Mostrando entradas con la etiqueta sigueleyendo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta sigueleyendo. Mostrar todas las entradas

lunes, 15 de abril de 2013

Ana Rodríguez Callealta reseña Los lotófagos en Sigueleyendo





Crear literatura es ordenar palabras para crear –a su vez- estructuras cuya combinación final de como resultado un texto inédito. Y para que un texto sea arte, el artista sólo tiene que emitir el mensaje y establecer un contrato implícito con el destinatario potencial que diga: Esto es arte. Una vez aceptado por el receptor, el cuadro de la comunicación –habiendo entrado ya en juego, lógicamente, las funciones del lenguaje-, queda completo. Así, lo primero que le viene dado al lector es una estructura ya hecha en la que entra como variable y actor, entre otras cosas, el nivel sintáctico de la lengua, del que derivará lo semántico en un sentido oracional y textual, porque el nivel semántico, en sí mismo, es transversal, esto es, irreductible.

Al abrir Los Lotófagos de Jordi Corominas, lo primero con lo que se encuentra el lector es con un juego sintáctico. Un juego sintáctico evidente y claro, de pura raza. Esto viene a decir que en un primer nivel, el poemario se presenta como un tablero de juego que a su vez debe ser construido por el lector a partir de lo ya dado: las reglas, las figuras. Con todo lo que eso comporta. Es decir, debe dotar a un poemario que es un solo poema sin pausas (a excepción de las comas), de un sentido único a partir de un ejercicio de des-encriptación. En resumidas cuentas, se trata de un poemario encriptado de múltiples lecturas: tantas como lecto-jugadores. Así, una vez buscadas y re-buscadas las pausas, los sujetos oracionales, los hilos temáticos, las subordinaciones, las jerarquías, etc., el lector entra en el libro, lo desencripta y forma parte de él más allá de la empatía, porque es algo suyo y Los Lotófagos lo ha convertido en jugador, esto es, en participante.

Si es o no adecuada la lectura que propongo, no lo sé. Pero he entrado en Los Lotófagos. Y se me ha permitido jugar. Con eso me basta.

Después de todo este ejercicio sintáctico, en el que he atravesado el poemario sin pausas ni cortes, estableciendo sujetos y núcleos de acción, Los Lotófagos se me ha presentado como un juego de cajas contenidas las unas en las otras cuyo final será por siempre infinito. De esta forma, me he permitido jerarquizar el poemario en núcleos temáticos de la siguiente forma:

Lo primero es que el desembarque en la isla de los Lotófagos necesita, lógicamente, de una travesía que nos lleve hasta él. Y yo me pregunto, entonces, si una vez desembarcados en la isla, Jordi Corominas no habrá tenido miedo de perder la memoria, y no habrá corrido, por eso, a imprimir en letra escrita esta crónica –aparentemente surrealista- de la sociedad contemporánea. Crónica y críticas nada surreales. La escritura automática es tan sólo el efecto.

Empieza así: Desarmamos rampas y cross-check, hartazgo/ de tanta nouvelle vague,/ serán azafatas de una compañía low cost, sí / agua a dos euros y medio

Y ya intuimos donde vamos a estar: un aeropuerto sicodélico, el engranaje en espiral de la locura. Mientras tanto, el yo  se entrecruza entre el anonimato y la impersonalidad rápida y voraz en las que estamos imbuidos: y le puedo ofrecer una tarjeta oro gratuita, cada / minuto sintiéndome / un péndulo de puente aéreo con las maletas en / la mirilla de la desdicha, / bestia observación anónima entre sudores de / semejantes que ignoran / al hombre sin rasgos que aspavienta brazos / rogando compasión en no lugares / diseñados para histerizar a doña normalidad / con ínfulas impresas en un papel

Y aquí la clave de lo contemporáneo que, un poco más adelante, será pasado histórico proyectado en presente: en la mentira de un lujo extinto, mantis / religiosas del siglo XXI

El marco se convierte en espectáculo (no quiero que termine el / espectáculo, abran la puerta). Pero el espectáculo no termina aquí, en este aeropuerto de la histeria, sino que empieza aquí: sean bienvenidos / a la isla amnésica de los lotófagos. ¿Y cómo es la isla? abismo privado de objetos perdidos, / escondite de la náusea fugaz que a todos representa. En la isla de los lotófagos, cada itinerario es una mudanza que acrecienta recuerdos (verso magistral). Avanzar en ella, es perder la memoria: magma de efemérides destinado a / sepultar en su cementerio / lastres que en ocasiones lamentamos abandonar / y en otras agradecemos / depositar en la espiral de una selección natural / de la omisión consentida

Todo el poemario es un itinerario por la falacia del pacto con el olvido en el que estamos inmersos cíclicamente: la sociedad, cárcel querida. Y la mentira no es superficial, es una flecha de doble punta que va, simultáneamente, hacia el exterior (somos una cíclica guadaña / que acciona sus mecanismos para dar / tranquilidad a las fachadas creyentes / de una cotidianidad sin mácula) y hacia el interior (en la / alcoba prefieren hedonismo / de humareda reclinados en el mutismo, (…) maná / glorioso de quienes optaron por esputar / cianuro a la reminiscencia). El hedonismo absurdo de la mentira complaciente. Así, Jordi Corominas va recreando esa atmósfera donde el diálogo es utopía. La descripción es buenísima: yacen, gimen risueños en la ausencia, / afortunados en su letargo / de mirar un techo, cazar ficticias mariposas y / filtrear con lo clásico / en la cima de una modernidad ajenos al apestoso / ruido de la terminal. Porque la terminal les daría un bofetón con la verdad sin amnesia.

Y el juego entra en el juego, el meta-juego de Los Lotófagos: las fichas útiles del tablero (…) el croupier / universal da brío a su ruleta atildado de / dandismo redentor, / sabe latín de las profundidades (…) fulares y un toque divino con su bastón de la / esperanza. La figura de este croupier se erige como la del dios omnipotente que tiene la llave de las tragaperras mentales. Estamos ya recorriendo una ludopatía existencial mediante la cual, el ser humano se convierte en ceguera, en hueca carne, en ruina interior.

A partir de aquí, el poemario se transforma en una regresión por las filas de la memoria histórica: y la religiosidad catalana, asustada con David / Bowie / y el comunismo de pa sucat amb oli de los / setenta. Estos versos son una genialidad: acatamos la copla de acordes fijos / lamiéndonos / las heridas en cuevas adaptadas a menesteres / básicos, / contentándonos con limosnas que justifiquen el / ideal / y burdas blasfemias planfetarias de regímenes / que son un scrabble global, perlas del / abecedario / de la infamia. Es un paseo por la batalla de Berlín en el que desfilan por subversión del símbolo, cánones de la historia, de la literatura, de la sociedad, de la cultura: Dante, Wagner, Virgilio. El pasado es la base de proyección de la crítica sagaz del presente, en tanto que su cimiento real e histórico: escombros de champagne revolvían el viento / del raudal explosivo, y en los despachos de la / derrota / se traducía en fornicaciones de secretarias con / militares / extraños al reglamento y Wagner en la radio del / frente. Y estamos de golpe en la Alemania nazi, escaparate / de la vergüenza del irraciocinio postrado ante / la revolución. Sublime.

Y en medio del genocidio, el hombre y la masa. El hombre como individuo. La paradoja: cómo puede ser el anonimato la sangre de la muchedumbre que es el todo al que pretende dirigir y controlar la autoridad: y la lente del fotógrafo de los / paladines, / etéreo notario a sueldo de mandamases, / su identidad tiene un rostro / que es el de cualquier compañero / en su misma tesitura. El anonimato frente al rostro de la autoridad: porque la rúbrica no cuenta en cuarteles / de maniáticos gerifaltes, / dueños de cetro / y tiara en la milonga del reconocimiento / por y para la masa. El eterno retorno: trucados según la centuria. Y se me viene a la cabeza –fíjense-, Jorge Manrique: en su inopia atrofian jergas detectivescas, / borrando pistas / que les darían chispas para aprehender que su / condición es idéntica / al plebeyo del trípode. El siervo, el esclavo, a merced de las dictaduras, cuyos gobernantes, sólo quieren una foto de su cara en un despacho, porque el rey, no es nada desnudo sin propaganda.

Y cambia el escenario: ahora vemos al artista de / corte / en un parque municipal dando alpiste a las / palomas, / a su alrededor la Sagrada Familia es un pastel / que los turistas devoran con sus baratijas de / cuatro duros. Entonces el poemario se hace estampa  (in)costumbrista: una chica recoge los excrementos de su chucho (…) ve salir a los pasajeros de la boca del metro, y / llora la intuición / de un color sin significante ni significado. Maravilloso: niña, mi vocabulario se desvaneció en el / incendio / de mis neuronas, desde entonces acumulo / bolsillos aserrinados de la razón y el laberinto / devino en agujero negro, sopa de letras / disuelta en polvo que flota vano y viudo / por mi cabeza. Metaliteratura. Y vemos desfilar a Van Gogh por las remozadas zozobras finiseculares en confines / surcados por la orquesta del Titanic en la playa / del entresuelo con velos decimonónicos.

Y luego, desde una ventana de Lavapiés, el fútbol y The Beatles, cadencias entrelazadas con un punto sarcástico inevitable: a posteriori dialogamos en un / restaurante indio / de la avenida principal, pedimos una jarra de / líquido / elemental del grifo por eso de ahorrar con la / crisis / y sentirnos astutos en el elogio de la calidad, / pero recaudaron lo mismo con el plus del / picante. Y entra en juego una liturgia sacra; lo sacro por la inversión de los símbolos y las figuras de la mitología romana: tira el cáliz del / burdel de la Almudena / y asume de una puñetera vez que si estás / conmigo es por inclemencias / del cálido invierno en que te travestiste de / Caronte en la oficina, / prometiéndome franquear el Leteo en sentido / inverso. Y también otras historias (la del traslado del / profesor a Cracovia / por motivos docentes al campo de / concentración). Otras historias, pretéritos / rescoldos como alegorías de lo que fue y no volverá, que a Jordi Corominas le sirven para enlazar con una crítica brutal a la opinión pública, al snobismo ilustrado y a la crítica literaria actuales. Resumo: adiestrada / retórica que comentan con aspavientos / en el / mugriento / bar Manolo dos filólogos noveles (…) estiloso flequillo / peinado al milímetro y una serie de iconos / vintage a tono con la vanguardia del presente (…) críticos literarios (…) arremeten con el lacón / untándolo con clásicos grecolatinos del / cochambroso / e impoluto desván del farmacéutico. Y cómo no, también lo que se conoce como Justicia Poética: amanecerá / la jornada donde esas chinches sean pasto del / insecticida (…) mientras tanto sé Cristo / con los mercaderes / del templo, te lo ruego, aviva tu potestad. Imposible sobrevivir al adocenamiento ferial de las / gafas de pasta.

Y por fin, Hiroshima, 1945: dos gemelos / vestidos de pingüino castizo / en guateques tardofranquistas entretenían con / sus guitarras (…) autopsia / sinfónica que apuntalaban con las sobras de su / natalicio / recolectadas en hemerotecas falangistas y / televisiones forasteras. El franquismo: pan blanco de / estraperlo / en tu cartilla de racionamiento (…) ¿dónde / están los embajadores? (…) golpe de Estado en el / ensanche / del desierto (…) España y la danza macabra del / monopolio / del macho cabrío, terrateniente, marcial y bajo / palio. Y la posguerra: nunca / Hamelín con pezuñas desenfrenó / su fertilidad con tan virulenta mansedumbre.

            En definitiva, en cuanto a su significado, Los Lotófagos se constituye como una revisión histórica proyectada en presente. Crítica diacrónica, sincrónica, sagaz y necesaria. Testimonio de la máscara y de la mentira, de los absurdos cauces del progreso y de su pose. Magistral.

domingo, 17 de marzo de 2013

Doble dúo loopoético: Javier López Menacho y Ana Rodríguez Callealta hablan del show y del poemario Los lotófagos



El pasado martes apareció en Sigueleyendo un doble artículo Loopoético. Por una parte Javier López Menacho hablaba del show del cuarto aniversario, con toda su variedad de grupos y formas líricas. En la segunda parte la poeta Ana Rodríguez Callealta reseña Los lotófagos. Puedes leer ambos textos aquí.


jueves, 14 de febrero de 2013

Mi cuestionario Proust en Sigueleyendo



    Hoy los chicos de Sigueleyendo han publicado mi cuestionario Proust que respondí hará un tiempo, para leerlo sólo debes clickar aquí

domingo, 11 de noviembre de 2012

Diálogo con Manuel Rivas en Sigueleyendo




Este año la reentré está siendo larguísima, y eso provoca que la serie de entrevistas potentes llegue casi hasta navidad, como si los meses otoñales fueran un bazar infinito de novedades firmadas por grandes nombres. Las voces bajas de Manuel Rivas es una apuesta que parece consolidar, algo comprensible en época de crisis, la tendencia de personajes cercanos, que puedan palparse y notar en la normalidad, que en este caso recorre la infancia y la adolescencia del autor en una Galicia con connotaciones mágicas entre lo arcaico y la censura de los estertores del franquismo.

Al leer la novela uno se plantea varias cuestiones relacionadas con la necesidad de plasmar, desde una perspectiva próximo a lo autobiográfico, ese fragmento de vida desde el centro y los márgenes, desde la voz consciente de lo pasado que se desplaza para que otras almas recuperen su trascendencia mediante la palabra escrita. Rivas, con su habitual lirismo, ha confeccionado una colección de recuerdos que gozan de sentido propio, juntos y revueltos.

Llego a la cita a las cuatro de la tarde. Al cabo de un rato llega Manuel y nos trasladamos a un salón tranquilo, donde de repente hablamos de la dureza de ser periodistas hasta que una frase de Massiel zanja el debate: peor es la mina. Enciendo la grabadora.



Jordi Corominas i Julián— ¿Por qué motivo concreto has elegido en este momento de la trayectoria un tema tan personal que mira directamente a tus raíces?

Manuel Rivas— En la cabeza siempre tiene varias cosas. Soy muy de cuadernos, de abrir historias y estar en muchas rutas a la vez. Mi manera de escribir es muy campo a través, raramente programo el futuro, no creo en las hojas de ruta literarias. A la hora de la verdad me gusta mucho tomar una senda y avanzar como un vagabundo, así siento mi literatura, que debe ser excéntrica.




J.C. — En este caso lo excéntrico es volver a la infancia y a una Galicia, supongo, muy alejada de lo que es hoy en día. Leyendo Las voces bajas se tiene la sensación de entrar en un territorio perdido, desaparecido.

M.R. — En primer lugar lo más importante es dejar claro que no pensé de manera determinada en escribir sobre la infancia, el vagabundeo me llevó hasta ese lugar. El comienzo del libro es el detonante de la historia. Llevaba años dando vueltas pensando en porqué necesitamos la literatura, y un día escribiendo, que para mí es como respirar, me paré y me surgió el extraño pensamiento que escribiría igual más allá de publicar, hay algo ahí que tiene que ver con la propia existencia. En este caso la razón de este libro tiene mucho que ver con un recorrido que no es tanto de recuerdos sino de murmullos, momentos de la vida pegados a la gente corriente, momentos donde de repente, en la cotidianidad, ves que habla la vida.

J.C. — Habla la literatura y habla la vida, no podemos entenderlas por separado si hablamos de escribir.

M.R. — Efectivamente, pero ya esperaba que hablara la vida. El proceso de sorpresa y estupor del niño que va andando, que también es el viejo que soy, es el fundamental.

J.C. — ¿Y el recuerdo es más fuerte que lo vivido?

M.R. — Creo que ahora lo recuerdo porque cuando era niño algo pasó para que permaneciera grabado, de crío no pensaba en mi madre hablando como Samuel Beckett. La primera frase que recuerdo de mi madre es “No os asustéis, sois tontos. Son los cabezudos. Son los reyes católicos.” Es una frase de una potencia literaria increíble, que con la ironía domina el miedo.






J.C. — El lenguaje cotidiano genera estas frases, en el ayuntamiento del barrio de Gracia los cabezudos miran desde la ventana de recepción y por la noche dan miedo.

M.R. — Luego en el instituto, cuando mencionaban a Isabel y Fernando me reía sólo y nadie lo entendía. La forma de decir las cosas de mi madre dejó marcada una pauta en mi manera de ver la Historia.

J.C. — Y luego la hermana de la madre dice con ocho años que será bohemia para que la liberen de las vacas. La naturalidad de lenguaje desconcierta, pero parte de una voz que parece verdadera.

M.R. — Desde el costumbrismo se trata el habla popular. Si hablan culto es con refranes, y en el caso contrario el habla es muy simple. Lo que trato de reflejar en este libro, y desde mi experiencia, es que el habla popular no es así, es homérica. Naturalmente no todo el tiempo se habla así.

J.C. — Y esa habla genera la condición mítica de los personajes de Las voces bajas.

M.R. — Claro, por eso digo que no busco la boca de la literatura en los libros: la encuentro en la vida. Pasa también con los cuadros. Chagall pintó mi aldea. Ves obras pictóricas que hacen volver a la vida costumbres y situaciones. De pequeño no sabía quién era Goya, pero en el libro lo menciono porque ahora, al recordar un instante o una anécdota, está presente en mi recuerdo de lo que acaeció.

J.C. — Pero al final a partir de lo vivido el recuerdo adquiere otro matiz.

M.R. — ¿Quién cuenta la historia? Alguien escribe y alguien recuerda. Quien recuerda no es el niño, pero al mismo tiempo está. Es una fusión del casi viejo que soy y del niño. Se crea un nuevo personaje que interpreto como una persona que existe entre los pronombres personales singulares y el plural. Al estudiar gramática no nos cuentan que entre el yo y el nosotros hay alguien, que es el que hace el puente.

J.C. — Se fusionan ambos yoes.

M.R. —Más que autobiográfico creo haber conseguido un libro pluribiográfico, es coral, alguien recuerda, pero es una vida tejida de las voces de los otros.

J.C. — Hablas de tu persona, pero en muchos fragmentos otras voces hilvanan la trama mediante anécdotas, como las dos que preludian la Guerra Civil o la del profesor aficionado al boxeo; recuerdos que no te abandonan. Supongo que el acto de la escritura te habrá generado un proceso increíble de recuperación personal.

M.R. —Sobre todo es redescubrirse a través de los otros. El tiempo de la novela es lo que produce la imaginación de la memoria, un territorio que existió y existe, pero que en realidad se mueve en otra órbita, el tiempo de la literatura circula por otros parámetros. Decía Quevedo que con los ojos hablamos con los muertos. Revivimos lo desaparecido y vivimos las historias narradas. Cuando decimos que alguien habla como en otro tiempo no nos referimos al pasado.




J.C—Es un pasado en el presente.


M.R. —O en un futuro deseado.

J.C. —De estas voces te impacta notar que no han desaparecido porque están en el libro, pero sí generan la sensación de ubicarte en un pasado ignorado que no se llena sólo de personas, también de cosas anónimas, desde vacas hasta una ventolera, cosas que desdeñamos o ignoramos con demasiada facilidad.

M.R. —Se trata de contar la intrahistoria. Mientras escribes no cuentas pájaros, pero en Las voces bajas abundan. Las aves siempre tuvieron un punto simbólico, que vuelan con señales y anuncios, transmiten mensajes. No es un tiempo tan antiguo.

J.C. —Parece que sea más antiguo de lo que es por la velocidad de la Historia.

M.R. —Efectivamente. Hablan las cosas y los animales, incluso lo hacen literalmente. Hay dos loros, y ambos dicen mucho del libro en relación al lenguaje. Uno casi le salva la vida a mi padre, le conecta con la realidad. El otro, Píonono, habla latín y al oír la voz del pueblo se da cuenta que quiere hablar como ellos, no sentará cátedra en Turingia, quiere integrarse en la comunidad.

J.C. —En Las voces bajas se percibe, y es algo natural en mundos más rurales, una aceptación absoluta del surrealismo en lo cotidiano, como en el capítulo del primer entierro de Franco.

M.R. —El Carnaval en Galicia es la gran fiesta, sobre todo en el mundo rural, una celebración muy importante. La idea central es la del mundo al revés, como el partido de fútbol femenino. Imagínate eso a principios de los sesenta. Bajtin habla del Carnaval como si fuera la segunda vida del pueblo, y en Las voces bajas hay mucho de eso. La gente trabaja todo el día, pero quedan por la noche para contar historias, el barbero hace su trabajo y sus clientes lo adoran más bien por lo que cuenta…

J.C. —El contar historias es una vía de escape dentro de la rutina.

M.R. —Son vías de escape, pero también vías de enfrentarse a la realidad de manera sutil, porque de otro modo te aplastaría esa maquinaria.

J.C. — El franquismo sobrevuela todo el relato…

M.R. —Sí, el franquismo y la necesidad, la carencia, la opresión religiosa. Las palabras pueden imponer silencio y docilidad, pero las palabras recuperadas, las voces bajas, son un instrumento que es una especie de salvavidas. Los silencios y las palabras no están separadas de la vida de los cuerpos, son un componente anatómico.







J.C. — Ahora quizá con tanta posibilidad tecnológica esa opción se pierde, conocemos voces sin cuerpo más fácilmente. El libro está en una era pretecnológica, cuando llega la tele van como locos en el pueblo.

M.R. —Y aparece la radio. Puede ser que tengamos registro de voz y no de cuerpo, pero lo que te quiero decir es que lo que permite la literatura es contar la magia de la vida, su hechizo, lo que no significa una idealización. Hay sufrimiento y risa. En la literatura, y en este caso en mi libro, es muy importante cómo hablan los personajes, y que relación tienen con las palabras, hasta con los mudos lo es. El lenguaje crece en nosotros de la manera en que crecen las uñas, es parte física de nosotros, no es algo separado ni una emanación casual. Hay gente que habla como si hiciera karaoke, pero eso también es parte de su ser. Me interesa la condición sinestésica de las palabras, son portadoras de calor, valores y memoria, por eso algunos deciden callarse como bien glosa Vila-Matas en el Bartleby y compañía.

J.C. — Personajes que preferirían no hacerlo.

M.R. — Y su decisión tiene que ver con la literatura, pero sobre todo es una actitud vital.

J.C. — Al leer el libro pensé en tus artículos de El País y relacioné estas dos formas de escritura porque creo que en el fondo en ambas expresas un grito a favor de estas voces bajas, porque su silencio impide transformar la Historia.

M.R. —Se dice que la Historia la escriben los vencedores, y la literatura sirve para intentar cambiar ese orden. La Historia es una maquinaria pesada, una apisonadora, y la vida es una red de caminos, andar a pie. La maquinaria provoca un estruendo y provoca un vacío que se llena de cosas malas. Y en cambio existe otra Historia que es la de las voces bajas, carne de cañón, gente que echa una mano en un momento determinado, los que apagan incendios, los que construyen puentes…

J.C. — Es más interesante escribir sobre un constructor de puentes que sobre, aunque quizá me lo pensaría mejor, la vida privada de Angela Merkel.

M.R. —Dentro de cada uno está el bien y el mal, la literatura no sirve para teorizar, o recuerdas o no recuerdas, pero lo que nos interesa tiene que ser algo que manche. Hay un personaje, ahora que dices lo de Merkel, que en mi infancia era muy célebre: O Xestal. Un humorista que también era gaitero. Todos los domingos lo ponían en la radio. Era como Dios, muy célebre, pero su historia, que por algo aparece al principio, muta de repente, lo persiguieron por homosexual, lo sometieron a electroshock, le destrozaron la vida y salió de la cárcel hecho un guiñapo. Todo esto lo descubrí pasada la adolescencia y me impactó. Seguro que Angela Merkel también tiene su voz baja.



J.C. — Una cosa es lo que sale y otra lo que es.

M.R. — Y cualquiera tiene esa voz baja. Puede ser su bufón o su ser atormentado.

J.C. — Al final de la novela hablas de la necesidad de que el periodismo sea literatura. En estos momentos me parece más necesaria que nunca esa reflexión sobre la necesidad de un lirismo periodístico, con elegancia en cuerpo y forma.

M.R. — Creo que en la calidad del lenguaje está la calidad de la información.


jueves, 11 de octubre de 2012

Diálogo con Donna Leon en Sigueleyendo




Es martes y sí, ha llegado el otoño. Dirán que nada tiene que ver con el diálogo que seguirá a estas líneas: se equivocan de pe a pa. La caída de las hojas y la brisa barcelonesa ejercen en mi cuerpo una especie de zozobra que sólo podía remediar una novela de alto voltaje con determinados ingredientes. La suerte quiso que la mezzosoprano Cecilia Bartoli y la escritora Donna Leon, norteamericana afincada desde hace años en Venecia, decidieran juntar sus fuerzas para recuperar la figura de un misterioso personaje del barroco. ¿Agostino Steffani? Hago mis pesquisas y descubro que es tan desconocido que hasta en YouTube escriben mal su nombre. Este compositor y cantante transalpino tuvo una vida azarosa en la que sacrificó la inmortalidad en pos de de cargos y preseas eclesiásticas en Alemania, donde fue uno de los principales baluartes católicos en tiempos donde las ideas de Lutero avanzaban sin freno.

Bartoli recogió las mejores arias de tan peculiar personaje y el resultado fue su disco Mission. Donna Leon optó por una de sus clásicas novelas negras con un toque anómalo en su trayectoria. Prescindió del mítico Guido Brunetti y dio la batuta de las operaciones a una musicóloga en apuros. Cecilia Pelegrini es la protagonista de Las Joyas del paraíso, editada en castellano por Seix Barral y en catalán por Edicions 62, un libro que engancha y mantiene el suspense hasta la última página.

Me apetecía encontrarme con Donna Leon, quien casi sin quererlo ha forjado una leyenda de su persona. Es una mujer sencilla que odia los teléfonos móviles, bestias de control, y considera que el correo es mágico. Al darnos la mano, en la mejor tradición de su país de adopción, ya intuyo que pasaré un muy buen momento. Ríe con mis problemas y despistes con la grabadora, olvidada en un pueblo y reemplazada por la del teléfono, lo que me crea apuro e inseguridad. Donna, parla forte, altrimenti questo sarà disastroso. Enciendo la grabadora. Cruzo los dedos.




Jordi Corominas i Julián: ¿Cómo nació el interés por Agostino Steffani?


Donna León: Conozco a Cecilia Bartoli desde hace más de una década. Somos amigas, y un buen día me comentó algo sobre su nuevo proyecto. Me comentó su interés por Steffani que ha dado sus frutos con el disco Mission, pero lo mejor fue cuando me anunció que quería implicarme en el proyecto. Le pregunté qué quería y me sugirió la idea de un libro que tratara de la vida de Steffani. Le dije que sí y al cabo de poco tiempo me dio una biografía en inglés y sus cartas traducidas del francés, además de otros documentos.

J.C.: ¿Suficiente material para iniciar una investigación?

D.L.: Descubrí que la vida de Steffani era muy interesante, con muchos matices porque trascendía la música y se adentraba en otros campos.

J.C.: ¿Conocías a Steffani en su faceta de compositor?

D.L.: Muy vagamente, no como a Telemann, quizá como a Antonio Cesti, que es conocido, pero no mucho.

J.C.: Lo que me cuentas de las investigaciones y sugerencias de Cecilia Bartoli me hace pensar en ella como una inspiración para Cecilia Pelegrini, el personaje central de Las joyas del paraíso.

D.L.: ¡Sí! Cecilia no es sólo una cantante con un talento fantástico. Es una musicóloga excepcional y tiene la capacidad, propia de los grandes directores de orquesta, de saber si una partitura vale la pena, en su caso si merece atención para su voz. Recuerdo una ocasión en la biblioteca de Munich. Presentó la partitura de Níobe, una ópera de Steffani, y desde el principio comprendí que ella ya sabía que esa música era ideal para sus cuerdas vocales. Luego leyó otras partituras y de ahí salió el disco.

J.C.: Volviendo a la vertiente literaria creo que en tu caso el riesgo consiste en aparcar a Brunetti, porque Caterina Pelegrini no se le parece, es otro tipo de detective.

D.L.: No, no se le parece. ¡Lo espero! No programé mucho el personaje, pensé en usar una musicóloga porque debía mostrar un contraste muy fuerte entre el centro de la investigación, la época barroca, y el tiempo donde sucede, el nuevo milenio. Me parecía complicado tomar el pulso al lector y transportarlo a la atmósfera del tiempo de Steffani, implicarlo hasta engancharlo en la trama.

J.C.: Pero en ese sentido me gusta mucho el uso que los personajes dan a las nuevas tecnologías, aceptadas con absoluta normalidad, sin darles una condición mágica ni nada por el estilo, sin pensar en absurdas metafísicas de la red.



D.L.: Es que ahora mismo Internet y todo lo demás son cosas normales, que están integradas en nuestra vida. Tienen magia, claro. Es un milagro poder comunicarme con amigos australianos en tres segundos, y no esperar tres meses como antes.

J.C.: Pero en la fundación que encarga la investigación que vertebra la novela no tienen siquiera Internet, como si su ausencia fuera una metáfora del distanciamiento de la música barroca con la contemporaneidad.

D.L.: Y es porque no tienen dinero, lo que en realidad es una metáfora de la actual situación italiana, donde los políticos roban y no queda nada para la cultura.

J.C.: Algo que en España ocurrirá muy pronto, si es que no está ocurriendo ya mismo.

D.L.: Lo imagino y lo temo. ¿También han robado el dinero o lo han gastado mal?

J.C.: Por ambas cosas, pero en Italia aún es más grave y la novela lo refleja. En Venecia la música debería ser sagrada, y ves este olvido voluntario de la cultura y a cualquiera se le cae el alma a los pies.

D.L.: Los políticos en Italia son verdaderos cretinos. Los ves en los talk shows y se comportan como bárbaros, parecen jóvenes ridículos.



J.C.: Ayer pasaron en televisión Somewhere de Sofía Coppola. Un actor de éxito llegaba a Milán y le organizaban un show con “veline”, que ahora mismo parecen el punto cardinal de la cultura italiana contemporánea, el reflejo de una sociedad decadente, y en cambio miras atrás, compruebas todo lo que ha dado Italia al mundo y…


D.L.: Parece que la cultura haya desaparecido. La misma Cecilia regresa al hogar y pese a la felicidad del retorno su alma ostenta una tristeza por cómo han cambiado las cosas. ¿Cómo no tenerla? No se puede vivir en Venecia sin recordar cómo era la ciudad antes del turismo de masas. Hace treinta años era un lugar maravilloso y ahora todos esos millones de turistas la están destruyendo en muchos sentidos.

J.C.: En un fragmento de la novela se menciona que ahora en Venecia sólo viven cincuenta y nueve mil personas, siempre menos…

D.L.: Somos cincuenta y nueve mil personas, y es tristísimo, la ciudad pierde gente año tras año, es alucinante, una tragedia.

J.C.: ¿Y cómo crees que terminará todo esto? ¿Ves futuro en Venecia?

D.L.: Soy ecologista, pero mi pesimismo es negrísimo. Está el proyecto Mosé, pero si lo que los científicos dicen, y hablo sin ser experta pese a mis lecturas, sobre el hielo de los polos es muy posible que Venecia, Bangladesh, Nueva York, Miami, Londres y otras ciudades desaparezcan bajo las aguas.

J.C.: Y antes Steffani también estaba bajo las aguas, hasta que lo recuperasteis…


D.L.: Sí, totalmente. Muy bien visto, nos has pescado. (Risas)



J.C.: ¿Cómo proseguiste la investigación a partir de los primeros datos que te proporcionó Cecilia Bartoli?

D.L.: Leí la biografía, busqué en Google y di con documentos en el British Museum y en otros archivos. Encontré en Steffani un hombre de una sensibilidad muy delicada, no un hombre tímido, pero si es verdad que él era un castrado, lo que indicaría la palabra músico que entonces se usaba para definir a las personas con esa condición, creo que eso explica mucho de su vida. Necesitaba hallar un método para tener un poco de poder para protegerse de las ofensas. Si entraba en la órbita religiosa -siendo, por ejemplo, obispo- podía volverse intocable aún siendo un castrati.

J.C.: Y conocía muy bien los juegos de poder cortesanos, tan típicos de su época.

D.L.: Conocía a todo el mundo y se escribía con un sinfín de personas, entre las que se contaba la reina de Prusia. Era una persona que había alcanzado un estatus, tenía fama y la aprovechó.

J.C.: Sí, pero he leído que sacrificó el arte por su voluntad de poder, y quizá este es el mayor misterio de su existencia.

D.L.: Sí, pero es un misterio que existe desde hace milenios. ¿Quién recuerda el nombre del rey de Inglaterra cuando Keats escribía sus poesías? Nadie. Los artistas son los únicos que permanecen, pero aquellos que buscan el poder sin un mínimo talento quieren pavonearse de su porción de la tarta, mientras los artistas son invisibles.

J.C.: Es como si Steffani privilegiara el presente sin pensar en la inmortalidad. El presente es interesante, pero el arte es bello porque lo trasciende, borra la importancia del poder.


D.L.: Era un hombre bueno. No tenía enemigos, y tampoco albergaba rencor hacia nadie. Su disposición hacia el mundo era idónea.

J.C.: En la novela una clave importante son los baúles que guardan los papeles de Steffani. ¿Son verdaderos o una invención narrativa?

D.L.: Todo es verdad. Murió pobre, y metieron todo lo que tenía en dos baúles. Los transportaron al Vaticano y desaparecieron hasta 1995, cuando los descubrió un musicólogo alemán. Los baúles me sirvieron como trampolín para transportar la figura de Steffani al presente e interesar al lector.





J.C.: Y el interés crece más y más porque se menciona que los baúles ocultan un tesoro.

D.L.: De este modo el lector se formula preguntas, y creo que funciona.

J.C.: Y quienes desean abrir los baúles son los dos primos venecianos, negativos y avaros, personajes prototípicos de nuestra época.

D.L.: Sí, son un cliché, lo único auténtico en ellos es que tienen el apellido de los verdaderos primos de Steffani, Stievani y Scapinelli.

J.C.: Entre los primos, los baúles, Cecilia, el personal de la fundación y el Doctor Moretti, completamos el elenco, y por lo tanto un rompecabezas que nos da una novela negra más que consistente.

D.L.: Y sin violencia, sutil.

J.C.: Sutil como Steffani, del que por otra parte sabemos muchas cosas sin que ello perjudique sus luces y sus sombras. La novela deja abierta su figura.

D.L.: Para mí es mucho mejor así. No me gustan ni los finales felices ni los infelices, prefiero dejar abierto el misterio.

J.C.: Por otra parte Venecia para una trama así es perfecta, porque tiene una estructura laberíntica. Además en un momento de Las joyas del paraíso el trazado urbano permite mezclar varios géneros de la novela negra.

D.L.: En un momento concreto la persiguen y se siente amenazada. Entra el juego de la persecución. ¿Quién es el tipo que la persigue? ¿Por qué lo hace?

J.C.: Se juega con la angustia de Cecilia Pelegrini desde varios planos, no sólo desde la investigación y su padecer mental: los elementos del contexto determinan su comportamiento, quizá por ser veneciana…

D.L.: Sí, su angustia va más allá de Venecia porque también se preocupa muchísimo por su hermana, quien está a un paso de arruinar su carrera profesional.

J.C.: La hermana enlaza la época de Steffani con nuestro siglo.

D.L.: Sí, es una monja que se dedica en Alemania a la investigación, y su labor en la novela es fundamental porque abre la puerta para descubrir muchos documentos que ayudan a Cecilia.

J.C.: Y el barroco al fin y al cabo debería ser comprensible para nosotros, porque sus intrigas políticas bajo otros trajes son como las nuestras, algo gatopardesco.

D.L.: Sí, nada ha cambiado. Cambiar todo para que todo siga igual. Progreso humano, que maravilla.

J.C.: ¿Es verdad que en Italia no se publican tus novelas de Brunetti? ¿Cuál es el motivo?

D.L.: Antes de llegar a Barcelona pasé por Viena, epicentro del culto a Brunetti. Estaba en un café y un hombre me preguntó si podía dejarme un disco de su mujer, instrumentista de la viola da gamba. El señor sabía que estoy implicada en el management de una orquesta y buscaba una oportunidad para su esposa. La moraleja es que en Viena soy una persona pública, me reconocen por la calle muchas veces. La mayoría se alegra de verme y me respetan, pero cuando no conozca a las personas eso me provoca un ligero embarazo, sobre todo si al reconocerme dicen que es un honor. No, como mucho es un placer, lo otro sólo se puede aplicar a dos o tres personas en el mundo, y desde luego yo no soy una de ellas.





J.C.: Tu respuesta entronca con algo que dijiste sobre Cecilia Bartoli. Comparándola con Lady Gaga decías que la cantante americana tiene fama, pero la Bartoli tiene prestigio, algo que se confunde demasiado en nuestro tiempo.

D.L.: Sí, por desgracia. Y es importante diferenciarlo. Cecilia Bartoli tiene un lugar importante en la historia cultural de nuestro tiempo, quizá Lady Gaga también, pero aún no lo sabemos. Lady Gaga es un fenómeno y tiene más fama. Cecilia es una cantante y tiene prestigio.

J.C.: Volvamos a mi anterior pregunta. ¿Cree que si Brunetti fuera publicado en Italia su presencia pública pondría en riesgo su tranquilidad y convertiría su vida en un show?

D.L.: Hay un motivo básico: mis libros tienen pasajes donde critico mucho determinados aspectos de Italia. No soy italiana, ni veneciana, es más, soy extracomunitaria. Ya me ha ocurrido en dos ocasiones que algunos italianos han escrito artículos criticando lo que digo en mis novelas. Son personas que no las han leído y critican por criticar. Si los publicara y alguien se sintiera ofendido pediría perdón al instante por ofender el sentimiento patriótico de los italianos. Un artículo puede decir que soy caníbal, pederasta, traficante de droga… mejor evitar los artículos.

J.C.: Pero al mismo tiempo es necesaria la presencia de voces críticas. Tanto en Italia como en España no es que abunden.

D.L.: Sí, y es tristísimo. Mis libros están llenos de amor por Italia y Venecia, y eso no aparece en los artículos. ¿Por qué no leen a los italianos que critican a su país sin razón, con barbaridades?

J.C.: Ahora mismo en Barcelona estamos en un momento extraño. El presidente está fabricando una cortina de humo nacionalista que demuestra la absurdidad de las banderas, el amor por la nación debería demostrarse con otras cosas como la cultura.

D.L.: Sí, o con la poesía o la lengua. Yo vivo en Venecia porque es un privilegio y amo de verdad esta ciudad.


J.C.: Tiempos raros los nuestros



D.L.: Los americanos si ven que alguien critica su país se vuelven locos. A mí en ocasiones también me ocurre, y reconozco que es algo más bien irracional, y absurdo.

lunes, 24 de septiembre de 2012

El muñeco de Carrillo en Sigueleyendo







Con la muerte de Santiago Carrillo me vino a la memoria que en algún momento indeterminado de mi infancia tuve un muñeco de goma que lo representaba. El político ya había abandonado el cuerpo del dirigente comunista para transformarse en icono.


Recuerdo que el monigote vestía al líder del PCE con traje gris, corbata, sus características gafas que le han acompañado hasta en la capilla ardiente y unos zapatones negros que en su suela tenían unos orificios por donde salía el aire. A veces apretaba el chisme para que saliera ese sonido típico, una estupidez más de tantas que fascinan a niños y mortales con cordura en su devoción por lo absurdo.



He buscado en Google alguna imagen de mi juguete desaparecido y sólo aparece uno con cigarrillo y un flamante jersey rojo con hoz y martillo. En la página donde lo venden le han aplicado un descuento del 25%. Cuesta once euros que no gastaré, claro, pero me ha hecho ilusión comprobar que no fui el único que se divirtió con tamaño invento.



Puede que por el material de fabricación lo metiera en la bañera desde mi pueril inocencia y lo mezclara con otros muñecos, si bien lo más inquietante es su hipotético empleo entre los adultos. Evoco a Victoria Abril en una peli de Almodóvar y pienso en el Yellow Submarine. De todos modos el cachivache y Carrillo ya son polvo, y la indeterminación de mis neuronas confirma que eran de una época demasiado lejana a la nuestra.

jueves, 28 de junio de 2012

Lee las primeras páginas de mi novela José García




Hoy la buena noticia es que acaba de aterrizar en librerías mi novela José García, editada por Barataria. Si quieres puedes leer las primeras páginas clickando aquí

domingo, 6 de mayo de 2012

Diálogo con Camille de Toledo en Sigueleyendo





Diálogo con Camille de Toledo, por Jordi Corominas i Julián

Desmesurado desde su firma, que Alexis Mital ha transexualizado, “En época de monstruos y catástrofes” es una distopía de estos tiempos.



Camille de Toledo dejó de llamarse Alexis Mital hace muchos años. Leo En época de monstruos y catástrofes, traducción española de L’ inversion de Hieronymus Bosch, en un estado que oscila entre lo divertido, una acuciante pizca de preocupación y la sorpresa por topar con fragmentos que resultan premonitorios. Leo la primera novela de la tetralogía estratos en medios veloces que acompañan su ritmo. El metro, el avión y un par de trenes me acompañan mientras una historia de ficción demasiado real filosofa con soltura sobre nuestra época mediante certeras metáforas y un punto exagerado que no sobra en su delirio.

Cierro el volumen editado por Alpha Decay, deposito la grabadora en su cajita y corro al lugar de encuentro. Camille parece tener una resistencia sobrehumana. Termina una entrevista de dos horas, le digo si quiere descansar y responde que no. Siempre es mejor encadenarlas, que esté todo fresco. Adelante. ¿Té? Sí, por favor. Enciendo la grabadora, y por una maldita vez la pila se agota. Problemas de fiarnos demasiado de la tecnología. Memorizamos lo debatido, lo plasmo en un papel y transcurro el resto del diálogo con un punta fina rojo en mi mano que transcribe en cinco o seis idiomas, una locura que pese a la expresa petición del autor no transcribiré en las siguientes líneas por el bien de vuestra salud mental.

Jordi Corominas i Julián —En época de monstruos y catástrofes es la primera novela de una tetralogía. Explícame un poco el punto de partida.

Camille de Toledo —Imagino un peplum moderno, una ficción basada en nuestro tiempo.

J.C.J —Hablas de Peplum.

C.d.T. —Sí. Nuestro tiempo literario sucede justo después de la era del cine. Se siente su influencia y a nivel narrativo genera una forma que encaja con el modo de ver el mundo que tenemos en la sociedad de la imagen, con los europeos y su americanización fílmica.

J.C.J —Peplum como si asistiéramos a una gran producción del Hollywood de los cincuenta.

C.d.T. —Sí, pero más que nada es la idea de pantalla y todo lo que implica actualmente. Vemos el mundo a través de ellas. A través de mi literatura me gustaría pensar en el efecto de romperlas.

J.C.J —Por la ambiciosa extensión de tu proyecto, y naturalmente sin haber leído las próximas entregas, pienso de manera exagerada en una Recherche moderna.

C.d.T. —Bien, no creo, pero en caso de ser así seria Proust bajo el efecto de muchas anfetaminas, un Proust drogado y esquizofrénico.




J.C.J —En realidad la contraposición encajaría desde lo estilístico. La lentitud de Proust, con su era a punto de perder esa cualidad, contrasta con lo intenso y veloz de tu estilo, casi como si lanzaras descargas.

C.d.T. —El tempo es rápido porque va al son de lo descrito.

J.C.J —Que no deja de ser una metáfora de la gran farsa contemporánea.

C.T. —Se expresa la gravedad de la farsa. Pari’s es un calco esperpéntico de la París de verdad, del ideal que visualizamos de ella.

J.C.J —Lo que nos introduce en el concepto de parque temático, tan presente a lo largo de la novela.

C.d.T. —Es el destino de Europa, someterse a una forma general de Past-tertainment, un centro turista de entretenimiento que recree el pasado, parques temáticos urbanos que se fusionan con los lugares de la memoria como el parque temático de todos los genocidios, que Walt Disney en la novela quiere crear en los Balcanes.

J.C.J —Y la misma Pari’s es una especie de parque temático donde destacan varios poderes, en especial el de LWK. Leopold…

C.d.T. —Leopold, LWK, es un hombre vacío. Busca algo real que en principio no está a su alcance. Es un modelo de ser fragmentado. El último libro de la tetralogía se centra en una interpretación literal del método Stanislavski para crear un personaje. Imagínense una fábrica de personajes que serán educados desde la infancia para la ficción, La encarnación de una ficción en vida.





J.C.J —Aún así toma conciencia de la manipulación a la que es sometido en su realidad.

C.d.T. —Manipulación no es una palabra que usaría. LWK, durante el transcurso de la novela, toma conciencia de su cuerpo y de su realidad, pero antes se define como un hombre nuevo, que ha obtenido su identidad a la lotería.

J.C.J —¿Te inspiraste en algún personaje real?


C.d.T. —LWK se inspira, entre otros, en el Marqués de Sade.

J.C.J —Sí, eso indudablemente, pero me refería a alguna celebridad reciente.


C.d.T. —Sería un pornocráta al estilo de Hug Heffner, puede ser. Pero es importante entender que LWK no participa del mundo que ha construido, es su ascetismo lo que cuenta.

J.C.J —¿Y el rancho donde reside con toda su troupe una mansión Playboy?


C.d.T. —Algo parecido. Lo curioso es que tanto el rancho como la mansión Playboy son en su interior lugares de pesadilla.

J.C.J —Que sin embargo encierran mecanismos que buscan el placer de los consumidores.

C.d.T. —Crean juguetes para adultos, máquinas de juegos para eternizarnos en un goce infantil.

J.C.J —Otra forma de manipulación y control.

C.d.T. —Para eso sirven esos objetos. Imagina El Jardín de las delicias del Bosco. Es un parque temático de hace más de quinientos años. Hay toboganes que producen placer infinito. Una sensación de juego eterno entre el paraíso y el infierno. El título de la novela en francés es de hecho L’ inversion de Hieronymus Bosch. Ahora tratamos de evacuar la noción de pecado, la transgresión es un deber, lo prohibido es la norma y así se cumple la inversión de valores. En el siglo XX las Vanguardias y la contracultura la hicieron aceptable para la burguesía.

J.C.J —Entre la fauna que rodea a LWK, iniciales que me recuerdan a DSK, encontramos a Vincent Paul, un ejemplo de intelectual de nuestra época, nada comprometido…

C.d.T. —Es un intelectual que gradualmente se adentra en el servilismo. La teoría se pone al servicio de este “príncipe” del tiempo presente: emprendedor, coleccionista, millonario…

J.C.J —Y Vincent Paul sueña con ser el consejero aúlico del Príncipe de la Contemporaneidad.

C.d.T. —Y con su papel legitimar al Príncipe, como en el Renacimiento. El espíritu se supedita al mercado.

J.C.J —¿Hace mucho que escribiste En época de monstruos y catástrofes?

C.d.T. —En 2004.

J.C.J —Eso lo convierte por momentos en visionarios, desde los gases lacrimógenos hasta el aire que tiene a EuroVegas.

C.d.T. —Funciono como una esponja, soy permeable, dejo entrar el ruido, la información que me ofrece el presente y luego los traslado a los estratos. La magia es que el lector interprete el mundo barroco de las novelas como si fuera el presente.

J.C.J —Lo que se refuerza con las partes en cursiva, me recuerdan a un coro griego…


C.d.T. —Un coro trágico, chamánico y antiguo que se lamenta de quien carga a sus espaldas la gravedad de la farsa, pero también la esperanza de una metamorfosis.

J.C.J —Y es exagerado, como nuestro tiempo.

C.d.T. —Tiene una dimensión Rabelaisiana de desmesura, de época desbordada.

J.C.J —Que pese a su caos mantiene, al menos en la novela, un cierto maniqueísmo entre buenos y malos, aunque no se pueda afirmar que LKW y su poder sean precisamente progresistas
.


C.d.T. —Es una cuestión clave. ¿Quién es la flecha del porvenir? Estamos en una época de ambigüedad del movimiento, que es la norma, de manera matemática. La movilidad ha sido absorbida por el sistema, que ha marcado un movimiento que permanece. Lo importante es saber qué dice la piedra. ¿Reacción? ¿Pudor? ¿Fundamentalismo? ¿O insurrección popular?

J.C.J —¿Todos?

C.d.T. —¡Sí, todos!

J.C.J —Volvemos al deseo como forma de control.

C.d.T. —Es el material del capitalismo, la matemática del deseo, lo expresó muy bien hace más de un siglo el economista Léon Walras.

J.C.J —Por las referencias que usas en la novela a veces pienso que en tu imaginario de finales del siglo XX París es el corazón y Viena la mente, espacios que En época de monstruos y catástrofes han perdido su esplendor para ser meras recreaciones del mismo.

C.d.T. —Y contrastan entre ambas. El Paris de finales del XIX centralizaba la creación cultural, lo que se contraponía al ejemplo vienés, mi mundo geopoético, con su hibridación austrohúngara.

J.C.J —La hibridación mitteleuropea como lo contrario a la tendencia actual de pensamiento único.


C.d.T. —Me gustaría que ese espíritu de Europa, la hibridación vienesa, fuera una nostalgia de lo que puede ser, algo a rehacer tras la ficción americana. La tetralogía es ficción de espectáculo. Me preocupa enlazar la historia del vértigo mitteleuropeo y enlazarla con el actual.

J.C.J —Casi una contradicción desde el recuerdo de Zweig, Freud, Schnitzler, Wittgenstein, Schiele, Loos, Roth y tantos otros.

C.d.T. —Y con la hibridación arrancar a la gente de la visión hipnótica de la ficción. Hacer que se liberen de ella, que la franqueen.

miércoles, 25 de abril de 2012

Podcast de Cristina Fallarás en el Laberint de Wonderland




Hoy hemos estado charlando en el Laberint de Wonderland con Cristina Fallarás. Puedes escuchar la charla a partir del minuto 36 clickando aquí

jueves, 29 de marzo de 2012

Emails para Roland Emmerich de Sergi de Diego Mas en Sigueleyendo





Sí, poesía del siglo XXI: E-mails para Roland Emmerich de Sergi de Diego Mas, por Jordi Corominas i Julián

La chica anónima de la portada es una pesada que no me quita el ojo de encima. Mis neuronas la emparejan con catálogos del CCCB o anuncios de Benetton. Sophie Calle es otra opción.

Cuando llueve ceniza sobre las puertas
de la ciudad, obtengo una imagen en
blanco y negro a través de la mirilla.

Esta historia empieza hace pocas semanas, por la tarde. Una luz roja brilla en mi ordenador y accedo a mi mensajería privada de Facebook. Ana Llurba, a quien mi imaginación asociaba con una astronauta hasta que nos conocimos en persona, me informaba de la aparición de Honolulu Books y de su interés por hacerme llegar E-mails a Roland Emmerich, poemario de Sergi de Diego Mas.
Ayer era domingo y el día invitaba a salir sin hacer mucho caso al cambio horario. Cogí el metro y bajé en la Barceloneta. Unas calles después llegué a la sal, con Negra y Criminal hasta los topes para festejar las nuevas colecciones de Sigueleyendo. Pedí vino, procuré no mancharme mi jersey amarillo porque me daba pereza ser España y entablé conversación con mucha gente. Al lado de la mesa de libros divisé a Sergi. Nos saludamos por vez primera en el mundo real y al cabo de más de media hora volvimos a juntarnos para hablar con calma sobre poetas, formas de representación, modernas de pueblo, un jardín gracienco y Jim Morrison.


A todo esto mi mente estaba colapsada al no detectar entre los presentes un solo rastro de la astronauta. Pero estaba, y apareció con lo pactado. Ana se había olvidado el caso en casa. Ana vestía normal y no es rusa. Ana tiene nombre capicúa y me entregó el libro de Sergi, pequeño, ideado para cualquier bolsillo, también en lo económico, que se precie.

Sirvieron fresas y bebimos chupitos hasta que de un taxi deambulé por un concierto, breve interludio antes de las risas del jardín. Ya de noche recordé los versos que albergaba mi chaqueta y recité Baloncesto a mis amigos, estupefactos y más que derrotados por la longitud de la velada.

En el parque hay hologramas en blanco
Y negro jugando a baloncesto.

El bar prorrumpió en un clamoroso aplauso. Los clientes exigieron el cierre, montaron pancartas en un santiamén y salieron a la vía pública para elogiar el nacimiento de una obra que sabe leer su época. Lo proclamaron a los cuatro vientos y los transeúntes se unían a la manifestación, alegres y satisfechos. Esto no sucedió, aunque sí fue mi objetivo dominical.
Al fracasar en mi tentativa entré en una profunda depresión que he subsanado esta mañana mediante la lectura de E-mails a Roland Emmerich, título con regusto moderno que me ha obligado a visitar Wikipedia para enterarme de quien es el destinatario de los correos de Sergi. Cultura popular. Independence Day es la llave que abre la puerta a lo apocalíptico del poemario del autor barcelonés, que sus palabras transforman en un calidoscopio lírico, un rostro con múltiples caras.

En algunos momentos los versos del poeta suenan a sentencias del Tractatus de Wittgenstein por su mezcla de frialdad y certeza. En otras ocasiones emerge Joan Salvat-Papasseit, o quizá se trate de Salvador Dalí. Dudo, y es bueno porque detecto a cada página que las influencias, donde figura en un trono de honor Fernández Mallo, sirven para crear una voz propia que ha concebido estos peculiares e-mails, reflexiones divididas en tres actos y un epílogo, con inusual madurez para un debutante, y ello seguramente se deba a la edad de Sergi, treinta siete primaveras que ayudan a comprender mejor algunos porqués suscitados por sus misivas al director alemán.

Las macetas son regadas por vasos
capilares de viejas canciones
afrancesadas.

Entre ellos destaca la capacidad de derrotar el fracaso que puede suponer un poemario con lenguaje contemporáneo, el fracaso o la incomprensión, entre otras cosas por lo complicado que es introducir alteraciones rotundas sin hacer el ridículo en el verso hispano, bien vivo, pero también bastante reacio a lo inconformista y, desde mi punto de vista, bastante conservador en su esencia. E-mails a Roland Emmerich es moderno en su justa definición de diccionario: Acorde con el tiempo actual, avanzado en sus características, usos o costumbres.

Y es muy difícil serlo. Me da la sensación que mi único error ha sido leer el poemario en mi casa. Debería haberme trasladado a una nave industrial abandonada, un aeropuerto o un centro comercial en hora punta para captar lo gélido de una urbe estática, como si el reloj se hubiera parado tras una explosión constante de lluvia ácida que ha mutado la pantalla al blanco y negro. Estamos en Barcelona. O en Madrid. Seguro que en Pompeya. Sergi no pretende dictar máximas absolutas. Dice necesitar la distancia y la topografía de la historia, proclama como quien pide un café que es uno más que ni siquiera se preocupará en entender un final de hierro y níquel, la velocidad, lo inasible de una época adicta al nanosegundo.

Huele a muerte y hay una especie de mensajero, un observador de la realidad, en la que ya todo es ficticio, con pocas excusas para no salir de casa y tomar nota del presente mientras padece, un grito general, al sentirse en una soledad que se agudiza con preguntas al vacío que nadie responde. Estatuas y hielo. Civilización y frío industrial que diría el patriarca en sus nocheviejas.


No había perros en Dublín. En Pompeya se arrastran, son pedigüeños agónicos, y en el falso futuro, que cada jornada acariciamos sin más remedio, todos nosotros circulamos imitándolos. Sergi de Diego es crítico con lo que le rodea, y dirán que es bien lógico. La cuestión estriba en serlo con un discurso que avale los pensamientos y no recurra a tópicos.


Lo mejor es la frescura que esputa contra la solemnidad con elegancia, saber que el polvo sólo se halla en algunas metáforas del poemario. La tecnología susurrándonos al oído cotidianidades. Colapso. Códigos informáticos. Nadie como Roland Emmerich para utilizar un volcán, para secuestrar el habla.

viernes, 23 de marzo de 2012

Diálogo con Jorge Volpi en Sigueleyendo





Diálogo con Jorge Volpi, por Jordi Corominas i Julián


Ha sido duro y he salido del paso. La jornada se compone de demasiadas partes aceleradas de vaivenes mentales acuciados por efectos del exterior. Salgo de la radio feliz, camino decidido hacia mi casa y llaman al timbre. Mensajero, abra. ¿Cómo no voy a hacerlo? Miércoles, 17 horas. A las diez menos cuarto del día siguiente entrevisto a Jorge Volpi. El paquete contiene su última obra, La tejedora de sombras, premiada con el Premio Casa América 2012, una novela centrada en triángulos amorosos y psicoanalíticos que evolucionan a lo largo de cuatro decenios. El núcleo central del relato se basa en la historia real de Christiana Morgan y Henry Murray, amigos, amantes y colaboradores inmersos en una perpetua convulsión donde Carl Gustav Jung juega un papel decisivo.

Llego a Casa Fuster y en recepción me acogen con amabilidad al tiempo que me someten a un tercer grado. ¿Qué hace usted aquí? ¿Se come el colibrí en pepitoria? ¿ Kas naranja o Kas limón? Pido sentarme, hojeo los periódicos de la mañana, me quito cuatro legañas y la puerta se abre para recibir al autor mexicano con su maleta a cuestas. Nos damos la mano, intercambiamos las cuatro frases habituales y procedimos, acompañados de una carpeta con ejemplos del Test de apercepción temática, a registrar nuestro diálogo.

.

Jordi Corominas i Julián — ¿Cómo descubriste la historia real que articula La tejedora de sombras?


Jorge Volpi — De casualidad. Estaba Como profesor visitante en Cornell, e investigaba para mi novela No será la tierra, y se me ocurrió introducir a Unabomber, el terrorista que manda cartas bomba. Busqué cosas sobre él y di con un libro de Aston Chase que narra la educación de Unabomber desde niño hasta que se convierte en terrorista. Estudió matemáticas en Harvard, con resultados brillantes pese a su inadaptación. Una de las cosas que más le perturbaron durante esa época fue formar parte de un experimento psicológico al que le sometió un profesor, Henry Murray. A partir de ese punto descubrí datos biográficos de su persona y su extraña relación amorosa con Christiana Morgan. Al final Unabomber no apareció en la novela.

J.C. — Y así empezaste a centrarte en Christiana y Henry.

J.V. — Su historia me siguió dando vueltas. Hacía mucho tiempo que quería escribir una historia de amor mezclada con terror.

J.C. — Y a partir de esa mezcla la historia tiene un aliciente extra porque los mismo ingredientes esenciales de los personajes rompen con lo convencional.

J.V. — No hay nada de tradicional en su romance, pese a que ellos intentan ser el paradigma de la gran historia de amor absoluto.

J.C. — Da la sensación que ambos evolucionan al ritmo del siglo XX, desde la Primera Guerra Mundial hasta los años sesenta. La Historia condiciona e influye en sus actitudes.

J.V. — Sí. No están vinculados de ninguna manera al poder o a la Historia con mayúsculas, pero que están muy afectados por el paso del tiempo, además siendo ambos tan longevos. Murray murió a los noventa y tantos, Christiana también vivió mucho, ayer se cumplieron cuarenta y cinco años de su muerte.

J.C. — En la novela se percibe una fascinación mayor por Christiana, es la verdadera clave del relato.

J.V. — Mientras escribía la novela titulé el proyecto Wona y Mansol, haciéndome eco de Abelardo y Eloísa, de Romeo y Julieta, de Tristán e Isolda…

J.C. — El componente wagneriano que abre la puerta al romance…

J.V. — Exacto, pero luego me di cuenta que la novela es sobre ella, más que sobre ambos. Christiana destaca por encima de todos, y ahí fue cuando decidí cambiar el título, con un nombre que se refiriera a ella.

J.C. —¿Y por qué La tejedora de sombras?


J.V. — Es un título que me vino a la cabeza de pronto. Me daba la impresión que esas sombras, las que cuenta en su diario, son las que de niña la encerraban en el armario y más tarde le provocaron visiones. Toda su vida trata de averiguar cuáles son las sombras de su conciencia.

J.C. — Desde el principio del libro se nota que ambos son personajes marcados por una tensión psicológica y un malestar interno muy fuerte.

J.V. — Sí, y no sólo interno. Su malestar mental se traslada al exterior.

J.C. — Además da la sensación que Christiana se siente interesada por el psicoanálisis casi más por un rasgo de esnobismo burgués.

J.V. — Es un rasgo muy presente en la burguesía de la época, pero ella se distingue porque además del esnobismo ha sufrido una serie de depresiones que le dan pie a buscar una salida que conduce a su interés en el psicoanálisis que en primer término es su salvación y posteriormente será su condena.

J.C. — Y pese al disfrute vital que alimenta las primeras páginas, con dos parejas americanas divirtiéndose en la Europa de los años veinte, uno capta desde el primer instante una obsesión casi enfermiza por conocer en persona a Jung, como si fuera un taumaturgo redentor.

J.V. — Yo tuve esa sensación. Jung para ellos es más un gurú que un psicoanalista al uso. Actualmente en México muchas mujeres de clase altas viajan a La India a los ashrams para consultar a santones. Si lo trasladas a los años veinte comprobarás que Jung cumple la misma función. Recibía sobre todo visitas de norteamericanas, pero un sinfín de mujeres acudieron a Zurich con la esperanza de encontrar la salvación.

J.C. — Mientras leía La Tejedora de sombras no podía dejar de pensar en la película Un método peligroso de David Cronenberg.

J.V. — La historia de Cronenberg cuenta la primera aproximación de Jung a una relación triangular con Sabina Spielrein y la ruptura con Freud. Al final rompe con ambos. Luego pasa el tiempo, y cuando Christiana y Henry llegan a Zurich, Jung ya tiene la relación triangular deseada. Ha convencido a Emma de la conveniencia del experimento y la señorita Wolff es aceptada con plena normalidad.

J.C. — Jung mueve a sus pacientes como si fueran marionetas. No sé si en América Jung tiene arraigo que Freud, pero al leer la novela me sorprendía al ver como el método Junguiano más que curar derivaba hacia un dominio puro y duro de la paciente.

J.V. — Siempre me ha interesado el poder en todas sus manifestaciones, y aquí Jung lo ejerce sobre sus pacientes. Christiana y Henry quieren compartir un poder, que es amor, fundirlo, aunque finalmente su relación demuestra la imposibilidad de su objetivo.

Por otro lado cuando revisé los cuadernos y diarios de Christiana encontré especialmente interesante los que escribía al final de cada sesión con Jung. Regresaba a su habitación de hotel y transcribía lo más literalmente posible todo lo que Jung le decía. Ver esos cuadernos es tener la sensación directa de una sesión terapéutica con Jung. Y aunque en la novela casi no hay citas textuales de los diarios, sí que decidí dejar las réplicas junguianas.

J.C. — Las respuestas de Jung son lapidarias, como si supiera todo de antemano y atrapara a Christiana en una tela de araña.

J.V. — La secuestra en una construcción imaginaria que ella vislumbra como un verdadero camino hacia la salvación.

J.C. — Previamente a Jung hay que explicar que la historia entre Henry y Christiana está precedida de otros menage a trois con Jo y Will. No sé si los pensaste a nivel estructural, pero en todo momento la trama crea una evolución de triángulos.

J.V. — El juego geométrico de la pasión. Hay triángulos por todos lados, y hasta cuadrángulos. Son formas de la geografía del amor.

J.C. — En todo caso no hay ningún amor tranquilo en la novela.


J.V. — Todo es perturbación. Henry y Christiana deciden romper con sus parejas, y les cuentan la verdad, y esta decisión es el inicio de una espiral de sufrimiento que hará sufrir a antiguos amores, hijos, amantes y hasta ellos mismos. La perturbación se expande.

J.C. — Y Christiana, pese a su evidente modernidad, está aquejada del mal antiguo de no liberarse de su hombre, siempre quiere estar a su lado, lo que conlleva una quiebra de su independencia.

J.V. — Jung considera a Christiana una mujer inspiradora y le dice que las mujeres sólo tienen dos opciones: criar grandes hijos o grandes hombres, pero nunca aparece la posibilidad siquiera que ella sea una creadora.

J.C. — Pero lo es, y mucho.

J.V. — Sin embargo nadie lo reconoce.

J.C. — Abres el libro, te encuentras las ilustraciones de Christiana y piensas en Blake o los expresionistas alemanes. Era una ilustradora brillante, una pensadora inteligente y sufre el mal de la mujer marginada a nivel intelectual.

J.V. Aquí ( Jorge me muestra el test de apercepción temática) hay excelentes dibujos de Christiana que siguen usándose en la actualidad.

J.C Y en el psicoanálisis ella, pese a su supuesto amateurismo, abre vías pese a que luego queda relegada, hasta en la torre que Henry construye a imitación de la de Jung. Una torre así parece un regalo caído del cielo para que un novelista imagine y saque conclusiones.

J.V. — Conforme avanzaba la historia descubrí que ella hizo todas las tallas de madera y piedra de la torre. La división de la misma se basaba en lo espiritual arriba y el trance sadomasoquista del sótano. Ella se encargaba de todos los rituales que ellos mismos inventaban en su privacidad, desde libros para ceremonias hasta a que dioses rezar.

J.C. —¿Tenías claro desde el principio la manera de enfocar la estructura? ¿Cómo enfocaste la cuestión de la linealidad cronológica mezclada con lo mental de los personajes?

J.V. — La novela no es exactamente cronológica porque no quería hacer una biografía, quería saltar más al mundo interior. Por otra parte estructuralmente hay otras dos cosas. Lo musical, construí la novela en forma de sonata: cuatro movimientos, repeticiones, particiones y tiempos. La otra intención era encontrar la voz de ella. La novela empieza con una extraña voz omnisciente a la que luego se mezclan otras que no obstaculizan finalizar sólo con la voz de Christiana.

J.C. — El narrador va disolviéndose…

J.V. — Esa era la idea, que se disolviera el narrador para llegar a ella.

J.C. — Si hablamos de lo musical creo que desde el episodio de la ópera de Nueva York se presiente su trascendencia y la de elementos propios de tragedia griega. El conflicto con el hermano de Henry, el juego de parejas, el viaje, el destino…

J.V. — La salida, el regreso…intentan cumplir el camino iniciático marcado por Jung.

J.C. —¿Crees que el psicoanálisis ha quedado en nuestro imaginario como un vestigio del siglo XX que ha dejado de tener sentido?

J.V. — Viví en París tres años y estuve muy cerca de círculos psicoanalíticos que defendían a capa y espada la aplicación del método freudiano y lacaniano más allá de su valor como construcción cultural. Esta pasión que nos parece acabada todavía mantiene su vigencia en círculos europeos y argentinos.

J.C. — A partir de la Segunda Guerra Mundial, Henry vira su trayectoria por completo y su tarea psicoanalítica se vuelve potencialmente peligrosa. El sueño de la razón produce monstruos.

J.V. — Exacto. Durante la Segunda Guerra Mundial las teorías de personalidad que provienen de Jung le sirven a Henry para aconsejar a la CIA para hacer experimentos que luego llevarán a los test de estrés con drogas y a la amistad de Henry con Tim Leary, cruzando así su biografía todo el arco del siglo XX.

J.C. — Al final la voz de Christiana se disuelve y ha perdido el punto de brillantez que la convirtió en catalizadora. ¿Es lo que querías mostrar?

J.V. — Es una novela sobre el paso y el paso del tiempo, la decadencia física y moral del amor.

jueves, 15 de marzo de 2012

Lee las primeras páginas de mi John Wayne, editado en Sigueleyendo



Además de publicar su colección de Bichos, Sigueleyendo da en su página web la posibilidad de leer las primeras páginas de los cuentos, que se venden a un euro. Recientemente mi relato John Wayne, adaptación del soldadito de plomo en la Barcelona de 1963, puso a disposición del público el primer capítulo de mi relato. Puedes leerlo clickando aquí

sábado, 10 de marzo de 2012

Mi no entrevista con António,con acento en la o, Lobo-Antunes en Sigueleyendo





Todo es cronología, hasta las palabras que flotan, la música que escuchas o el ruido que traspasa las paredes de tu hogar. Oh sí, muy lírico. Dejémonos de tonterías. Escribo sobre una no entrevista al aspirante a ganar el Nobel, un portugués llamado António, la tilde no es un error, Lobo Antunes, un portugués con experiencia bélica, muchos libros escritos y una trayectoria que suele ser alabada por propios y extraños por riesgo, temáticas y tener aquello que solemos denominar estilo. Hasta aquí todo bien.

Hace dos semanas la editorial Mondadori me envió su última novela. Se titula ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? Y pensé en una canción hortera de Cecilio: Los pajaritos. “Desde niño fue criado con mucho temor de Dios, de sus padres estimado y del mundo admiración. Fue caritativo y perseguidor, de todo enemigo con mucho rigor“. Una y otra creación no tienen nada que ver, pero coincidieron en mi existencia justo en el mismo instante. Cecilio me dio humor, Lobo Antunes una novela árida con una estructura que asimila la muerte de la matriarca familiar con la evolución de una corrida. Y no vean los vaivenes del clan protagonista. El padre un cabrón infumable, los hijos unos desgraciados que flirtean con la avaricia, las drogas, la homosexualidad y la pesadilla de su condición. Todo ello transcurre a lo largo de trescientas páginas que en principio parecen deshilvanadas, aunque la clave cuando las cosas se ponen complicadas es prestar atención y así se doma el hilo narrativo, sin dificultad ni lamento, y hasta sacas aprendizajes útiles que fermentan con el tiempo, porque la verdad, cuando uno preparara una entrevista se fija en los detalles, que sin embargo se valoran a posteriori, cuando el encuentro se ha asimilado y los frutos han madurado en la materia gris.

Lo peor es que a quien escribe le gusta un tipo concreto de entrevista río, un diálogo que se basa en la concatenación de la pregunta con la respuesta anterior para que las partes tengan plena relación entre sí. Mi método- criticado por los trolls de siempre, imitado por algún que otro sinvergüenza y alabado por personas que olvidan el ego en casa- es exigente y comporta una pesada labor que no sólo comporta transcribir palabras y más palabras. Pues muy bien majo, tú te lo has buscado, bien podrías hacer como todos los demás y no te quejarías.

A ver, que quede claro. No me quejo. Leí el manuscrito del luso, respiré al saberme un inútil a medias y hasta hice un esquema de la dramatis personae para aclararme entre tanta ausencia de puntuación, apariciones esporádicas del autor, repeticiones mnemotécnicas como si de un volumen historiográfico se tratara y un dolor general que no supe percibir auténtico porque la estructura lastra al resto de la novela, lo que es loable por voluntad experimentadora y defectuoso porque significa confirmar un fracaso en la cuadratura del círculo. Remarqué los pliegues en las páginas que activaron mi curiosidad, deposité la obra en mi mesita de noche y a otra cosa mariposa, que uno entre performances, ganar dinero para comer, e-mails y llamadas telefónicas ya tiene bastante. Además ya saben, conviene reposar las ideas, no es bueno estudiar la noche antes de un examen.

Así que terminé ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? y abrí La vida de hotel de Javier Montes, uno de esos jóvenes treintañero españoles que al no pertenecer a ningún grupo de leche, cacao, avellanas y azúcar no goza del reconocimiento que su prosa merece. Bueno, en realidad quería decir que es un completo desconocido para muchos, pero si preguntan por la calle sobre el mundillo se darán cuenta que eso ocurre con el 99% de los individuos que conforman tal extraño engendro. Uno que sí es célebre por méritos propios es Juan Marsé, con quien citaron a Lobo Antunes para conversar en el CCCB. No asistí a tan magno evento porque un recodo de mi cerebro ya intuía el desenlace de esta historia que os cuento para paliar la frustración de una negativa, un rechazo poco amoroso y nada caritativo en el hall de un hotel, colmo de mis males, en una esquina inventada en pleno centro de mi Babilonia natal.



Hace una semana incubaba un resfriado. Localicé sin dificultades la escena del crimen, saludé a la encantadora Eva Cuenca y divisé a escasos metros la figura que me había llevado a la neutralidad de un salón trastornado por las cámaras de televisión. En la novela de Javier Montes el vestíbulo del hotel es una refundación con vestigios de antaño que conduce, una vez el protagonista se dirige a su habitación, a la efeméride de una llave universal y un equipo en pleno rodaje de una porno o de sexo en directo para la red. Otra vez un autor se carcajeó a lo loco al comentarme que su habitación del Barceló, el monstruo que quiere embellecer la Rambla del Raval, le recordaba a un burdel con su impepinable luz rosa. Cosas de jinetes polacos. Hace poco Elena Blanco, Gonzalo Suárez y quien escribe presenciaron el derrumbe de una mujer de mediana edad tras resbalar en la recepción de un cinco estrellas ramblero. Las maletas se precipitaron al abismo y la fémina, rubia y anglosajona, deslizó su no tan grácil figura en el suelo reluciente a la T-1, donde la transparencia es obscena.

Aquí lo sórdido fue saber que como mucho dispondría de diez minutos. Lobo Antunes estaba sentado en un sillón de ringo rango y los de la tele le hacían sudar con sus focos. Sudaba y respondía. Respondía y en su fuero interno rezaba por una paz tan contundente que dejara la de Westfalia a la altura del betún. Un cigarrillo. Nicotina. Jordi, síguenos. Ruido de motores. António, con acento en la o, me ofrece fuego. Come on baby light my FIRE. Una periodista italiana es la siguiente y dice aterrizar de Madrid. A Lobo le encanta Madrid. Es muy imperial según la rubia napolitana. Estoy medio enfermo y pienso en lo que tiene que soportar un mortal al portar con porte el portal de la literatura de calidad. Murmullos. Es imperial. Y castiza añadiría, con gente estupenda, una juerga quince veces mejor que la de Barcelona y menos ranciedad, con garitos abiertos hasta las tantas y carcajadas que justifican la sonoridad del vocablo. Callo y penetramos otra vez en lo diáfano y siniestro del hotel. Diez minutos. Es una revista del corazón que sólo consumo en las peluquerías de mi barrio.

.

.

Me recomiendan, para complementar mi hipotético diálogo con el lisboeta, escuchar las disertaciones de la blonda. António, con acento en la o, está fatigado de grabaciones, libretas y la rutina de los que arden por ser originales con sus cuestiones. Cierra los ojos. Se toca la cabeza. Habla muy bajito, y eso alarga el lance. La fiesta, las mujeres y la frontera. Sí, el título es una canción. No entiendo su pregunta. Tensión. Tic TAC, tic TAC. La mayúscula es del Word, pierde la chaveta. Lobo es un veterano curtido en estas lides y no quiere empatizar, y hasta cierto punto es normal, no por ella, sino por la maratoniano sesión de toma y daca promocional. Ya canceló de su disco duro la gestación de la novela y su argumento. Las escribo, no soy su lector.

Yo sí lo fui, pero concluyo que es quimérico calentar mis posaderas. Cinco minutos con un escritor exhausto al que le disgusta coloquiar sobre su obra con desconocidos es un límite que ni el Bronx. Suena mi teléfono. Me apremian para comer. Por la tarde doy clases. Lo siento, realmente no hay tiempo, y es irrefutable. Recojo mi grabadora, el periódico y me despido. Que una no entrevista era esto, no lo supe hasta más tarde. Languidecer, revertir, es el único consuelo a la zozobra.

.