El Pijoaparte y Accatone: visiones
de la periferia, por Jordi Corominas i Julián
“Estamos como en una gran sala de
espera de estación, todo es provisional…”
(Juan Marsé, Encerrado con un solo
juguete)
El
paso del tiempo cambia los barrios y altera la significación de los espacios
mediante prostituciones del pasado. El Carmelo de Barcelona sigue siendo para
muchos habitantes de la Ciudad Condal territorio comanche, zona agreste
desconocida que no conviene pisar para mantener una especie de pureza hipócrita
y burguesa de gente bien que no se mezcla con lo ajeno. Un monte que no
pertenece a la ciudad en el imaginario colectivo, que ignora tanto a Marsé como
a las relativamente loables reformas que el Ayuntamiento de la capital catalana
ha emprendido para dar un aire moderno al barrio, repleto de calles con nombres
izquierdistas que renuevan el panorama y hunden un poco su originalidad de
fincas antiguas e iglesias de aislamiento que no figuraban en el elenco de Últimas tardes con Teresa.
En
Roma, el Pigneto ha sufrido un proceso más que parecido. De suburbio desdeñado
se ha metamorfoseado en lugar de moda para cineastas y supuestos bohemios. Las
ventajas de este enclave otrora chirriante por los raíles del tren consiste en
sus casas bajas y una atmósfera apartada del mundanal ruido urbano, un pequeño
país de las maravillas cercano al centro y perfecto para evocar un Et in
Arcadia ego de avenidas casi peatonales y leyendas del celuloide más radical.
Ambos
topónimos emergieron en los sesenta desde una consideración bien distinta a la
actual. Se lo debemos a dos nombres célebres. Juan Marsé, por raíces y
experiencia vital, sacó de la oscuridad al Carmelo y sus aledaños. Pier Paolo
Pasolini hizo lo mismo con la periferia de la Ciudad Eterna. Si quieren, el
friulano antecedió al autor de Si te
dicen que caí en unos años entre novelas- Ragazzi di vita y Una violenta- y películas en las que participó
como guionista, desde la Notte Brava
hasta Morte d’un amico, donde ese
tercer mundo dentro del primero emergía para el espectador, demasiado
acostumbrado a prescindir de una cotidianidad tan abrupta a la vuelta de la
esquina.
En
principio las coincidencias, que nunca son casuales, deberían terminar en este
punto, pero si analizamos en profundidad las dos obras cumbres del transalpino
y el español comprobaremos que hay muchas más similitudes que traspasan la
superficie y se adentran en una senda sociológica que sirve para comparar la
evolución de aquello que denominamos lumpen en el primer lustro de la década de
los sesenta del fenecido siglo XX.
Accatone
y el Pijoaparte son personajes prototípicos de una época y un lugar. El primero
es un pobre desgraciado que se gana la vida como chulo de putas y sólo aspira a
mejor convirtiéndose en ladrón. Se levanta por la mañana, tiene una mujer que
le hace la comida y la jornada se desarrolla bajo parámetros que incluyen
charlas en el bar de siempre, correrías delictivas con sus amigos, rondas
nocturnas de control y la esperanza de mejorar en lo laboral sin insertarse ni
por asomo en la clase media. Un buen día conoce a Stella y cree enamorarse,
pero su concepción del flechazo no es muy normal. Cuida a su musa, intenta
integrarla en su hábitat y la lleva a bailar donde al principio de la película
asombró a propios y extraños: El Ponte Sant’Angelo, línea divisoria entre lo
sagrado y lo profano, frontera que marca las mutaciones del personaje,
resignado con la luna de fondo, desesperándose con el rostro lleno de sucia
arena al entender que su redención consiste en abandonar su faceta de comerciante
de carne femenina, que quería perpetuar con su nueva novia, y dedicarse a
robar, exiguo rescate personal que, como veremos, le acarreará problemas
mortales.
Accatone
desciende poco a la Roma turística, templo de consumo e Historia. Visita ruinas
y comercios cuando necesita con urgencia dinero o soluciones rápidas. Sin
embargo quien haya visto el filme no podrá recordar ninguna escena que transcurra en sitios emblemáticos: lo máximo
que visualizamos es algún cachito del Trastevere, concretamente la Iglesia de
Santa Cecilia, que tampoco es figure en la mayoría de guías. Es un hombre que
prefiere irse con la música, clásica en las imágenes para dar trascendencia a
lo vulgar, lo más lejos posible de
corbatas y trajes, lo que le distancia del Pijoaparte, devoto de la Rambla por
exigencias de su guión existencial. El chico que soñó con el lujo francés desde
la infancia por culpa de unos franceses es un lince pispando motocicletas que
usa para su propia distracción o para vender a su padre adoptivo, el Cardenal.
Otra motivación para escapar de la miseria de las alturas es ir a verbenas
vestido con inigualables galas que en casa del rico son sospechosas. Ése San
Juan, un jardín y mil besos apasionados con una sensación de triunfo que se
desvanece al pasar los meses, parar en una calita de Blanes, vislumbrar a la
chica de aquellos ósculos y descubrir que no es la dueña sino la criada. Maruja
y su fogosidad sexual, libertad que contrasta con las proclamas ideológicas de
hijos de papá de los universitarios de 1956, son un pasaporte para seguir en el
mismo peldaño de la escalera y Manuel, hermano de Accatone hasta en lo de
tener un seudónimo, quiere dar el gran salto que le catapulte a la vera de los
que él juzga honestos.
Por
eso la enfermedad de Maruja será una bendición. Accatone da con su mujer del
mañana en un descampado donde ésta limpia botellas. El Pijoaparte, más frío y
calculador, sabe quién es desde el minuto cero. La rubia Teresa y sus
vestiditos es una utopía que cobrará visos de realidad en la clínica de rompe y
rasga, en el silencio de la zona alta y una habitación de intimidad que se
trasladará a bares, charlas y amor de verano. Por una vez pobres y ricos no
huirán de la ciudad, puta desangelada hasta el encuentro que hace colisionar a
dos almas de Blanes y el Carmelo hasta una encrucijada que respira Barcelona
por todos los poros. El movimiento de las fichas en el tablero se amplía pese a
que el viaje sea en todo momento interior. Besos, playas, copas y el miedo a
preguntar por un puesto noble. A ver qué puede hacer tu papá, a ver cómo acepta
esta unión de antípodas y me da para un digno aguinaldo.
Manuel
tiene tan clara su voluntad de eliminar lo pretérito que hasta finiquita su
afán rufianesco para adaptarse a lo que vendrá. Ello comporta volver al Bar
Delicias, donde les recomiendo ir para devorar sus magníficas patatas bravas, y
embolsarse bastantes duros con las timbas de cartas. Su desesperación por ser
decente sólo ofrece algunas grietas de tentación en casa del Cardenal, donde
Hortensia, alias la Jeringa, guarda un asombroso aire a Teresa pero en la nada
y la podredumbre. Caen las hojas, Pandora sigue con su machacona melodía que
precipita la caída con la muerte y con ella el retorno al orden de tú a Boston
y yo a California, el mar y las alturas que nadie frecuenta. Cupido de canícula
no fue un miraje: hay cartas y un vagar de continuidad.
El
Pijoaparte vuelve a las andadas. Se agencia una moto en la Plaza Sanllehy y
encara el Litoral rumbo a su princesa. No sabe que el doble siempre tiene en su
seno una promesa de venganza. Le da gas al manguito e imagina a Teresa en la
cama, y hasta el propio Marsé en un fragmento impagable nos engaña con
habilidad y cinismo. ¿Amor consumado? ¿ Prueba superada?
Accatone
nota en el cogote ojos a lo Eisenstein. Divisa una motocicleta que ya intuíamos
por las migajas de pan que Pasolini nos ofrece para la correcta comprensión del
discurso, y arranca. Sus amigos corren. Ponte Testaccio, marca de dos junglas.
Una natural en su barbarie. Otra abrupta y fina en su civilización
americanizada.
El
Pijoaparte se da de bruces en medio de una persecución policial. Su anhelo
queda aparcado con unas manillas y los barrotes en el horizonte. La quimera de
derribar el muro de las barreras de clase se ha quedado en eso.
Vittorio
desaparece. Retumba Bach, a todo volumen. De repente, un sonido nos indica que
su ilusión se ha quebrado. Sus allegados alcanzan el fatídico asfalto y
escuchan la frase. Bueno, estoy bien. Último suspiro. Muerte para el italiano,
cancelación de vida para el murciano. Parecidos razonables y una cruel daga
exprimida en dos genialidades ciertamente inmortales. Leer y visualizar para
aprender y maravillarse.
Santa María de Palautordera, Julio de 2012
3 comentarios:
Muy bueno. Lo unico: Pigneto va con una T.
Gracias Cabiria, lo cambio ahora mismo, con lo que me gusta ese barrio...
Buona sera, sonríe
:-)
Grazie. Buona serata a te.
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