La ruleta catalana de Artur Mas, by Jordi
Corominas i Julián
En 2008 tuve una
revelación en la peluquería, donde entendí que muchos catalanes son como una
serie de tv3, la televisión pública que en estos tiempos de anulación de la
Democracia no necesita telebasura porque tiene nacionalismo a todas horas, el
menú perfecto para convencer a muchos habitantes de las santas razones de sus
gobernantes. Escribí la reflexión en forma de poema y dejé que avanzara la
crisis hasta que el once de septiembre de 2012, un martes más de
manifestaciones, descubrí que Barcelona sufría una histórica invasión de
banderas que provocaron un súbito enriquecimiento de los chinos, esos señores
tan amables. Los previsores compraron esteladas, trapito que recuerda el
estandarte cubano tras 1898. Los que se arruinaron a medias apostaron por
senyeres, que de nada sirvieron, porque el lema ya no era Llibertat, Amnistía y
Estatut d’Autonomia: ahora, treinta y cinco años después, el grito por la
independencia era un clamor que seguramente congregó a seiscientos mil
catalanes, una cifra respetable que ni por asomos se aproximaba al millón y
medio que vendieron los organizadores.
Llevábamos casi
dos años de la legislatura donde el gobierno monocolor de Convergència i Unió
presidido por Artur Mas se gustaba como cobaya del futuro, con esos indecentes,
por no usar un adjetivo más grueso, recortes en sanidad y educación, salvajes
cargas policiales y un sinfín de atentados contra los derechos por los que
nuestros antepasados lucharon y perdieron la vida, pues Barcelona, algo que no
interesa mucho que se recuerde, fue la rosa de foc, la ciudad de la lucha,
cargada de voluntad por enfrentarse a una serie de prohombres que querían
patrimonializar Catalunya en pos de los intereses económicos de unos pocos.
El doce de
septiembre Artur Mas quiso reencarnarse en Francesc Macià, Lluís Companys y
Enric Prat de la Riba sin llegarles a la suela de los zapatos. Los dos primeros
rompieron la hegemonía de la Lliga regionalista y apostaron por un
republicanismo que en ocasiones perdió la cabeza, pero que también tuvo muchos
aciertos en un período histórico más que complicado. El tercero en discordia
fue un hombre que siguió la senda de fortalecer Catalunya sin perjudicar a
España, creyendo en un destino común de mejora cuando la tierra que piso era el
motor económico del Estado.
Mas
malinterpretó la Historia. En un momento de recesión comparable a la de 1929
decidió usar la demagogia para salvar el pellejo y huir hacia delante. Convocó
elecciones plebiscitarias y sus asesores le diseñaron un cartel donde era un
mesías que dirigía la voluntad del pueblo, eslogan que recordaba
sospechosamente al título de una película de Leni Riefenstahl.
El cartel
circuló por toda Catalunya y se organizó una campaña demencial que llegó al
paroxismo con la retransmisión en directo de la llegada del President, como le
llama ajustándose a la verdad desde el exceso la televisión pública, a la Plaça
de Sant Jaume tras recibir negativas de Mariano Rajoy en Madrid. El acto supuestamente
espontáneo era parangonable a la acción policial de los secretas del 25S en
Madrid por los mástiles. Tan del alma salió la bienvenida al héroe que esas
astas medían igual. ¡Qué perfecta organización! ¡Qué maravilla de entendimiento
entre desconocidos!
La gente no
hablaba de otra cosa y al poner toda la carne en el asador dio la sensación que
nos habíamos vuelto locos. Acudimos a las urnas el domingo 25 de noviembre con
el mal augurio de una abrumadora mayoría absoluta que desestabilizaría todavía
más la atmósfera y propulsaría el adiós a las medidas verdaderamente necesarias
para proseguir la farsa, legitimada por los votos. También el Partido Popular
sacó mayoría en 2011 y ya ven el amor que despierta entre la ciudadanía.
La sorpresa fue
el fracaso. Subió ERC, el laxante para que muchos optaran por creer más la
cantinela porque Oriol Junqueras es historiador, como Toni Soler. Vivimos en un
país donde un humorista puede soltar barbaridades y recibir aplausos porque
dirigió un programa de la caja tonta que fue muy gracioso. Pero el futuro no
son risas enlatadas.
Me quedaré
corto, de poco servirán mil palabras. Ha pasado más de medio año desde la cita
electoral. Las encuestas hablan de sorpasso, los casos de corrupción salpican a
CiU. Bárcenas está en la cárcel y Millet en la calle. El Palau de la música es
un templo burgués que simboliza todo lo que ha pasado en este pequeño país, que
diría Pep Guardiola, desde hace decenios. Los de siempre toman el pelo y parte
de los que no llegan a fin de mes festejan sus proclamas bombardeadas por
tierra, mar y aire, hasta con conciertos por una libertad que no hemos perdido
pese a los mercados y la desfachatez de los que nos mandan.
He visto varias
veces en mi vida a Artur Mas, la primera cuando cumplí veinticinco años, la
última en la radio. Es político, quiere serlo y se le nota, pero también es un
supremo estafador que no menciona casi nunca la paralización de los
presupuestos de 2013, los que perpetuán las tijeras mientras se desvía la
atención hacia las banderas en una época donde cede el Estado Nación y las
fronteras desaparecen porque el mundo ha virado sentido y la solidaridad va
camino de imponerse entre los que no ostentan corbata ni imputaciones.
Lo más triste es
que hemos llegado a un punto donde alguien podrá calificar este artículo de
antipatriota o fascista, cuando sólo quiere expresar un descontento y la
obligación de una transparencia, de un realismo para con el presente. Me defino
catalán, español, europeo y ciudadano del mundo, una persona que detesta el
vocablo tolerancia porque de por sí ya implica una hipocresía mezquina, pues
tolerar significa consentir sin aprobar expresamente. Navegar hacia una misma
dirección y salir de la crisis es vital. Montar aquelarres de feria para
escurrir el gran bulto es desvergüenza y oprobio.
En 2014 la
cuerda se tensará. Cada vez piso menos Barcelona porque así lo requieren mis
obligaciones profesionales, pero al mismo tiempo siempre la quiero más desde el
lamento. Llegará el tricentenario y los flamantes próceres culturales que nos
asemejan siempre más a una provincia con parque temático incorporado seguirán
lanzando proclamas incendiarias que nos alejarán de Europa. El cosmopolitismo
será una camiseta. La última vuelta de tuerca la han dado desde el otrora
partido interclasista, esa ERC que compara lo que vendrá con las rutas que
tomaron en 1809 Bolívar y no hace tanto Kosovo, dos paseos repletos de sangre
que ellos enarbolan con entusiasmo, vendiéndolos blancos e impolutos.
Aún así el gran
irresponsable es Artur Mas. No puedo discutir el dret a decidir porque es
lógico que cualquier pueblo merece expresar lo que quiere a través de la
justicia democrática, pero usted no está vendiendo eso, lo que usted vende es
humo para eclipsar las manchas que embrutecen su casita con un huerto del que
sólo crecen hierbajos. Es época de cambio, nadie lo duda, pero asimismo es una
era de prioridades que faciliten el bienestar de la población que gobierna. Es
posible que un día despierte y se encuentre fuera de su butaca y el sistema de
partidos haya destrozado lo vigente para enhebrar un orden nuevo que espero,
desde mi ingenuidad, sea más justo desde una perspectiva social. Mientras usted
se siente en su trona de niño pequeño que se burla de los demás sólo consigue
división y crispar, empobreciendo el panorama en cualquier ámbito, homologando
que es gerundio desde el cinismo más absoluto, el de aquellos que anteponen su
voluntad y la de los suyos a la del pueblo por muchas consignas que vomite en
papel mojado. La Historia es un tribunal sin reloj.
Ilustración de Nil Bartolozzi
2 comentarios:
Mi aplauso, Jordi, un artículo excelente!
Hacía tiempo que no encontraba tantas coincidencias con alguien.
Gracias por el oxígeno.
www.revolverlosbeatles.blogspot.com
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