El testamento: La cartera del
cretino de Kurt Vonnegut, por Jordi Corominas i Julián
Kurt
Vonnegut, La cartera del cretino, Malpaso, Barcelona, 2013
Traducción
de Ramón de España
Me
llega La cartera del cretino a casa y no la tiro a la basura, no piensen mal,
es de Vonnegut, es inédita y merece reposo; decía el emperador Augusto aquello
de apresúrate lentamente y, créanme, para cuestiones lectores conviene hacerle
caso. Luego diremos que sí, devoré el libro, y suele ser cierto, pero también
hay que degustar las páginas, captar su sabor porque forman parte de un
conjunto en principio coherente, con una línea común y unas ideas que reflejan
el pensamiento de su autor.
Abro
el volumen e intento no distraerme con la belleza del naranja que envuelve su
diseño. Tengo experiencias con el escritor norteamericano, sucumbí a su
Matadero 5 y al Desayuno de los campeones, pero no sé tanto como Laura
Fernández, que siempre me menciona algo del bueno de Vonnegut, como si fueran
amigos de toda una vida. Su entusiasmo, del que suelo fiarme, fue una de las
razones por las que afronté esta nueva lectura con muchas ganas, y debo decir
que la prueba se ha superado con holgura.
En
primer lugar por determinados juegos que son de mi agrado. La cartera del
cretino es una colección de relatos que culminan con un ensayo que es todo
arrojo y otro cuento incompleto, su última pieza de ciencia ficción. La
compilación inicial está dividida en episodios que muestran una especie de unidad
invisible entre las partes, unidad que si existe es temática y de estilo a
partir de determinadas obsesiones y rasgos inconfundibles del escritor de
Indiana.
Entre
tibio y Tombuctú es un delirio de empecinamiento de un pintor que tras perder a
su mujer y salvar la vida de su vecino se pregunta, mediante el capricho de un
médico, si es cierto aquello que cuando casi te vas al otro barrio te pasa toda
la vida por delante. Para comprobarlo fríe a preguntas al pobre galeno e idea
un endiablado sistema que para funcionar requerirá casi que los astros se
alineen y desafíen la conflagración del absurdo, siempre presente en nuestra
existencia a partir de pequeños detalles capaces de alterar el panorama con un
soplido. Lo mismo ocurre en Roma, relato donde una obra de teatro topa con la
machacona insistencia de un padre corrupto que controla los movimientos y las
costumbres de su hija, a la que impide desarrollar con naturalidad la afición
que la liberara del tedio.
Esa
voluntad de escapar del aburrimiento asoma en Paraíso junto al río, narración
con trampa donde un chico y una chica coinciden mientras golpean una piedra. El
encuentro conduce, algo que suele ser frecuente pese a que nos fijemos poco en
la minucia, a otro lugar donde la historia recibirá justa rúbrica, bien
diferente a la del cuento que da título al volumen. La cartera del cretino, con
un final sutil e imprevisto como marca de fábrica de Vonnegut, donde un
estudiante de teología perderá el oremus y querrá dilapidar la fortuna legada
por sus padres en pocos días. ¿Las causas? Eso mismo se pregunta su experto
consejero, quien con afán detectivesco seguirá a su cliente para meternos en un
embolado caricaturesco, no tan pronunciado en Señorita Snow, está despedida.
Aquí la clave, que revela una honda observación de la psicología de mediocres
en altos puestos laborales, es la belleza de una jovencita, obstáculo
insalvable para alguien que ya tuvo que vérselas con el exceso de guapura de
una mujer. La cosa deriva en un episodio fuera de la oficina para corroborar la
simpleza de todos y la profunda soledad del hombre contemporáneo.
En
París, Francia vemos como la vejez puede tener múltiples rostros que van desde
las famosas viruelas hasta una negatividad que Vonnegut decide enfocar desde el
surrealismo que es mero reflejo de la realidad y sus excesos. El viaje de una
pareja a la capital de las Galias le sirve para inmiscuir a otro matrimonio
retrógrado y a una pareja de enamorados que levantan envidias en los viajeros
del tren rumbo a París. La desgracia, la calamidad y las apariencias vertebran
esta apoteosis de cotidianidad llevada a la hipérbola para que riamos y el
narrador se divierta con sus marionetas.
Sin
embargo este disfrute, que en muchos casos a lo largo de su trayectoria se ha
visto como indudable cinismo, contiene un poso de amargura que transmite el
último capítulo que constituye el ensayo titulado El último de Tasmania. ¿Quién
era? Los habitantes de esta isla se extinguieron porque los colonizadores los
juzgaron demasiado feos como para irse a la cama con ellos. Así desapareció un
cachito de humanidad. El escritor de origen alemán insiste en este potente
texto en cómo el hombre blanco, y no es nada casual la constante mención al día
de la basura, perpetua la sumisión del otro e intenta excusar con lustrosas
reflexiones encuadernadas y de venta en librerías. Los dos conceptos que
resumen el pensamiento expuesto son el que nace de la metáfora de los dos
Heinrich. El primero se apellidaba Himmler y mientras amaba a los animales se
dedicaba a exterminar sin piedad a sus semejantes. El otro era escritor de los
buenos, se apellidaba Böll y opinaba que el gran error de los humanos, su
principal defecto, ha sido, es y será la obediencia.
Y
de ella deriva el grito mudo de la excavadora que todo lo alisa, segundo gran
pensamiento a tener en cuenta, simbolizada en nuestra era contemporánea, hay
que tener en cuenta que el ensayo fue escrito en 1992, por la televisión,
invento que no se añade a las pocas fechas clave que debemos aprender para
simular tener una visión del universo porque sería demasiado poco pudoroso
hacerlo, el dominio debe ser sigiloso, los artefactos ya ejecutan su melodía,
inacabada en el caso de Vonnegut con su La ciudad robot y el señor Caslow,
aunque la sensación de terminar de leer sin ver un punto y final tiene algo de
reconfortante porque la imaginación es inagotable y continuar esa línea es un
acicate más, otra muesca oculta del revólver.
3 comentarios:
Lo tengo en casa pegándome unos gritos que ahora se han amplificado.
Lo tengo en casa pegándome unos gritos que ahora se han amplificado.
Se lee con mucha tranquilidad, el maldito fluye y fluye, seguramente eso es lo que pedimos,no???
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