Diálogo con Sergio del Molino, por Jordi Corominas i Julián
“At the violet hour, when the eyes and back
turn upward from the desk, when the human
[waits
like a taxi throbbing waiting.”
(T.S. Eliot, La tierra baldía)
Mi deseo sería quedar cara a cara con Sergio del Molino, pero no
conseguimos, pese a más de mil intentos, que nuestras agendas coincidan, como
si el capricho impidiera juntarnos. Fracasamos en 2012 cuando tenía que
presentarle No habrá más enemigo y la idea colisionó por confusiones nuestras y
porque venía a Barcelona el mismo día que charlé con Enrique Vila-Matas con
motivo de la presentación de Aire de Dylan. Más tarde, es la gran suerte de las
redes sociales, hemos hablado mucho, pero Barcelona, Madrid y Zaragoza parecían
ubicarse en las antípodas.
No me gustan las entrevistas por correo electrónico. Sé que hay compañeros
que dicen preferirlas porque así se ahorran la transcripción, pero eso es de
horteras. Lo mejor de un diálogo es mirar a los ojos del entrevistado,
compartir una copa de lo que sea y dejar que la velocidad del pregunta
respuesta fluya con naturalidad. Como por escrito eso resulta más complicado
decidimos que usaríamos el chat de Gmail para mantener una coherencia que
permitiera la inmediatez y no propiciara eso que también gusta a otros compañeros:
si le mandas las preguntas al escritor por e-mail las cuestiones se las piensa
bien y de este modo el trabajo es más fácil, nulo esfuerzo, mucha recompensa.
En fin, a las 22:39 horas Sergio se preparó un sándwich. Al cabo de un
minuto me puse el pijama, esperé mi interlocutor devorará su bocado, me puse
algo de música y observé atontado la pantalla. A las 22:49, más preciso que
cien mil británicos, El autor de La hora violeta me saludó y nos pusimos manos
a la obra. Por una vez no puedo terminar la típica previa con el clásico
enciendo la grabadora. Bueno, sí, ya lo he hecho. Disparamos.
La primera pregunta es obvia. ¿En qué momento decides que
merece la pena plasmar algo tan personal como la muerte de Pablo?
En realidad, no quería plasmar la muerte de Pablo, sino mi experiencia
de su enfermedad, cómo su enfermedad nos había enfermado a sus padres para
siempre, y cómo su muerte nos había matado. Lo decidí muy pronto, fue una
reacción prácticamente instintiva.
Lo que me costó más madurar fue si debía o no publicarlo, pero yo no sé
escribir para mí, no me guardo nada en los cajones.
Bueno, es cierto, porque lo que cuenta es el proceso, que
es lo que se narra en el libro, de hecho me pareció muy elegante desde un punto
de vista estilístico el hecho de no exhibir la agonía
Más que por elegancia, era un imperativo estético y, por
tanto, moral. No podía narrar su agonía sin caer en el melodrama que tanto he
aborrecido. La elipsis era la única opción plausible y posible. Cualquier otro
acercamiento hubiera desmoronado los supuestos de contención narrativa y de
sobriedad que han inspirado La hora violeta. Al margen, claro, hay un
componente de pudor. De hecho, no es la única elipsis del libro. Lo más grosero
y morboso de la enfermedad está en elipsis.
El otro día, un crítico decía que narraba pormenorizadamente toda la
enfermedad y el tratamiento. No es verdad: la narración está cuidadosamente
seleccionada y sesgada, como puede intuir cualquiera que sepa de qué va la
quimioterapia.
En lo que me mencionas de la contención
narrativa, te lo iba a decir ahora mismo, también entra el pudor. Supongo que
escribir un libro así es una experiencia completamente diferente, en el sentido
que nunca más escribirás nada parecido. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
Ojala nunca escriba nada parecido. No creo que nadie pueda salir
cuerdo o vivo de dos experiencias parecidas en una sola vida. El proceso de
escritura fue paradójicamente doloroso y agradable. Por un lado, me permitía
reencontrarme con los recuerdos de mi hijo y trabajarlos, a la vez que me
obligaba a repensar mi paternidad y a profundizar en la relación con Pablo. Por
otra parte, claro, era hurgar en la herida, por usar un símil manido. Pero no
fue duro. Lo convertí en una rutina casi entrañable.
Entrañable en
un sentido de recuperación de memoria??
Claro, y de hurgar en las entrañas. Para mí, hablar de mi hijo,
recordarle, esforzarme por revivir su olor, su cara y su tacto, es placentero.
Es algo que poca gente entiende. Creen que necesitamos el silencio, pero el
silencio lo necesitan los demás. Son los otros quienes no quieren enfrentarse a
la expresión de nuestro dolor. Nosotros (me refiero a los padres dolientes),
muchas veces necesitamos sacarlo, hablar, trabajar el recuerdo.
Yo creo que algo que deja KO al lector, además de lo que
se cuenta, precisamente es como se cuenta, entre otras cosas porque hay un poética
de lo cotidiano y del sentimiento muy fuerte
Me gusta eso de
la poética de lo cotidiano. Así es: el libro es una añoranza por la vida
sencilla, casi un alegato burgués, anti-beat. Busco constantemente la
normalidad que la enfermedad nos ha arrebatado. Mi personaje en el libro
persigue lo contrario a la aventura. Creo que lo digo en algún momento: quienes
persiguen la intensidad, no saben lo que realmente están invocando. Yo no
quiero más intensidad en mi vida, no quiero tragedia, por eso escribo mi libro
en tono menor.
La poética
de lo cotidiano la estableces desde el título y esto para quien se fije haría
entender muchas cosas que ya están en los versos de T.S. Eliot
En Eliot está todo, aunque como ahora nadie lee poesía (no leemos
novelas, como para leer a poetas), no nos enteramos. La tierra baldía es un
sillón de orejas con chimenea, es el deseo de felicidad cotidiana. A Eliot le
repele el frío del mundo y se ríe de los cursis aventureros.
Y sufre por la gente normal, pienso en el fragmento del
bar, y necesita criticar la pasividad. En este sentido un giro eliotiano lógico
al hablar de tu hora violeta es la valentía, aunque por otra parte no creo que
tú pienses mucho en ella
En absoluto. Ni en mí como escritor ni como padre. Sí que he pensado
mucho, sin embargo, en la cobardía.
¿La cobardía individual o colectiva, propia o ajena?
La cobardía individual y ajena. La forma en que la sociedad (los
individuos que la forman) se alejan del dolor y tapan al doliente. Las
presiones para que los que sufren no molesten con sus lamentos, la incapacidad
para consolar...Incluso las reacciones de algunos padres ante la enfermedad de
sus hijos. He visto cosas horribles. Pero no creo que yo, por oposición, sea
valiente. Simplemente, he seguido mi instinto. Somos mamíferos con instinto de
conservación. La cobardía va en contra de nuestra condición biológica, es
plenamente cultural. Y yo soy un asilvestrado.
Precisamente una de las cosas más bonitas del libro es
que hay un permanente diálogo que se puede leer a dos niveles: el mismo libro y
la constante mención a otros que os acompañan en el proceso
Es que la carta de amor que es La hora violeta también va dirigida a
quienes han sabido acompañarnos y protegernos, porque es muy difícil acompañar
un dolor como el que hemos sufrido mi pareja y yo. La sociedad no lo pone fácil.
Hay una cosa que los psicólogos llaman "duelo patológico", que supone
que, si no superas el dolor en un plazo determinado, es que lo has
patologizado. Es decir, que ya no estás triste, sino, oficialmente, enfermo. Y
necesitas cura. Hemos convertido la tristeza en una enfermedad. Y en una
sociedad donde los tristes somos enfermos, es muy difícil encontrar comprensión
y amistad.
Y en una sociedad que privilegia al individuo desde un
sentido egoísta lo que cuentas muestra una feroz crítica contra determinadas
cosas que estamos perdiendo, y no me refiero sólo a la sanidad pública
Estamos perdiendo (o hemos perdido ya) la capacidad para sentir y
comprender los sentimientos intensos. Más allá de los prejuicios hedonistas,
hemos creado un mundo aséptico e indoloro, y hemos perdido la costumbre de
tratar el dolor y enfrentarnos a él.
Incluso se
lo inculcamos a los niños, mediante una educación sobreprotectora. Nuestros
abuelos sabían acompañar a alguien triste. Nuestros abuelos no pensaban en
duelos patológicos.
Claro, las mismas objeciones que se le hacen a mi libro pueden planteárselas
a las coplas de Jorge Manrique. Y, si las llevamos a un nivel superior,
invalidarían la mitad de la literatura universal. Pienso que toda literatura es
autobiográfica. Al menos, la literatura que penetra y emociona. Si consigue eso
es porque el autor está plenamente insertado en ella. Incluso Lovecraft o
Philip K. Dick hacen literatura autobiográfica. Yo, simplemente, la hago sin símbolos
ni retórica.
Llamo al
dolor, dolor, no lo enseño en forma de monstruo fantástico.
Sí, y criticar
decir las cosas por su nombre es aceptar la banalización y también cargar
contra el realismo, al que no deberíamos denostar nunca, y menos en una época
como la nuestra.
De todas formas, han sido críticas muy menores y en foros de muy corto
recorrido. Creo que, en general, las reacciones son positivas. O negativamente
positivas, en el sentido de que los lectores y los críticos han entendido el
tono y la razón de ser del libro. Con esto quiero decir que no me siento
agraviado. De hecho, si no existieran las Google Alerts, ni me habría enterado
de la mitad de esas críticas.
Obvio, más allá de las críticas creo que por otra parte
otra cosa que impacta del libro es que tratas la normalidad, seamos
redundantes, con pasmosa normalidad. En una obra así cualquier aliño era
innecesario, ¿verdad?
El horror no necesita adjetivos. Creo que fue John Reed (un grandísimo
manipulador, y, por ello, un gran contador de historias) quien lo dijo cuando
cubrió las guerras de los Balcanes. La retórica sólo banaliza el horror. Pero,
además, lo retrato así porque así lo vivimos. Porque, como dice Umbral, se
puede vivir en el horror. De hecho, mucha gente vive en el horror. Y, cuando el
horror es tu vida, deviene algo normal que expresas con normalidad. No puedes
estar llenando de símiles y figuras retóricas cada paso de tu vida, por muy
horrible que esta sea. He tratado de transmitir esa idea: que los que vivimos
en el horror, a veces incluso estamos cómodos en él, porque es nuestra vida. Si
no, nos mataríamos. Nadie puede soportar un dolor intenso y constante mucho
tiempo.
Y tanto para ti como
para el lector la gran prueba-ellos desde el libro, tú desde la experiencia, es
aceptar el horror en la normalidad pura y dura, que en este caso, para más
INRI, se ceba con un niño.
Es que no hay más remedio que
aceptarlo. Cualquier otra respuesta conduce a la locura. Un cristiano se
preguntará por qué Dios lo castiga. Y quizá acepte ese castigo, pero a mí me
resulta más práctico aceptar la fatalidad como algo inexplicable fruto del azar.
Simplemente, hay que enfrentarse a ella con todas tus fuerzas.
Y supongo que en el mismo proceso de escritura, en tu
caso concreto, está una de las herramientas para superarla, como si con ello le
miraras los ojos, cara a cara
No, eso no se supera nunca. El dolor ni mengua ni se entiende. La
literatura sólo me ha servido para trasladarla a unos términos que soy capaz de
dominar. En la literatura, al poner mi experiencia en clave narrativa, siento
que puedo gobernarla. O, mejor, que puedo transportarla. Al principio, la pena
es algo informe, muy ruidoso y que satura todo. Al meterla en un libro, puedo
llevarla conmigo, sellar un pacto para que no me destruya, pero es como las
lamparitas de los genios: el horror sigue ahí dentro, y puede liberarse en
cualquier momento. Aunque, así, encapsulado entre las páginas de un libro y
puesto en una estantería, parezca inofensivo. También las lámparas de los
genios parecen un elemento decorativo hasta que alguien las frota.
El libro, cualquier libro
pero este más, tiene la misión esencial de transmitir, entiendo por lo que me
dices que con el exteriorizas, pero claro, lo interno, lo que te acompaña, es
inasible y no puede salir...
No le permito que salga. Por eso puedo mantener esta conversación
contigo. Por eso no estoy con una camisa de fuerza en una celda acolchada. Los
mamíferos no estamos preparados genéticamente para ver morir a nuestras crías.
Nos volvemos locos cuando eso pasa. Nuestro cerebro no lo asume, es biológicamente
incapaz.
Sí, yo viví un
proceso que no es como el que cuentas, pero mi prima tuvo leucemia a los seis años,
por eso creo que entendí más cosas, pero la diferencia básica es que yo no he
sido padre, por eso supongo que no puedo captar todo aunque lo entienda al
100%.
Puedes entenderlo perfectamente, y más si has visto un caso en tu
familia. Lo que yo planteo quizá va más allá en el sentido de que, gracias a la
dura racionalización que he hecho, he trampeado el cortocircuito que hay en mi
cabeza. Le he hecho un puente a mi cerebro. Pero no hace falta ser padre para
entender el dolor que hay en el libro. Basta con querer a alguien.
Me he fijado que en muchas reseñas los críticos casi
parecen jugar a buscar tus influencias para La hora violeta. Además de Umbral,
que autores han estado presentes a lo largo de la gestación del libro?
Pues una referencia muy intensa pero apenas nombrada es Primo Levi.
Pensaba mucho en su relato de la vida en el Lager, en la culpa de los
supervivientes, en la vivencia del horror. Aunque sea una experiencia en
apariencia tan alejada de lo mío, el encierro hospitalario tiene algo de
concentracionario. Me identificaba mucho con su forma de enfrentarse al dolor.
Especialmente, en el capítulo en el que su compañero de tortura le pide que le
enseñe italiano y él lo hace recitándole estrofas de la Divina Comedia mientras
acarrean piezas de acero descalzos por la nieve. Dice que podía sonar raro e
inverosímil que un prisionero del Lager recitara a Dante en vez de abismarse en
su desgracia, pero que esa era la única forma de sobrevivir, agarrarse a la añoranza
por el mundo culto que ha sido destruido. Yo busqué mis propios versos de la
Divina Comedia para vivir a mi dolor.
Lo de Levi me gusta mucho, y por otra parte entronca con
algo que me parece característico de ti, aunque quizá me aventure: que sabes ir
de lo colectivo a lo particular con mucha naturalidad, pienso en Eliot, lo que
mencioné antes del título, y en el ejemplo que acabas de poner.
Supongo que tiene que ver con mi carácter autodidacta y diletante.
Vampirizo referencias y las incorporo a mi vida porque no he tenido profesores
que me dijeran que eso estaba mal.
Bueno, pero eso es la libertad del creador, lo que dices es
naturalidad, que expresas de forma muy clara, y da un plus al libro, a partir
de la musicalidad que surca el libro.
Me ha costado mucho dotar a mi literatura de esa tersura natural. Mi
evolución literaria es casi juanramoniana, en el sentido de que me he
desbarroquizado. Toda mi trayectoria literaria ha sido un esfuerzo por quitarme
la ropa de gala y ponerme el pijama. Ahora escribo siempre en pijama. Es una
actitud estética y moral. Por eso digo que escribo en tono menor. Y eso es muy
difícil, al menos para mí, porque cuando te sientas a escribir, te dominan
sentimientos de grandeza. Quieres hacer LA OBRA, la gran novela americana,
ganar el Nobel, qué sé yo. Y te pones estupendo. Lo natural es ponerse
estupendo. Lo que cuesta mucho es bajarse los humos y escribir en pantuflas.
Eso ya lo tenía antes de escribir La hora violeta. De hecho, sin esa convicción
previa, no me habría salido nunca un libro así.
Estoy completamente de acuerdo con lo que dices, y me
parece que seguramente ejemplifica una tendencia que no es nueva, pero que creo
se irá imponiendo en la literatura española. De una especie de grandilocuencia
justo antes de la crisis y durante su primera fase hemos pasado a una fase
donde cada vez detecto más escritores con la humildad por bandera, la humildad
y la constancia en la creación.
Es que si no, esto se pondría insoportable. Ojo, que no estoy en
contra de los egos superdesarrollados. Cada cual ha de encontrar su tono y su
forma de estar en el mundo literario. Para que los humildes destaquemos, tiene
que haber monstruos grandilocuentes con los que nos puedan comparar. Si todos
fuéramos guapos, nadie sería guapo: los feos somos necesarios para que exista
la belleza. Pero, sobre todo para aquellos que utilizamos nuestra propia vida
como materia narrativa fundamental, la humildad y el pijama son herramientas
imprescindibles. Si queremos hacer un libro que alguien pueda leer, claro.
Algo que me
interesa de tu trayectoria es que no creo que hasta el momento hayas escrito
ningún libro igual.¿Cómo
te ves como narrador? Otra cosa que pregunto mucho cuando encuentro a
narradores, deformación mía por ser poeta, con sentido lírico es si te atreverías
con la poesía
Ni de coña. La poesía es para los listos.
Yo no sé hacer eso, no sé contenerme en unos pocos versos. Necesito prosa con
su río lleno de meandros. Me ahogo en los arroyuelos, no sé manejarlos. Como
narrador, me veo ahora más seguro. Tengo confianza en mi voz y tengo claro por
donde quiero correr mi carrera literaria. O, al menos, mucho más claro que
cuando empecé a publicar. Me gustaría seguir puliendo mi instinto, domar mi
voz, entender algo de lo que siento y me pasa y hacerlo comprensible a otros.
Dudo mucho que lo consiga, pero seguiré la máxima de Samuel Beckett y me
equivocaré siempre, aunque cada vez un poco mejor. Os envidio mucho a los
poetas, que lo sepas. Sois un enorme misterio para mí. Un enorme y
maravilloso misterio.
¿Por
donde irán los tiros de tu próximo libro?
Mi próximo libro, que está ya escrito y en fase de corrección y
relectura, es ficción, aunque inspirada en el pueblo valenciano donde viví de
niño. Es una novela muy técnica, concisa, con unidad de tiempo y acción.
Algunos críticos me decían que tengo muy buen estilo y soy muy buen prosista,
pero me falla la técnica. Esto pretende demostrar que también puedo ser un
novelista muy técnico cuando me da la gana, y hacer artefactos narrativos de
precisión. Me gustaría alternar este tipo de novelas con otras de "no
ficción".
Bueno, ahí entra tu vertiente periodística, que creo que
sí se nota en lo que escribes.
No lo sé, mi obra literaria se
ha escrito contra mi obra periodística. He destruido la segunda para levantar
la primera.
Pero sí, se nota en enfoques y en como piensas las cosas.
Lo de la estructura me obsesiona; por lo que dices deduzco que eres un escritor
de instinto, lo digo porque yo mismo con la poesía dejo que las ideas reposen
en mi cabeza hasta que tengo la estructura configuradísima, luego el texto sale
casi solo, pero antes he estado nueve meses dándole vueltas al conjunto.
Según lo requiera el texto. En esta última novela he dejado el
instinto a un lado y me he disciplinado mucho, trabajando la parte técnica un
montón. Pero en la no ficción prefiero que asome el instinto, porque busco
libros más híbridos, que la historia encuentre ella misma su tono. Esos libros
los maduro mucho en la cabeza antes de sentarme.
Para terminar
vuelvo a T.S. Eliot. ¿Se cansará la normalidad de esperarnos? ¿No crees
que en nuestro tiempo es más necesario que nunca que la literatura hable de lo
cotidiano sin barroquismos? Me obsesiona el tema de la novela de crisis y en
muchas, salvo quizá en la de Chirbes, noto siempre mucha pirotecnia, demasiada.
No se cansará porque las circunstancias nos van a conducir a ella. La
novela de crisis aún no existe, tiene que macerar todo un poco. Además, aún no
hemos visto nada. Todavía no ha ardido el Paseo de Gracia. Cuando las sedes de
los bancos humeen y estemos reventados de sentimientos intensos y de tragedia,
volveremos al relato sereno porque anhelaremos el hogar perdido, ese que nos
quitaron o nos quemaron. Es una constante histórica y estética: las sociedades
aburguesadas añoran la vida del vagabundo, y las sociedades vagabundas añoran
la vida del burgués. Para escribir como un burgués necesitamos volver a ser
vagabundos, porque la novela no va de reflejar realidades, sino de soñar y
suspirar anhelos. Yo ya he vivido mi peor tragedia y he construido mi utopía
cotidiana desde mi propia intemperie. Cuando la otra intemperie nos alcance a
todos, soñaremos y suspiraremos todos por lo cotidiano perdido, o que no
llegamos a conocer.
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