Un díptico imprescindible: “Muss/El gran imbécil” de Curzio Malaparte
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 4.02.13
Mientras leía Muss, primer ensayo del díptico publicado en España por Sexto Piso, tuve un momento de vértigo. Tras un buen número de páginas ensayísticas el texto, de golpe y porrazo, cambió de tercio, iniciándose un fragmento muy novelesco donde Curzio Malaparte narraba su seguimiento por la Roma de la posguerra del asesino de Mussolini. El episodio sirve al narrador para jugar con el pasado desde direcciones determinantes. De la anécdota ubicada en las cercanías de Montecitorio se traslada a ese Milán sangriento de finales de abril de 1945, con el dictador fascista en la morgue, sin cerebro, desnudo y con el rostro demacrado de los días anteriores: meado, vilipendiado y colgado en una gasolinera por el pueblo que simuló amarle.
Su crónica aúna bríos novelísticos con un tono documental magnífico, autobiografía enmascarada por escapar del yo y centrarse en el mayúsculo ego, ya inánime, del hombre que bautizó una de las sendas más catastróficas de la pasada centuria y gobernó Italia durante veinte años.
Antes, justo en el nacimiento del volumen, Malaparte vuela a una efeméride con tintes de leyenda urbana. El Duce gustaba de pasear entre la multitud con el sombrero bien calado. Entraba a un cine y era el único espectador de la sala que se sentaba sin aplaudir al jefe del Estado, al payaso que congregaba multitudes en Piazza Venezia, durante la emisión de las noticias. Los que estaban a su lado, anónimos ciudadanos, le decían que era mejor erguirse y seguir la claque para salvar las apariencias.
Mussolini no tenía sentido del ridículo, punto que vértebra tanto este intento fallido, pero bello en su inacabado encaje, de biografía del amado odiado, del ídolo que cayó del pedestal por traicionar promesas de revolución social. Ese es el impulso que movió al escritor de Prato en su redacción.
Malaparte fue un entusiasta partidario del fascio desde su fundación. Acompañó, entre muchos miles, a Benito Mussolini en su marcha sobre Roma de octubre de 1922 y fue un ideólogo del régimen durante gran parte de esa década, hasta que se desencantó y cargó la tinta de su pluma con coherencia y una extraña, por particular, lucidez.
El trabajo de escritura de Muss duró en su conjunto casi veinticinco años. Con muchas interrupciones, como si el destierro, la guerra y los acontecimientos políticos, pan nuestro de cada día en la primera mitad del siglo XX, hubieran impedido completar el rompecabezas. Por ello, las dos partes del libro están bien diferenciadas. La que reflexiona sobre el fascismo como conclusión horripilante de la contrarreforma, el culto italiano al santo elegido por el pueblo y la relación del cristianismo con el surgimiento de dos afines estados totalitarios, entre muchas otras cosas, quiere lograr la utópica proeza de plasmar en un solo manuscrito el alfa y omega de la italianizad para entender los motivos que llevaron a Mussolini.
El dictador es el protagonista, sí, pero su cuerpo sirve para buscar los porqués del descalabro de sumisión y silencio desde la consagración de la parafernalia. La retórica siempre ha adornado la cosa pública italiana, algo muy mediterráneo si se quiere. Si los ministros democráticos inauguraban estatuas, el líder calvo ornaba el entramado urbano con arcos de triunfo, esculturas, frases de la Roma antigua y lemas de pura hipérbole marinettiana. El parque temático no lo ha inventado la posmodernidad.
Por supuesto, tanto Muss como El gran imbécil son rabiosas sátiras; sin embargo, la semblanza con lagunas del enemigo, más detestado si cabe por el trato directo durante la era de esplendor, es un ensayo no sujeto a ninguna norma lineal. Los temas fluyen con naturalidad, entrelazándose con sutileza mientras se propinan sonoras coces al objeto de inquina, héroe de pacotilla, arquitecto de una sádica comedia donde quería poner de rodillas a sus compatriotas, dolientes y resignados, reyes de la fachada de postalita, egoístas de vanguardia.
El gran imbécil es diametralmente opuesto a su predecesor en el díptico tanto en forma como en estilo, lo que sin duda es consecuencia de una ráfaga de inspiración que podemos fechar entre finales de julio de 1943 hasta mediados de agosto del mismo año, justo en los días de la real defenestración de Mussolini y la consecuente, y brevísima, euforia por la caída del tirano. Ya llegarían la ocupación alemana, la República de Salo y el claro sostén de Malaparte para con los aliados. Las jornadas posteriores a la destitución del ogro fueron una catarsis reflejada en una descarnada sátira que recupera una tradición renacentista para burlarse con saña de Mussolini en su adiós temporal al cetro. Prato y una gata negra como la noche en las murallas a la espera de un bel canto del que asedia los muros. El picapedrero que se cargó enteros barrios de la Ciudad Eterna para regocijo de su idolatría ad portas, castrado sin su juguete favorito, esputado por vocablos repletos de sano veneno con la ira empapando el termómetro.
Sólo puede celebrarse que la paulatina entrada de Malaparte, más alla de las emblemáticas Kaputt y La piel, en el panorama español, que en los últimos tiempos le rinde pleitesía con buenas ediciones de sus novelas bandera a cargo de Galaxia Gutenberg y la edición de la biografía escrita por Maurizio Serra en Tusquets. Esperemos que Muss/ El gran imbécil sea una piedra más en la construcción de este camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario