Entrevista a Isaac Rosa
Por Jordi Corominas
A las cuatro y cuatro minutos de la tarde Isaac Rosa llega en tren a Barcelona. Poco después sigo sus pasos en la estación de Sants, la dejó atrás y busco la calle Numancia, donde hemos quedado para aprovechar un paréntesis de media hora en nuestras vidas. Cuando termine nuestra charla él irá a grabar para televisión y servidor, esto sucedió ayer, se levantará para pasear a un grupo por la montaña de Montjuic.
El tiempo, creo que se ha entendido sin muchas complicaciones, apremia. Llego al hotel, veo varias posibilidades de bares con mesa y elijo la primera. Al fondo, acompañado de una de las chicas de prensa de Seix Barral, diviso al autor de La habitación oscura. Me gusta que el diálogo se produzca un mes después de la salida del libro. La velocidad actual genera un exceso de información que deriva en una extraña sensación, como si el calendario pasara las hojas con la manivela que aparece en la novela de Isaac. Sólo han transcurrido treinta días desde su publicación, pero parecen muchos más, una quiebra de la normalidad cotidiana que comentamos antes de empezar con las preguntas y cerrar el brevísimo prolegómeno. Ya de noche, mientras recordaba la jornada, juzgué todo efímero e intenso. Me dejé varias cuestiones en el tintero, pero siempre hay tiempo de volver a los interrogantes. El principal que olvidé en esa mesa se basa en la idea que La habitación oscura, por planteamiento espacial e ideas esparcidas a lo largo del texto, bien podría ser una futura obra de teatro rabiosamente moderno. Dejemos las especulaciones. Entrevistador y entrevistado sabían que el reloj corría. Sólo quedaba encender la grabadora.
Jordi Corominas i Julián: Hoy he leído en el periódico que el Tribunal Constitucional avala que las empresas controlen el correo de los trabajadores.
Isaac Rosa: Es increíble. Era una de los temas que me interesaba abrir con el libro. Sólo se habla del espionaje en el ámbito del trabajo cuando hay una sentencia, que casi siempre son por revisiones del correo electrónico o seguimientos de GPS. Se publican un par de artículos y luego el tema desaparece. En la novela es un tema colateral, es una trama secundaria, pero me interesa mucho porque casi parece que aceptemos que nos espíen los gobiernos. Hay una cantidad de aplicaciones y programas que usan las empresas para controlarnos, pero aún así no existe un debate entre trabajadores, sindicatos y partes perjudicadas por la cuestión.
Entre los trabajadores se adopta esta forma de aceptarlo y no darle importancia porque de este modo la cuestión desaparecerá, como si el mutismo propiciará su evaporación.
Hay una parte de ignorancia. Las empresas legalmente tienen que comunicarlo a los trabajadores. En muchos casos no se produce esta comunicación y luego hay mil y una aplicaciones que, enmascaradas bajo otra función, se usan para que los trabajadores se sientan controlados u observados, que es la verdadera perversión.
Eso enlaza con El país del miedo.
Es el panóptico de Bentham, una cárcel donde lo importante es que creas que te pueden observar en cualquier momento, y eso hoy en día implica la sensación que la empresa puede controlarte mediante las pulsaciones del teclado, pantallazos, el GPS u otras opciones. Eso hace que trabajes de otra manera, que seas más sumiso. Hay muchísimos otros casos de espionaje puro y duro, pero aquí no hay debate. Cuando me documentaba para el libro sí me di cuenta que en Francia hay más debate, con artículos, informes de sindicatos y discusión social.
¿A qué atribuyes la diferencia?
Los franceses nos llevan bastante ventaja en cuanto a derechos sociales, conciencia social, debate ciudadano…
Quizá aquí la cultura de la velocidad ha cuajado mejor en España porque aquí no tenemos el espíritu reflexivo francés, como en la novela y el episodio del vídeo que en dos minutos sintetiza años de existencia colectiva. Correr para no pensar.
Es correr para no caerte, seguir corriendo en todo momento y si te caes sigues, no dejas de dar pedales para que la máquina no pare.
La metáfora del tablero donde sólo puedes avanzar. Cuando no lo consigues surge la frustración y el miedo de volver a la casilla inicial.
El malestar en el que vivimos va mucho más allá de la crisis, el paro y la bajada de salarios. La precariedad no es sólo laboral: es vital. Mi generación, tu generación, los que estamos entre los veinte y los cuarenta hemos crecido en ella, no hemos conocido otra cosa que la precariedad en nuestras vidas, no nos ha venido de golpe.
La habitación oscura es un título y un espacio que da pie a mil metáforas. Tu como autor de la misma, ¿con cual tiendes a asociarla?
Tienes razón. El título tiene un poder simbólico muy fuerte y una capacidad metafórica que yo reconozco que me desborda incluso como autor. A lo largo de este mes he leído mil interpretaciones de críticos y lectores que van mucho más allá de donde yo creía que estaba escribiendo. La habitación oscura enfrenta dualismos como la oscuridad y la luz, el interior y el exterior, el enfrentamiento entre identidad y anonimato, ver y no ver. Da para muchas metáforas. Inicialmente comencé viendo las posibilidades de las mismas y otras las han añadido otros a posteriori. Al principio La habitación oscura era algo que yo quería interponer entre el lector y la realidad de la que yo quería hablar. Podía haber escrito una novela que mostrarse el derrumbe de la vida de los personajes con el paso de los años, pero la habitación oscura introduce un elemento de extrañeza. Me interesaba crear un espacio físico que cambiara con los personajes, que pasa de ser un sitio de diversión a un escondite y se deteriora con los que la frecuentan. De fascinante pasa a ser inquietante, de sentirse a salvo los personajes pasan a notar una permanente inseguridad.
El espacio cambia por el movimiento.
Y se altera su atmósfera. La habitación oscura es el refugio, la evasión de la realidad, querer esconderte, el buscar formas de comunidad, buscar un lugar al que pertenecer y estar con los demás, aunque sea de forma engañosa.
Pero ellos sí tienen muchos vínculos, o al menos luchan por tenerlos.
No encuentran la posibilidad de construir una comunidad fuera de la habitación oscura, por lo que construyen un sucedáneo de comunidad donde encuentran elementos de seguridad que alejan las incertidumbres del exterior.
Y ese exterior parece un espectro o un páramo, porque en los escasos momentos donde aparece nunca hay nadie por la calle y los escenarios son desoladores, desde no lugares hasta espacios que inspiran puro desconsuelo. En la habitación oscura se concentran las emociones.
Es el sitio más cálido y humano de la novela, en el que prefieres estar, sobre todo porque, como dices, el exterior no invita en exceso. Precisamente con el paso de los años este exterior va filtrándose en la habitación, que deja de ser un sitio seguro y pierde su función de refugio que nos construimos para desaparecer de ese exterior que no tiene afuera, del que no podemos salir nunca . Otra interpretación en este sentido es el de la visibilidad y la invisibilidad. Nuestra época es de híper visibilidad absoluta, es muy difícil dejar de ver y ser vistos, es muy difícil cerrar los ojos, estar a oscuras porque estamos constantemente expuestos a la vista de los demás y de nuestra propia intimidad, algo que facilitamos no sólo con las redes sociales. Basta salir a la calle, donde nos exponemos mucho. Estamos permanentemente a la vista y estamos viendo todo el tiempo.
Somos vistos constantemente y vemos, pero al mismo tiempo esta relevancia visual nos convierte en irrelevantes.
Lo vería más desde un punto de vista de identidad frágil. Identidades precarias que son intercambiables. Me interesaba de la habitación oscura la oscuridad por oposición a la luminosidad, esa hípervisibilidad del exterior, donde todo está a la luz o aparentemente bajo su aura, como si todo estuviera a la vista y viviéramos en un tiempo transparente, como si yendo un paso más allá con Wikileaks desaparecieran los secretos diplomáticos y políticos, y no es cierto, pero es uno de los espejismos de nuestra época, pensar que la hípervisibilidad se ha generalizado y que todo es transparente y podemos verlo según suceden los acontecimientos, en tiempo real. La habitación oscura permite salir del mundo…
Y marcar un tempo de acción más lento, cada uno de ellos decide en que momento acude a la habitación oscura, no hay normas para asistir al espacio, algo que choca en un mundo donde nuestra generación va con la agenda marcada, como si cada segundo fuera oro.
Sí, y en ese sentido los miembros de la habitación redactan sus propias reglas que no apelan a las leyes ni a las tensiones del exterior. Inicialmente lo plantean así.
Pero cuando llegan las normas el sexo está en el centro y la reflexión en el lateral, en este sentido si encaja con la sociedad actual.
Claro, el sexo es un tema importante en la novela porque esa híper visibilidad de la que hablábamos antes está muy presente en lo sexual. Me encuentro con muchos lectores que me dicen que hay mucho sexo en la novela. Al final les demuestro que ellos han visto más del que hay en realidad. Hay muchas formas de contar el sexo en la novela que son a oscuras y muchas otras que sugieren más que muestran.
Hay más erotismo que sexo.
Eso es. Me interesaba demostrar cómo el discurso del sexo hoy está dominado y contaminado por el discurso hegemónico del porno. Los que frecuentan la habitación oscura recurren a los esquemas narrativos del porno para imaginar sus sensaciones. Son víctimas de la dominación de este tipo de discurso.
Y se menciona la comparación de la habitación oscura como un club de intercambio de parejas íntimo y privado.
Como un cuarto oscuro clásico.
En la novela uno de los personajes acude a un cuarto oscuro gay y se da cuenta que no es lo mismo que la habitación.
Claro, entre otras cosas porque no son oscuros, o no tienen la oscuridad absoluta de la habitación que permite diluirse del todo, que las relaciones no tengan consecuencias, mientras en los cuartos oscuros de clubes hay penumbra, no oscuridad total.
Antes de empezar a leer el libro pensé que su título encajaba muy bien con el mito de la caverna. Parece la metáfora más evidente pero al mismo tiempo encaja bien con lo que se cuenta, como si los personajes fueran como los esclavos ajenos a una realidad que no aprehenden.
Hasta el momento he leído un par de críticas que hilvanan ideas parecidas a la que acabas de comentar. La verdad es que no estaba entre mis intenciones. Asumo que es una lectura posible, entre otras cosas porque la novela puede hablar de las representaciones de la realidad, las representaciones que nos asedian.
Ellos se dejan llevar por la vida durante mucho tiempo, hasta que llega la crisis. Ése fue un problema de nuestra generación. Antes del estallido vivíamos ajenos a la tormenta. Con esta la habitación cambia de sentido y la novela da un giro radical. Personajes como Silvia y Jesús ganan peso y otros más anecdóticos retroceden.
Inicialmente iba a contar la historia de la habitación y de cómo se transformaba el espacio. Cuando el exterior se vuelve más inseguro es porque ellos se sienten más vulnerables y convierten la habitación en un refugio. Por el camino decidí meter esta otra trama que confiere más solidez narrativa a la novela que me permitía reflexionar sobre el espionaje y el mundo del trabajo y al mismo tiempo introducir el tema de la protesta ciudadana, con sus límites, lo que viene después y la impaciencia de los que piensan que esto no sirve para nada y debemos adoptar medidas más fuertes. Esa otra reflexión no estaba en mis propósitos. Fue cogiendo cuerpo porque me permitía enfrentar al lector con sus propias dudas, incluso dudas sobre el comportamiento de los personajes.
Sí, porque vas mezclando voces, hay un juego muy fuerte entre el yo y el nosotros, que es el dilema actual del ciudadano con conciencia social.
Sí. Lo que me interesaba era situar a los lectores con ese dilema. En que momento estamos. Cuantas Silvias hay entre nosotros. Cada vez oigo más eso de el miedo debe cambiar de bando. ¿ A qué estamos dispuestos?
Queda muy bonito decirlo.
Efectivamente. ¿De qué estamos hablando? ¿Cómo vamos a repartir el miedo? ¿Cómo vamos a lograr que los otros lo tengan? Lo interesante sería que nosotros tuviéramos menos miedo, algo que está en nuestra mano, mucho más que ese 1% no afectado por la crisis sienta miedo.
El discurso de Silvia se centra en meter miedo a ese 1% para equilibrar la balanza.
Claro, pero para equilibrarla también puedes quitar miedo a tu parte, algo que me parece más interesante, trabajar para crear nuestra propia seguridad, construir espacios de seguridad y confianza para sentirnos menos inseguros, como puede ser la gente que apoya a los demás frente a un desahucio.
El vuelco social que da la novela también muestra a partir de Silvia y los demás miembros del grupo algo que normalmente no se menciona en exceso: los implicados en intentar cambiar la situación son poquísimos.
Los propios inquilinos de la habitación oscura participan en la lucha política, de ahí a lo que decía antes de las dudas en el lector. Están movilizados mediante una lucha discontinua. Silvia cruza la línea roja y muchos pueden empatizar con ella.
Hay dos puntos en lo que dices. Los discontinuos que acuden a las manifestaciones casi para tomar una caña con los amigos y los comprometidos como Silvia. Pero cuando los verdaderamente comprometidos alzan la voz los de la caña se echan para atrás, les entra miedo.
Claro. No creo que ocurra ningún estallido social, pero sí creo que surgirán pequeños focos y gente a quien le podrá la impaciencia, la rabia, la fatiga de la propia movilización y que optará por romper y emprender acciones que no necesariamente serán como las de Silvia y Jesús. Me interesaba plantear donde nos situamos nosotros, que consideramos aceptable, donde ponemos la línea roja, hasta donde estamos dispuestos a llegar. ¿Seguimos pensando que hay que respetar una serie de reglas aunque otros las pisoteen? ¿Tenemos que jugar al mismo juego con las mismas reglas aunque la casilla ya no esté ahí?
Además para mucha gente que juega la aspiración no es progresar, es simplemente volver a la casilla de inicio.
Esa es la crítica que hace Silvia a los otros. De nada sirve tener una crítica muy encendida al sistema si no quieres romper nada. Pero claro, como no hay una alternativa sólida al sistema no queremos romper pese a seguir perdiendo durante un tiempo. Eso es un engaño porque no existe un después de la crisis, forma parte de un relato de inicio y fin. Cae Lehman Brothers y empieza la crisis, pero si aceptamos que hay una cronología en las enciclopedias encontraremos un punto y final. Hemos interiorizado ese relato. Pensamos que esto acabará desde unas coordenadas lógicas, pero empezó antes, el discurso oficial sólo vende la moto de una falsa esperanza.
El diálogo no termina aquí, pero algo pasó que escapa a la lógica. Lo transcrito hasta el momento abarca veinticinco mininitos de una charla que duró treinta y dos. Lo recuerdo con precisión porque siempre compruebo el cronómetro de la grabadora antes de pulsar el botón de stop y así asegurarme que ninguna tontería me hace perder el archivo. El tema principal que cerraba la última parte de la conversación versaba sobre otro de los puntos calientes de la novela y la evolución de la habitación oscura. Maldigo a mi grabadora, pobrecita. Tanto Anna, la chica de prensa, como quien escribe nos preocupamos de ahuyentar a los gritones de los teléfonos móviles para que luego no me costara transcribir las palabras de Isaac, y ya ven. De todos modos queda algo de memoria humana, de esa que no se guarda en ninguna máquina y albergamos en el cerebro.
En fin, durante los últimos siete minutos de charla desaparecida por azares de la tecnología, todo más que sospechoso, hablamos de cómo los vigilados pasaban a ser vigilantes de los poderosos, pero sólo de un grupo perteneciente a la clase media alta de este sector de la pirámide, lo que no excluye que ahora mismo la informática pueda violar la privacidad de figuras más importantes como, recuerdo que fue el mencionado para la ocasión, Mariano Rajoy. ¿Podía resultar efectivo atemorizar a los gerifaltes mostrando imágenes de su intimidad como se desarrolla en la novela? ¿Cambiaría el miedo de bando? Fuimos hilvanando reflexiones y en algún momento nos paramos en que una acción aislada nada consigue aunque, en cambio, sí podría resultar efectiva una cadena de vigilados que se aliarán en este sentido para poner contra los cuerdas a los de más arriba mostrando que ellos también pueden ser víctimas de su propio sistema de control hasta crear un status quo. Snowden, contó Isaac, es un ejemplo de cómo una persona que no está en un escalafón muy alto puede acceder a datos fundamentales. De ahí avanzamos y pregunté a Isaac si esa perspectiva, la de la alianza de los pequeños a través de una cadena, podía trasladarse a otro campo de protesta que trascendiera lo tecnológico. Dimos vueltas a la cuestión y salió la comparación de los grupos actuales con los brigadistas de los setenta. Estos, sin la informática, seguían e investigaban al enemigo para, una vez recabados los suficientes datos, desgranar su conducta y poder pasar a la acción, que al principio se limitó a leves secuestros donde el cautivo posaba con lemas revolucionarios y a posteriori ganar sofisticación y eficacia. Luego, pido disculpas por no recordar todo lo que perdí por culpa de la nada, abordamos la metáfora del polvo y las ratas. La habitación oscura es, durante gran parte de la novela, un espacio inviolable que también podría servir como metáfora de la sociedad. A veces pensamos que nada ocurre y mientras nuestra mente se acomoda a lo previsible el polvo llena estanterías y recovecos, el aire se vuelve más pesado y la asfixia provoca que sintamos las cosas que nos rodean de manera distinta. Lo mismo acaece con la habitación, derrotada y sin encanto por la evolución de los hechos y las circunstancias. Su impenetrabilidad queda descartada hasta por las ratas que desde la calle acechan sus ventanas y desean acceder al interior. ¿ Esas ratas son los poderosos? Ellos penetran en la privacidad de nuestras existencias sin el esfuerzo que emplean los vigilados, ellos acceden a cualquier información de nuestro ser porque tras la fachada han urdido mecanismos, desde el móvil hasta las cámaras de la calle, para saber de nosotros sin que se note, y esta actividad impregna todo el tejido social, inocente en su prisión sin rejas donde la violencia más contundente que se ejerce sobre las personas no es física y usa técnicas que desgastan a cualquiera.
La fase de los roedores preparaba, entre otras cosas porque ambos sabíamos que debíamos cortar la conversación para encaminarnos a nuestros respectivos destinos, la traca final. Recuerdo una broma sobre las ratas mordiendo a los de la habitación oscura mientras practicaban sexo, pero eso no aparece en la novela, fue una mera ocurrencia no tan descabellada si contemplamos a los que mandan como esos animales. Concluimos con palabras desesperanzadas que eran un broche de oro. Las que cerraran este diálogo no serán tan completas. Aún así es estimulante ver que en España se escribe literatura que prescinde del yo y piensa en los demás, literatura de alta gama de una generación que debe actuar con los recursos que disponga para no caer en el conformismo al que quieren habituarnos. Isaac Rosa y La habitación oscura nadan contracorriente. Quizá los demás deberían tomar nota y dejar de mirarse el ombligo. Por una vez no me hubiese importado saber que alguien nos estaba grabando. Señor vigilante, si tiene la cinta con el audio de nuestra charla le ruego me lo envíe. Gracias.
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