La mazorca, por Jordi Corominas i Julián
El
aire de la Historia
desmorona
la escaleta
de
noticias a la velocidad del sonido,
En
Chile un hombre lee Los detectives
salvajes en un árbol a la luz del alba,
las
mujeres deberían cantar el estrépito
en
el mercado, pero ahora sólo
notificamos
la redundancia en redes,
corazas
que dan la mano,
sin
pisar unidos lo importante.
Cierran
los bares tradicionales, solera
regada
con agonía, el gris instala
su
campamento en la atmósfera
urbana,
paralizada en la pausa
del
movimiento, encapsulada
en
el paréntesis de incertidumbre
que
resuelva la intriga del desenlace,
hago
añicos el presente,
escucho
música del siglo XX
engullendo referencias de encuadre
en
el proceso de la Musa
y
su comprensión plena, una morena
baila
desaforada en el disfrute
de
la comprensión y el juicio,
matemática
que mastica
compresiones
para digerir la pincelada,
dejarse
llevar y asumir la trama
en
la reclusión de cada agujero,
ventanas
abiertas al espectáculo.
No
por más atendida
es
menos sabrosa
la
mazorca dinamitada,
Clío
roe sus granos
con
macabra
parsimonia, eficacia del hilo,
han
imputado a la infanta, cocaína
en
la nevera, han apagado la boca
de
incendios hasta nuevo aviso
de
una escalera con peldaños
de
gelatina, cómoda en su cantinela
de
lo cotidiano, donde el agua diaria
mantiene
su temperatura y la fiebre
aguarda
para apuntalar su estallido
hasta
el vértice de la pirámide.
Los
vástagos suelen ser como los padres
hasta
que encajan rompecabezas de errores,
sepultan
radios de la Fuente Castalia
y
llenan baldosas de inédito contenido,
conscientes
de alimentar la tierra
con
los restos del naufragio,
carroña
que abona el paisaje,
absuelto
de limes y casquería.
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