Crear literatura
es ordenar palabras para crear –a su vez- estructuras cuya combinación final de
como resultado un texto inédito. Y para que un texto sea arte, el artista sólo
tiene que emitir el mensaje y establecer un contrato implícito con el destinatario
potencial que diga: Esto es arte. Una vez aceptado por el receptor, el
cuadro de la comunicación –habiendo entrado ya en juego, lógicamente, las
funciones del lenguaje-, queda completo. Así, lo primero que le viene dado al
lector es una estructura ya hecha en la que entra como variable y actor, entre
otras cosas, el nivel sintáctico de la lengua, del que derivará lo semántico en
un sentido oracional y textual, porque el nivel semántico, en sí mismo, es
transversal, esto es, irreductible.
Al abrir Los
Lotófagos de Jordi Corominas, lo primero con lo que se encuentra el lector
es con un juego sintáctico. Un juego sintáctico evidente y claro, de pura raza.
Esto viene a decir que en un primer nivel, el poemario se presenta como un
tablero de juego que a su vez debe ser construido por el lector a partir de lo
ya dado: las reglas, las figuras. Con todo lo que eso comporta. Es decir, debe
dotar a un poemario que es un solo poema sin pausas (a excepción de las comas),
de un sentido único a partir de un ejercicio de des-encriptación. En resumidas
cuentas, se trata de un poemario encriptado de múltiples lecturas: tantas como
lecto-jugadores. Así, una vez buscadas y re-buscadas las pausas, los sujetos
oracionales, los hilos temáticos, las subordinaciones, las jerarquías, etc., el
lector entra en el libro, lo desencripta y forma parte de él más allá de la
empatía, porque es algo suyo y Los Lotófagos lo ha convertido en
jugador, esto es, en participante.
Si es o no
adecuada la lectura que propongo, no lo sé. Pero he entrado en Los
Lotófagos. Y se me ha permitido jugar. Con eso me basta.
Después de todo
este ejercicio sintáctico, en el que he atravesado el poemario sin pausas ni
cortes, estableciendo sujetos y núcleos de acción, Los Lotófagos se me
ha presentado como un juego de cajas contenidas las unas en las otras cuyo
final será por siempre infinito. De esta forma, me he permitido jerarquizar el
poemario en núcleos temáticos de la siguiente forma:
Lo primero es
que el desembarque en la isla de los Lotófagos necesita, lógicamente, de una
travesía que nos lleve hasta él. Y yo me pregunto, entonces, si una vez
desembarcados en la isla, Jordi Corominas no habrá tenido miedo de perder la
memoria, y no habrá corrido, por eso, a imprimir en letra escrita esta crónica
–aparentemente surrealista- de la sociedad contemporánea. Crónica y críticas
nada surreales. La escritura automática es tan sólo el efecto.
Empieza así: Desarmamos
rampas y cross-check, hartazgo/ de tanta nouvelle vague,/ serán azafatas de una
compañía low cost, sí / agua a dos euros y medio
Y ya intuimos
donde vamos a estar: un aeropuerto sicodélico, el engranaje en espiral de la
locura. Mientras tanto, el yo se
entrecruza entre el anonimato y la impersonalidad rápida y voraz en las que
estamos imbuidos: y le puedo ofrecer una tarjeta oro gratuita, cada / minuto
sintiéndome / un péndulo de puente aéreo con las maletas en / la mirilla de la
desdicha, / bestia observación anónima entre sudores de / semejantes que
ignoran / al hombre sin rasgos que aspavienta brazos / rogando compasión en no
lugares / diseñados para histerizar a doña normalidad / con ínfulas impresas en
un papel
Y aquí la clave
de lo contemporáneo que, un poco más adelante, será pasado histórico proyectado
en presente: en la mentira de un lujo extinto, mantis / religiosas del siglo
XXI
El marco se
convierte en espectáculo (no quiero que termine el / espectáculo, abran la
puerta). Pero el espectáculo no termina aquí, en este aeropuerto de la
histeria, sino que empieza aquí: sean bienvenidos / a la isla amnésica de
los lotófagos. ¿Y cómo es la isla? abismo privado de objetos perdidos, /
escondite de la náusea fugaz que a todos representa. En la isla de los
lotófagos, cada itinerario es una mudanza que acrecienta recuerdos (verso
magistral). Avanzar en ella, es perder la memoria: magma de efemérides
destinado a / sepultar en su cementerio / lastres que en ocasiones lamentamos
abandonar / y en otras agradecemos / depositar en la espiral de una selección
natural / de la omisión consentida
Todo el poemario
es un itinerario por la falacia del pacto con el olvido en el que estamos
inmersos cíclicamente: la sociedad, cárcel querida. Y la mentira no es
superficial, es una flecha de doble punta que va, simultáneamente, hacia el
exterior (somos una cíclica guadaña / que acciona sus mecanismos para dar /
tranquilidad a las fachadas creyentes / de una cotidianidad sin mácula) y
hacia el interior (en la / alcoba prefieren hedonismo / de humareda
reclinados en el mutismo, (…) maná / glorioso de quienes optaron por esputar /
cianuro a la reminiscencia). El hedonismo absurdo de la mentira
complaciente. Así, Jordi Corominas va recreando esa atmósfera donde el
diálogo es utopía. La descripción es buenísima: yacen, gimen risueños en
la ausencia, / afortunados en su letargo / de mirar un techo, cazar ficticias
mariposas y / filtrear con lo clásico / en la cima de una modernidad ajenos al
apestoso / ruido de la terminal. Porque la terminal les daría un bofetón
con la verdad sin amnesia.
Y el juego entra
en el juego, el meta-juego de Los Lotófagos: las fichas útiles del
tablero (…) el croupier / universal da brío a su ruleta atildado de / dandismo
redentor, / sabe latín de las profundidades (…) fulares y un toque divino con
su bastón de la / esperanza. La figura de este croupier se erige
como la del dios omnipotente que tiene la llave de las tragaperras mentales.
Estamos ya recorriendo una ludopatía existencial mediante la cual,
el ser humano se convierte en ceguera, en hueca carne, en ruina interior.
A partir de
aquí, el poemario se transforma en una regresión por las filas de la memoria
histórica: y la religiosidad catalana, asustada con David / Bowie / y el
comunismo de pa sucat amb oli de los / setenta. Estos versos son una
genialidad: acatamos la copla de acordes fijos / lamiéndonos / las heridas
en cuevas adaptadas a menesteres / básicos, / contentándonos con limosnas que
justifiquen el / ideal / y burdas blasfemias planfetarias de regímenes / que
son un scrabble global, perlas del / abecedario / de la infamia. Es un
paseo por la batalla de Berlín en el que desfilan por subversión del símbolo,
cánones de la historia, de la literatura, de la sociedad, de la cultura: Dante,
Wagner, Virgilio. El pasado es la base de proyección de la crítica sagaz del
presente, en tanto que su cimiento real e histórico: escombros de champagne
revolvían el viento / del raudal explosivo, y en los despachos de la / derrota
/ se traducía en fornicaciones de secretarias con / militares / extraños al
reglamento y Wagner en la radio del / frente. Y estamos de golpe en la
Alemania nazi, escaparate / de la vergüenza del irraciocinio postrado ante /
la revolución. Sublime.
Y en medio del
genocidio, el hombre y la masa. El hombre como individuo. La paradoja: cómo
puede ser el anonimato la sangre de la muchedumbre que es el todo al que
pretende dirigir y controlar la autoridad: y la lente del fotógrafo de los /
paladines, / etéreo notario a sueldo de mandamases, / su identidad tiene un
rostro / que es el de cualquier compañero / en su misma tesitura. El
anonimato frente al rostro de la autoridad: porque la rúbrica no cuenta en
cuarteles / de maniáticos gerifaltes, / dueños de cetro / y tiara en la milonga
del reconocimiento / por y para la masa. El eterno retorno: trucados
según la centuria. Y se me viene a la cabeza –fíjense-, Jorge Manrique: en
su inopia atrofian jergas detectivescas, / borrando pistas / que les darían
chispas para aprehender que su / condición es idéntica / al plebeyo del
trípode. El siervo, el esclavo, a merced de las dictaduras, cuyos
gobernantes, sólo quieren una foto de su cara en un despacho, porque el rey,
no es nada desnudo sin propaganda.
Y cambia el
escenario: ahora vemos al artista de / corte / en un parque municipal dando
alpiste a las / palomas, / a su alrededor la Sagrada Familia es un pastel / que
los turistas devoran con sus baratijas de / cuatro duros. Entonces el
poemario se hace estampa
(in)costumbrista: una chica recoge los excrementos de su chucho (…)
ve salir a los pasajeros de la boca del metro, y / llora la intuición / de un
color sin significante ni significado. Maravilloso: niña, mi vocabulario
se desvaneció en el / incendio / de mis neuronas, desde entonces acumulo /
bolsillos aserrinados de la razón y el laberinto / devino en agujero negro,
sopa de letras / disuelta en polvo que flota vano y viudo / por mi cabeza. Metaliteratura.
Y vemos desfilar a Van Gogh por las remozadas zozobras finiseculares en
confines / surcados por la orquesta del Titanic en la playa / del entresuelo
con velos decimonónicos.
Y luego, desde
una ventana de Lavapiés, el fútbol y The Beatles, cadencias entrelazadas con
un punto sarcástico inevitable: a posteriori dialogamos en un / restaurante
indio / de la avenida principal, pedimos una jarra de / líquido / elemental del
grifo por eso de ahorrar con la / crisis / y sentirnos astutos en el elogio de
la calidad, / pero recaudaron lo mismo con el plus del / picante. Y entra
en juego una liturgia sacra; lo sacro por la inversión de los símbolos y las
figuras de la mitología romana: tira el cáliz del / burdel de la Almudena /
y asume de una puñetera vez que si estás / conmigo es por inclemencias / del
cálido invierno en que te travestiste de / Caronte en la oficina, /
prometiéndome franquear el Leteo en sentido / inverso. Y también otras
historias (la del traslado del / profesor a Cracovia / por motivos docentes
al campo de / concentración). Otras historias, pretéritos / rescoldos
como alegorías de lo que fue y no volverá, que a Jordi Corominas le sirven
para enlazar con una crítica brutal a la opinión pública, al snobismo ilustrado
y a la crítica literaria actuales. Resumo: adiestrada / retórica que
comentan con aspavientos / en el / mugriento / bar Manolo dos filólogos noveles
(…) estiloso flequillo / peinado al milímetro y una serie de iconos / vintage a
tono con la vanguardia del presente (…) críticos literarios (…) arremeten con
el lacón / untándolo con clásicos grecolatinos del / cochambroso / e impoluto
desván del farmacéutico. Y cómo no, también lo que se conoce como Justicia
Poética: amanecerá / la jornada donde esas chinches sean pasto del /
insecticida (…) mientras tanto sé Cristo / con los mercaderes / del templo, te
lo ruego, aviva tu potestad. Imposible sobrevivir al adocenamiento
ferial de las / gafas de pasta.
Y por fin,
Hiroshima, 1945: dos gemelos / vestidos de pingüino castizo / en guateques
tardofranquistas entretenían con / sus guitarras (…) autopsia / sinfónica que
apuntalaban con las sobras de su / natalicio / recolectadas en hemerotecas
falangistas y / televisiones forasteras. El franquismo: pan blanco de /
estraperlo / en tu cartilla de racionamiento (…) ¿dónde / están los
embajadores? (…) golpe de Estado en el / ensanche / del desierto (…) España y
la danza macabra del / monopolio / del macho cabrío, terrateniente, marcial y
bajo / palio. Y la posguerra: nunca / Hamelín con pezuñas desenfrenó /
su fertilidad con tan virulenta mansedumbre.
En
definitiva, en cuanto a su significado, Los Lotófagos se constituye como
una revisión histórica proyectada en presente. Crítica diacrónica, sincrónica,
sagaz y necesaria. Testimonio de la máscara y de la mentira, de los absurdos cauces
del progreso y de su pose. Magistral.
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