Richard nunca se fue: “El cas Wagner”, de Friedich Nietzsche y “Aspectos de Wagner” de Bryan Magee
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 8.04.13El cas Wagner. Friedrich Nietzche
Traducción y edición de Jaume Creus i del Castillo
Edicions de 1984 (Barcelona, 2012)
Aspectos de Wagner. Bryan Magee
Edición revisada y ampliada
Traducción de Francisco López Martín
Acantilado (Barcelona, 2013)
En este año de conmemoraciones, no está de más recordar una anécdota de 1913. Por aquel entonces se celebraba en todo el mundo el centenario del nacimiento de Richard Wagner. El Liceu aprovechó la efeméride para estrenar en Barcelona Parsifal. La noche fue sonada, y cuentan los periódicos de la época que la anécdota que simbolizó el fenómeno fue la carga extra de trabajo a la que se vieron sometidos los camareros del restaurante Can Marten. Estaba enfrente de las Ramblas y se vio desbordado tras la conclusión del primer acto. Era 31 de diciembre y los asistentes a la Ópera necesitaban cenar. El restaurante no daba abasto, pero enriqueció sus arcas por culpa del genio alemán, muerto en Venecia, otra inspiración, más acicates.
La función terminó a las cinco de la mañana. Una centuria después Richard Wagner levanta pasión y odio, como si fuera imposible ser unánimes con su talento. Parte del debate nace porque la Historia deja cadáveres y el Novecientos fue pródigo en arrastrarlos bajo doctrinas ideológicas con el terror en su impronta. El antisemitismo pasa factura y en el caso del compositor teutón la culpa es compartida entre el tópico y la manipulación hitleriana.
Lo mismo acaece con Nietzsche, cuyo legado fue trastocado y alterado entre los fanatismos de su hermana y el Tercer Reich. Es bien sabido que ambos hombres alimentaron sus creaciones, más Nietzsche que Wagner, fijándose en el otro, pero la tensión era enorme. El joven catedrático sufría, desde mi humilde punto de vista, un deslumbramiento que le empequeñecía ante el gigante de la obra de arte total. Era una relación de iguales condicionada por complejos, lo que puede apreciarse en elCas Wagner, libro que escribió el autor de Humano, demasiado humano poco antes de sucumbir a la locura en Turín y que ahora edita en catalán la fantástica Edicions de 1984. Y aquí el adjetivo no rellena, simplemente elogia la labor de una serie de pequeños sellos que arriesgan y perpetúan en esta época escasa de recursos el anhelo de ofrecer en la lengua de Salvat-Papasseït obras de dimensión internacional y europea, algo que sin duda es necesario y comporta una ambición de hacer del catalán un vehículo de alta cultura. ¿Lo es? Sin duda, si bien en ocasiones los porcentajes de publicaciones de los dos idiomas oficiales del país ocultan el hecho, que debería cobrar aún más vigor para no sucumbir al futuro global que vendrá marcado por una serie de koinés hegemónicas.
Si volvemos al Cas Wagner, en él hallaremos un berrinche lírico, la conclusión de una disputa, el compendio de textos de un amor correspondido hasta que la envergadura del maestro precipitó la liberación del alumno, inteligente en grado sumo y por ello dotado para emprender un vuelo libre con un poso de amargura, que es la que denotan sus palabras, donde se recoge la idolatría por Wagner, incomparable en su revolucionaria versatilidad, mezclada con el odio del que se siente desposeído y tiene ganas de proclamar su verdad.
Para acercarse a la de Wagner y a su contribución a un amplio abanico de artes una de las mejores opciones es leer Aspectos de Wagner deBryan Magee, quien disecciona en cinco capítulos influencias y variaciones de un mismo aspecto entre teoría, judíos, culto, influencia e interpretación.
A nivel teórico es innegable al recuperar la fusión de las artes, huérfanas de unión tras el fenecer de la tragedia griega. Su mérito de hilvanarlas en la ópera no es sólo una recuperación, es superar ese punto de partida para generar otra forma acorde con su contemporaneidad. Este matiz muestra cómo su herencia aún es válida en nuestra era, pues no veo nada más lógico que juntar piezas de manera coherente para dar luz a nuevas formas de expresión. Eso es lo que hizo Wagner. Su lección y ejemplo afectaron positivamente a un sinfín de genios, entre ellosGustav Mahler.
La relación del compositor de El holandés errante con los judíos ha sido discutida y el tema no dejará de provocar controversia. Magee observa que fue el primero en apreciar que tras la apertura de los ghettosera comprensible que el genio encerrado de los hijos de Israel saliera a relucir. Hasta el Ochocientos sóloSpinoza lo había logrado, pero a partir de lo dicho las cosas cambiaron y proliferaron nombres, muchos de ellos vieneses, que forman parte con todo merecimiento del gran bagaje que a todos nos concierne. Wagner era antisemita sí, no podemos refutarlo, aunque no estaría de más, porque muchas veces se habla por hablar, buscar las razones, claramente personales, que le llevaron a ello en París, templo de su más importante fracaso de juventud.
Baudelaire le admiraba y otro poeta como T. S. Eliot le rindió homenaje en la estructura y los versos de su La tierra baldía. Pintores como Cézanne repitieron la operación y por supuesto una pléyade de músicos le veneró y veneran hasta el extremo, reconociendo una influencia que nunca se marchita, y no lo hará mientras suenen sus melodías, siempre más accesibles por la democratización de la música clásica a través de discos, conciertos e interpretaciones de sus partituras, tempos y ritmos. Muchos directores de orquesta interpretan sus óperas a distinta velocidad por una voluntad de hacerlas suyas y llevar las riendas de un testamento que puede analizarse desde múltiples prismas, que es lo mismo que hace Magee en su ensayo.
En horas de discursos manidos y vana palabrería es importante ir al meollo, penetrar en el contenido y mirar al pasado con voluntad de aprender. Wagner es un sempiterno estímulo y en nuestra mano está aprovecharlo.
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