lluís Bassets (foto: Taurus)
No te negaré que soy lector de EL PAÍS desde que tengo uso de razón. Sin embargo, creo que apuntas bien en tu libro que mi generación diversifica los canales de información. En mi caso empecé a desconfiar de la prensa escrita a partir del 15M, entre otras cosas por el espacio que se dedicó al asunto los primeros días, más bien escaso, casi como si se ocultara lo que sucedía.
Aquí hablas de la dualidad entre prensa digital y prensa en papel. Son dos mundos diferentes que coinciden, entre otras cosas porque contamos la misma realidad. Son dos cosas contradictorias.
¿En qué sentido?
Una va contra la otra, eso es la contradicción. Si haces periodismo digital liquidas al analógico, y si haces periodismo analógico en papel en algún momento te confrontas con el periodismo digital. ¿Seguirá así? No lo sé, pero el mundo gira en una sola dirección, que es la digital. Estamos en un cambio de época.
¿Y la velocidad es el principal punto de fricción?
Hay muchas cuestiones. Las gafas de la simplificación no sirven para entender lo que está ocurriendo. Lo podemos entender desde el punto de vista de la tecnología, pero sería reduccionista. La tecnología siempre ha sido un instrumento de democratización, en lo bueno y en lo malo. Democratiza la violencia. Permite matar en masa, hasta en eso es más democrática.
Tecnología para el progreso, así, entre comillas.
Ahora sabemos que el progreso es ambivalente. Sabemos que existe uno regresivo para el bienestar de las personas y que existe otro progresivo. Todo avance tecnológico comporta una democratización que implica pérdida de poder para unos y ganancia del mismo para otros, por su desplazamiento. Cuando la tecnología se acciona y afecta de verdad es a partir de la crisis financiera de los últimos tiempos.
La tecnología cambió el periodismo hace treinta años, pero el cambio de ahora parece más importante, casi letal.
Exacto. Esta crisis es el instante de un cambio geopolítico que también explica la metamorfosis del periodismo. A nivel histórico el mundo vira hacia la multipolaridad. El periodismo es una institución de la democracia occidental, y desde ahí podemos relacionar ambas crisis. Quizás son obviedades, pero creo que era necesario reflejarlo en mi libro.
No son obviedades. Estamos en una época donde el exceso de información genera desinformación. Relaciono este concepto con el capítulo dedicado a Julian Assange. Él mismo, con toda su egolatría, necesitó de los periodistas para ordenar y seleccionar bien la información. El periodista siempre será un preceptor.
Sí, y nos lleva otra vez a la dualidad de digital y papel. Una ha salido de la otra, pero llegará un momento en que el papel quedará arrinconado, creo que tiene un tiempo limitado en el periodismo. Puede que no sea así con libros y revistas, hasta pienso que un cierto tipo de publicación, como las grandes obras culturales, siempre prevalecerá en papel, como la Biblia o la literatura francesa del siglo XIX, se retornará al libro como objeto sagrado, como revelación.
Aquí entra en juego la visión romántica. A los lectores de periódicos nos gusta salir a comprar cada día la información por mucho que sepamos que las noticias ya no son de última hora, como antes, donde leer el periódico daba la sensación de saber todo lo que ocurría en el mundo.
El problema es que a la hora de analizar cómo será el futuro no podemos engañarnos pensando que como a nosotros nos gusta comprar el periódico eso es algo generalizado. No es el caso. Pero sospecho que sí puede darse con el libro resacralizado. No es tanto el libro como objeto de arte, más bien como objeto sagrado, la letra impresa como un valor inmortal. La literatura clásica tiene un factor sagrado, sea dios, musa o mera inspiración. Tiene un elemento exterior que convierte a los libros en algo mágico, aunque no se lean.
Pero esto será para una inmensa minoría.
Sí, pero las grandes colecciones de libros prevalecerán. Los libros de consumo directo se leerán en tableta, conservados en su archivo, como una opción.
Eso es un pensamiento interesante, es como cuando hablamos del cine de los cincuenta y decimos que es maravilloso. Lo es porque a nuestros tiempos ha llegado lo esencial, hemos eliminado toda la producción que no merece ser considerada.
Es una especie de selección natural, es inevitable.
En el libro mencionas que el periodista en nuestros tiempos siempre es más personalista. ¿En qué sentido derivará esta apreciación?
Debe tener un perfil único para encontrar un público, un perfil que no sea exclusivista, que genere un público en función de lo que escriba, eso creará un interés para un determinado número de lectores. La firma, que ahora es la marca, es fundamental. Cuidar la propia imagen de prescriptor de la realidad será básico, y creo que el futuro del periodismo se enfoca desde esta visión, más hacia lo individual, menos hacia el corporativismo. La gente requiere voces personales, identificables, con un rostro, una psicología y un carácter. En el periodismo, las cosas nuevas que sucederán ya están pasando. Hace cincuenta años era impensable que la prensa publicara las columnas con el rostro del columnista, ahora es imprescindible.
Y la aparición de esta característica me turbó, fue un cambio pequeño, pero significativo.
El periodismo va por ese camino. La dificultad para orientarnos en un mundo tan caótico es enorme, porque provenimos de un mundo ordenado y cartesiano, con prensa, radio y televisión, con centralidad de una prensa de referencia. Cada ciudad y país debían tener dos periódicos de referencia. Daban armonía. También eran necesarios los telediarios, y su presentador se convertía en una especie de voz del pueblo, como Walter Cronkite, el anchorman por excelencia. Todo eso se ha acabado.
¿Podemos datar el principio del fin con la caída del muro de Berlín?
El mundo bipolar aguantaba muy bien lo que explicaba. Ahora tendremos un mundo donde los instrumentos de comunicación serán muy variados, estratificados y con gran variedad de orientación.
Y siguen el camino del mundo. De la bipolaridad a la atomización.
Caminamos hacia un mundo multipolar y no hallaremos enfoques hegemónicos, ni siquiera en las sociedades, que serán mucho más polifónicas y exigentes, lo que creará dificultades al ciudadano.
Sociedades más parceladas.
Con una exigencia mucho más alta para la ciudadanía. Quien no quiera convertirse en objeto pasivo, por lo tanto manipulable, deberá realizar un esfuerzo político e intelectual muy importante.
Y aquí volvemos a lo que comentábamos de la selección de la información.
Y puede ser que muchos ciudadanos entren en una zona oscura donde desaparezcan las luces de la Ilustración, con un retorno a visiones sectarias, poco racionales, donde la información verificada no importará. Eso ya existe o existió en mundos totalitarios, también en mundos donde la necesidad es absoluta, en esos lugares hablar de democracia e información es irrelevante.
Que tengamos esta charla indica donde estamos, podemos tenerla porque el periodismo es democracia.
Exacto. El reto que tenemos por delante los ciudadanos de este siglo es luchar para ganar otra vez el mundo para la causa de las Luces: parcela a parcela, persona a persona. Son sociedades mucho más difíciles de gobernar, donde también corremos el riesgo de encontrar fuertes dosis de populismo. Ahora es omnipresente.
Pero de momento lo resistimos bastante bien, de Laporta a Mas, por poner dos ejemplos. En otras partes del mundo no sé si la cosa va tan bien.
Ahora tenemos el problema chipriota, donde se junta un populismo de derechas con uno de extrema izquierda. Uno que defiende los derechos de los oligarcas rusos y el otro, que ataca a la Unión Europea porque cree que se dedica a empobrecer a los más pobres. Esto es muy peligroso.
El último que apague la luzHablar de Chipre me sirve para introducir dos cuestiones. La primera es que, lo dices en el libro, la baja calidad democrática significa menor calidad periodística. La segunda es que la ausencia de recursos produce errores garrafales en los periódicos, algo impensable hace años. El mismo EL PAÍS dijo, seguramente por un error de Word, que el ministro chipriota de Finanzas se llama Richard Harris.
En el caso chipriota los medios tradicionales, pese al gazapo, son los fiables. Sabes que no te contarán mentiras.
Es un asunto que tengo que seguir en la prensa, pero seguramente los chipriotas lo siguen por Twitter.
Probablemente.
En 2011 cambia todo, es cuando notas que algo ha pasado. Creo que desde entonces el periodismo ha empezado a leer mejor su tiempo histórico.
Aprendemos constantemente. El ejercicio elemental es leer la realidad, intentar comprenderla. Esto también tiene que ver con la tecnología, pues forma parte de la realidad. No podemos despreciar las redes sociales, debemos comprenderlas, pero sobre todo entender qué está pasando. Antes de 2011 ya entendimos nuestra crisis periodística, interrogándose a fondo desde la crisis tecnológica de principios de siglo. Luego llegó la recesión actual y nos dimos cuenta de que la crisis de los medios era muy profunda. Lo advertíamos desde 2004 en Norteamérica. Ellos lo vieron antes por la muerte de los anuncios por palabras. En 2001 desaparecen de la prensa de Estados Unidos. Después Google se lo lleva todo, pero primero fueron los anuncios por palabras.
Todo forma parte de un proceso.
Y somos muy conscientes. En 2011, y ahí te doy la razón, tuvimos dificultades para entender la importancia de los movimientos sociales. Es un problema de interpretar y leer los acontecimientos. Pasó lo mismo con las revueltas árabes. Su acogida en la prensa occidental fue de gran prevención. Primero no pasaba nada, después se consideró que era irrelevante, finalmente se vio desde un prisma negativo, sobre todo en la prensa de derechas.
Una prevención negativa.
Totalmente negativa. Esto es una dificultad del periodismo, porque significa que nos hemos vuelto muy reaccionarios y tenemos hostilidad para con la novedad, una negatividad con la noticia. Vamos detrás de las falsas noticias, y eso es un error. No hay que gastar recursos y energías en informaciones inútiles.
Como noticias rosa que antes era imposible encontrar en los periódicos.
Somos hostiles a las noticias históricas y en cambio mostramos amabilidad para con las falsas noticias. Por eso estamos en decadencia, nos hemos convertido en una especie de monstruo por no entender lo que nos rodea.
Hace dos semanas estuve en un congreso de revistas digitales. Uno de los ponentes hablaba de la importancia de la imagen, y no niego que sea importante, pero desde mi punto de vista una de las claves del futuro del periodismo radica en elevar el listón de la calidad siempre a más.
Hay mucha gente que no desea tomar esta dirección, pero también muchas otras luchamos para que la calidad prevalezca. El problema es la cultura ambiental, la organización del gremio y cómo está montado el negocio.
Y un periodista de mi edad aún aspira al papel, pero quizás un chaval de aquí a veinte años sólo querrá lo digital.
Pero eso es porque asocias el papel con un determinado impacto, sobre todo con gente a partir de cuarenta años, que asocian el papel con un impacto en la sociedad. Cuando se produzca el relevo generacional, cuando el papel sólo quede para los jubilados, la cosa cambiará.
Hace poco salí en dos periódicos de papel y en un medio digital. La gente de mi edad leyó lo digital. Me sorprendió, porque para mí el prestigio era salir en EL PAÍS o El Mundo.
Claro, porque es la tendencia que cambia.
Pero la periodista que escribió la noticia en digital seguro que no ganó un duro con su artículo.
Eso es otro problema. Y si la evolución sigue así y se produce el relevo general, el papel entra en crisis y no hay un modelo de negocio sufriremos mucho, tendremos un problema brutal.
Creo que la prensa digital debe aprender del papel y viceversa. En lo digital no hay publicidad y muchos redactores no reciben nada. Eso no puede perpetuarse eternamente.
La publicidad tendrá que ser un elemento marginal. Aquí lo importante será hacer que los contenidos generen ingresos, un negocio determinado por la compra de contenidos. La gratuidad ahora es la pulsión predominante, pero hay que matizarla. Siempre encontraremos a gente que busque lo gratis, pero hay que encontrar mecanismos que difieran ese momento y lo compliquen. Al mismo tiempo hay que crear un atractivo para el contenido pagado, contenido que obviamente deberá ser de altísima calidad.
También tenemos que ser conscientes, sobre todo en Cataluña, que los grandes mercados globales serán los que crearán buenos modelos de negocios. Los medios catalanes bilingües deberán gestionar muy bien esta riqueza, ahogada y mal explotada en muchos casos.
Y muchas veces la sociedad no entiende lo que dices.
Me considero muy catalanista, cultural y lingüístico, he escrito en castellano porque no tuve ofertas para vivir decentemente con el periodismo en catalán. Me hubiera gustado. Para la literatura catalana quedar encapsulada como una pequeña literatura nacional al lado de la lituana, la eslovena y la estonia…
Es una derrota.
Una derrota absoluta. Si se proyectara como una literatura hermana de las literaturas hispánicas sería algo extraordinario.
Es el cambio que hemos visto estos días, de la Feria de Frankfurt de 2007 con sólo escritores que escriben en catalán al Salón de París de este año, con pleno bilingüismo.
Y es una suerte que Jaume Cabré pueda ir de la mano de Javier Cercas y Eduardo Mendoza, escritores que escriben en castellano pero que son catalanoparlantes en su día a día.
No tiene sentido privilegiar el catalán, no tiene sentido obviar la otra lengua.
Al catalán que eso le provoque problemas le diría que en vez de fijarse en Jiménez Losantos mire a México, a Colombia o a los hispanos de Nueva York. ¿Queremos que lean a Pla y a Rodoreda o sólo queremos que estos libros sean para filólogos? Hay una diferencia importante entre una cosa y otra.
Has resumido en pocas palabras el porqué de los malentendidos catalanes. Todo sería más fácil si pensáramos como dices.
Y sobre todo entra el juego de lo global. Los grandes negocios saldrán de lo global, y el mundo local tendrá muchos problemas si no adopta la coyuntura mundial, donde las grandes lenguas se llevarán la palma. Si ahora fuera un joven periodista intentaría escribir en inglés. No puedo hacerlo ahora, pero lo haría.
Te daría otra perspectiva de negocio.
Escribo de asuntos internacionales. Tenemos muy buenos periodistas de este tema en las redacciones nacionales, pero casi no existen para el resto del mundo.
¿Y podrán existir periodistas locales como Gaziel en el siglo XXI?
Creo que el periodismo local debe tener un papel fundamental. La democracia empieza en la ciudad. Sin periodismo en la ciudad no tenemos democracia. Todo se inicia en el barrio, con sus administraciones, leyes, urbanismos y dificultades. ¿Cómo podrá el periodista local insertarse en el mundo económico? No creo que el periodismo ciudadano resuelva las necesidades del periodismo local, porque necesitará más profesionalidad, lo que implica inversión.
Y hay que encuadrar eso en nuestro contexto histórico. El periodista ciudadano está en movimiento, interesa, informa, pero quizás no genere una crónica con un formato y una estética.
Puede que no tenga medios económicos para hacerla. Pero sí que puede escribirla, claro. El periodismo aficionado ha sido siempre muy importante en la historia de la profesión. En los sesenta el periodismo de barrio era sensacional. No ha nacido ahora, el periodismo ciudadano.
Es como lo que dices en el libro sobre Assange, que no ha inventado la sopa de ajo por mucho que se lo crea. Me pregunto si el periodismo ciudadano podrá mantener la importancia que le concedemos después de la crisis.
El problema es cómo insertas este periodismo local con grandes negocios, de gran potencia, que permiten contenidos de gran calidad, corresponsalías y un largo etcétera de cosas. Imagino grandes instrumentos globales de comunicación con lenguas importantes. Eso da la posibilidad de crear clientes, lectores, por todo el planeta. Los franceses lo tienen, también los alemanes, los rusos y los árabes, pero por ejemplo Italia lo tendrá difícil, porque su lengua, como el holandés, está encapsulada. El catalán está en un peldaño inferior.
Las minorías deberán aceptar la existencia de mayorías en los mecanismos de comunicación.
Las lenguas pequeñas, como el checo, tendrán grandes dificultades para adaptarse al nuevo tiempo.
¿Cuándo dejaremos de llevar el periódico en la mano?
Como negocio está sentenciado. Ponle una década. En los próximos años, mientras avance la crisis, que avanzará más, veremos cómo se irá disolviendo esta época del periodismo.
Me parece muy valiente que alguien que está arriba, en la cúpula del periodismo plantee así la problemática, debe resultar deprimente ser tan consciente del problema.
La clave radica en gestionar bien la agonía, y hay que ser realista para gestionarla con corrección, no hacer como Zapatero y simular que ignoramos el problema.
Al fin y al cabo siempre será necesaria la figura de un periodista que analice, diseccione y plasme la realidad en artículos.
Sí, pero el negocio virará hacia otra dimensión, hay que aceptarlo.

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