Diálogo con Manuel Vilas, por Jordi
Corominas i Julián
La
primera secuencia de la charla que leeréis a continuación se inicia en A
Coruña. Me encuentro con Manuel Vilas en el marco del Festival Coruña
Mayúscula. Nos damos la mano, nos abrazamos y charlamos un ratillo antes de su
recital. ¿Has recibido la novela? Sí, pero la leeré en vacaciones.
El
segundo acto es en la radio, como si su jueves en Barcelona deparara una
entrevista que no sólo recogen estas páginas. Recitamos juntos su poema La
España de la Transición en el programa Todos somos sospechosos de Radio 3,
intercambiamos pareceres sobre El luminoso regalo con Laura González, reímos
mucho y luego cogemos un taxi para proseguir la charla entre Bob Dylan,
Vila-Matas, el Pop, los macro edificios de las capitales de provincias que la
crisis ha dejado más vacíos de lo que ya son y la vida, así, en general.
Finalmente
el tercer acto es lo que podréis leer a continuación. Nos sentamos en la mesa
del bar de un céntrico hotel barcelonés. Manolo, siempre la misma ventana. Es
el destino. O lo que sea. ¿Cómo estás? Tarde o temprano deberé encender la
grabadora. Una vez transcrito nuestro intercambio de pareceres me doy cuenta
que me he dejado muchas cosas en el tintero, desde el símil de los
protagonistas con Tristán e Isolda de Cocteau hasta otras pequeñeces que me
revela la presentación del libro, broche de oro de la jornada. A veces en lo
incompleto radica una insaciable voluntad de conocimiento. Le doy al play.
Jordi Corominas i Julián: En A
Coruña me dijiste que no me asustara, que El luminoso regalo es más largo
porque has trabajado veinte minutos más cada día. En tu nueva novela hay menos
humor, más extensión y un cambio de paradigma. ¿Es un cambio buscado?
Manuel Vilas: Me
gusta que el escritor, como artista que es, cambie, que haga de repente algo no
previsto en su trayectoria. Evitar saltarse el encasillamiento me parece
atractivo, pero la razón principal, muy normal, es que quería explorar otros
territorios. El mundo literario de mis anteriores novelas ya estaba concluido.
Pero quien haya leído tus
anteriores novelas podrá intuirlas en El luminoso regalo.
Sí,
claro, la marca Vilas como quien dice. El cambio no es absoluto, pero sí es un
cambio importante.
La vertiente humorística no está
tan potenciada, pero tu estilo veloz también genera esa risa, el humor tan
propio que te ha caracterizado.
Pero
en esta novela no hay humor.
No hay humor, pero por frases ideas se intuye desde un poso muy amargo.
Hay
provocación y una mirada muy mía, esto permanece en la novela.
Y el sexo también lo habías tratado
desde un punto de vista humorístico y desatado, pero ahora se vuelve salvaje y
cruel.
Cruel
y real. El problema es que aquí se vuelve todo real. Lo otro era una
celebración del sexo y ahora ya no lo hago. He cambiado mi manera de ver las
cosas, miro el mundo de otra forma. Me parece normal que esto haya pasado.
Pero el amor sigue siendo el motor
que articula la novela.
Ya
no lo veo tan claro. Mi poesía completa la titulé amor, y he hablado mucho del
tema en mis libros, pero creo que ya no hablaré mucho de amor. (Risas)
Víctor Dilan, pese a su incesante
actividad sexual, tiene un anhelo de amor.
Busca
el amor de una forma muy equivocada, cruel. Es un hombre que se autodestruye y
lo sabe. El amor que sale en esta novela no es como el de las otras obras, es
muy diferente.
Pero El luminoso regalo podría ser
el amor, aunque si lees la novela puedes descubrir que tiene mil variantes,
puede ser muchas cosas.
Sí,
de hecho además el lector cree que se titula así por una razón y si lee hasta
la última página se dará cuenta que la razón del título es otra, efectivamente.
A veces pienso que con la
proliferación de sexo de la novela querías parodiar un determinado tipo de
literatura que invade las librerías de aeropuertos y el metro de cualquier ciudad. El sexo de El
luminoso regalo es cosa seria, lo abordas con un rigor que no permite la broma.
Hay
una visión trascendental del sexo, es una metafísica del sexo, un misticismo.
El erotismo y el sexo los identificamos, pero son conceptos distintos, prefiero
hablar del erotismo, donde existe un gran misterio, y Víctor Dilan sabe que en
el erotismo está la clave de la vida.
¿El erotismo como seducción?
El
erotismo como sexo, como copulación, fornicación y transgresión sexual, que
abundan en la novela. Recuerdo el momento en que una señora invita a Víctor a
su habitación de hotel y, de repente, aparece el marido por detrás cuando está
a punto de penetrarla. Hay toda una casuística de posibilidades que quieren
dibujar la complejidad del sexo.
Hay poemas tuyos en Amor donde este
paradigma de la habitación de hotel, el sexo y el alcohol ya están presentes.
En este sentido El luminoso regalo es una evolución.
Estás
hablando de un poema de El cielo, mi poemario del año 2000, donde había un
personaje muy bebedor, fornicador y que iba de hotel en hotel. Era festivo.
Víctor es maligno.
¿Por qué esta malignidad?
Porque
creo que en el fondo del erotismo está el mal. El tema del mal me interesa, así
como el tema de la insaciabilidad, que es lo que padece Víctor. Se acuesta con
un sinfín de mujeres, además las cuenta.
Ester tiene un número perfecto que
sale a partir de un poema de Jaime Gil de Biedma.
Cuatrocientas.
¿Cuál es la cantidad de la promiscuidad? Gil de Biedma da ese número.
Y ahí Ester hasta se pone romántica
pensando que Víctor será el cuatrocientos. En realidad la acumulación de
cuerpos es codicia capitalista.
El
sexo en la novela es codicia, es su fundamento codiciar el cuerpo del otro,
poseerlo, como quien compra y decide adquirir algo, esa pulsión codiciosa.
Él no sólo codicia el cuerpo,
también, casi como un esteta, codicia el detalle, como su gusto por observar a
sus amantes mientras orinan.
Es
cierto. En el erotismo también está lo excremental. La parte excremental tiene
una gran tradición. El amor es el lugar del excremento, puede ser maloliente,
sucio, sórdido y asqueroso. Su obsesión por la orina es un límite, todo lo
líquido del erotismo es pegajoso y nos recuerda lo nauseabundo, como lo es el
sexo en ese sentido. El flujo vaginal y el semen son realidades nauseabundas.
Y en ocasiones el lenguaje que usas
es muy exagerado.
Yo
lo único que hago es pensar sobre el sexo heterosexual, donde hay flujos
vaginales, semen, saliva, pelos. De todo hay.
De todo hay en la viña del señor.
Esa
parte forma parte del amor, hay que incluirla.
En las relaciones de parejas, como
mínimo en literatura, no se repara en eso, pero en las relaciones esporádicas
es todo mucho más bestia.
La
relación de pareja establecida, el matrimonio, no tiene ese vértigo de los
encuentros casuales. Me interesaba la depredación, la cosa de dos que se
conocen y se ponen a follar al cabo de un rato. Mi novela tiene algo de Shame,
su personaje protagonista es muy parecido al mío.
Sin tener la vertiente bisexual del
de la película.
No
la tiene, de hecho su hija hereda el don de la promiscuidad y delante de la
tumba de su padre dice: tú sólo supiste copular con un hombre, estabas
limitado, yo ya no lo estoy. Folla con hombres y mujeres.
La evolución de la estirpe, o algo
así. La posesión conlleva autodestrucción.
Hay
un problema fundamental en la vida de Víctor: la destrucción de su matrimonio.
Al divorciarse cae en una depresión y su ex mujer le organiza la vida para que
no caiga en el abismo. Pero una vez repuesto vuelve a las andadas.
La depresión le sirve para
confirmar sus pulsiones.
Claro,
y aquí entra el tema de la culpa. Se siente culpable por haber roto el
matrimonio. El matrimonio es muy importante en nuestra configuración cultural
como seres humanos, es una invención brutal. Quien dice matrimonio dice todas
las relaciones de pareja.
Es una invención sublime porque
permite el control.
La
vida conyugal con o sin papeles es un ordenamiento del sexo. Si la gente se
dedicara a mantener relaciones sexuales sin control la civilización se
hundiría. Víctor dice que si fornicáramos cada día a la buena de Dios se
hundirían la ONU, los Estados Unidos, el FMI y la Unión Europea. La novela en
realidad habla de cómo estamos todo el santo día reprimiéndonos.
Pero aquí quitas la máscara a la
gente.
Pero
no paramos de reprimirnos. Bataille dice que un homínido debe copular tres
veces diarias. No lo hacemos, pero nuestra genética lo dicta.
Pero si el mundo estuviera diseñado
para el fornicio seguro que cruzarías miradas con una, irías a una habitación
habilitada para el sexo y sí follarías tres o más veces al día.
Por
supuesto. Este atavismo es el que quiero recordar en la novela, y es real. Los
hombres y las mujeres reprimen mucho sus instintos sexuales, que son animales.
Aquí quizá más los hombres porque la novela está escrita desde un punto de
vista masculino.
Pero aquí es romper el escaparate y
quitarse la máscara. El hecho de situar todas las cópulas en interiores lo
propicia aún más.
El
erotismo inventa el amor, y de ahí aparecen la fidelidad, la lealtad y el
concepto de matrimonio, que es una mini empresa de auxilios mutuos dentro del
capitalismo. En la sociología se dice que los solteros duran menos que los
casados. ¿Por qué? Porque desde un punto de vista empresarial está
desprotegido.
Pero consume más.
Pero
cuando tiene un problema real sólo se tiene a sí mismo.
Sólo puede ser un buen soltero si
vive su madre.
Muy
bien visto, es verdad. En cambio, el matrimonio es una buena organización.
Y aquí lo niegas y lo afirmas. Lo
niega por insaciabilidad, pero cuando lo pierde queda tocado y hundido.
Porque
en su matrimonio había amor.
¿Qué le queda después?
Un
viaje muy acelerado hacia el final desde la depredación.
La novela es un juego con muchas
cajas, que aquí a veces se abren por menciones culturales. ¿Cómo las enfocas en
la novela?
Siempre
me ha fascinado Eva Braun, una mujer que con treinta y tres años decide morir
junto a un hombre de cincuenta y seis. ¿Fue ella la causante de la Segunda
Guerra Mundial? No sabremos si su relación sexual era buena.
El amor nazi.
En
el Tercer Reich está el atavismo del mal absoluto, y me interesa jugar con esas
cosas que nos devuelven al atavismo de la especie, a la noche de la especie,
antes de la civilización, a los previos de la civilización.
Y Víctor ejemplifica bien lo que
dices. Es un don Juan posmoderna que ejecuta bien los rituales de seducción
capitalista, pero una vez las ejecuta se vuelve un salvaje.
En
la cama es un salvaje, pero ellas también lo son con él, porque las
masculiniza.
¿Todo es una construcción mental
suya?
Eso
es una posibilidad de lectura.
Pero de todos modos el lenguaje
sexual de ellas es increíblemente sucio, pero puede ser muy real.
El
sexo cuanto más guarro es más sexo es. Es una paradoja que todo el mundo acepta
pero nadie quiere reconocer. Vivimos en la contradicción de haber generado una
gran estructura que es el erotismo y, por otra parte, reprimir muchos
instintos. No hay cosa más antinatural que la fidelidad, una invención
cultural, otra cosa es la realidad biológica.
La fidelidad genera represión.
Cuéntale
a ratas, vacas, perros y caballos sobre la fidelidad, a ver qué dicen. La
prueba del algodón es la pervivencia del horror del incesto, que sigue siendo
horrible y asqueroso, de las cosas más terribles que uno pueda pensar. ¿Por
qué?
Por sangre.
¿Pero
dónde está? Levi Strauss decía que la razón del incesto es que está mal visto a
nivel tribal que el padre se quedara con la hija y no la ofreciera a la
comunidad. Es un origen capitalista.
Pero es la convención de
convenciones porque es intocable.
El
sexo y el erotismo son problemas sin resolver. ¿Qué hemos resuelto? El
analfabetismo. El hambre, aunque ahora vuelva, también. En Europa no hay
guerras, pero el erotismo y el sexo siguen irresueltas. ¿Por qué el incesto
sigue siendo un tabú?
Fellini hablaba del inconsciente
católico, y en España su teoría se cumple a lo bestia.
Sí,
y la infidelidad genera culpa, que es una reacción bioquímica del cerebro, no
es real, porque no has matado a nadie. Sin embargo, como homínidos,
consideramos la monogamia como algo problemático.
Pero él es mucho de ese discurso de
follar con muchas y seguir queriendo a su pareja.
Sí,
lo tiene normalizado. Tiene una relación con una antigua amante y le dice que
no hace nada malo mientras no se lo cuenten a sus parejas. Luego cambia y le
dice a otra, Claudia Montes, que se lo diga a su marido antes de morir. Eso es
curioso, un tema moral muy fuerte: la cantidad de maridos y mujeres que han
muerto sin enterarse de la infidelidad de sus parejas.
Esa parte de la novela me resulta
muy graciosa, porque estando en el sanatorio, porque parece La montaña mágica,
pero no, es otra cosa.
Eso
es muy importante, porque la novela tiene mil claves de lectura, es un
caleidoscopio.
Totalmente, pero puedes poner la
lectura cristiana de la novela. Víctor Dilan por su voluntad de irse con todas
aspira a ser Jesucristo.
Sí,
porque busca la totalidad, ambiciona la vida entera, nunca se conforma. Hay un
momento en que dice que el único sentido de su vida es exhibirse delante de las
mujeres. No sabe si las mujeres lo desean, y si no es así no puede aceptarlo.
Aquí entra algo que no aparece
tanto en la novela porque se desarrolla en interiores: el galanteo perpetuo de
la calle.
El
mundo es erotismo, todo es erotismo. Las miradas en la calle, los tonteos en
las farmacias. Está en todas partes, y hemos generado una estructura de control
de estos impulsos para que exista la civilización, que es buena. Ha creado la
cultura y la penicilina. Una de las bases sobre las que se sustenta es la
represión sexual. En Víctor el atavismo de la noche de la especie, el homínido
fornicador e insaciable, está ahí.
Pero tal como lo describes su forma
de ver el sexo puede ser hasta normal sin la represión, y aún así creo que él
se reprime de un modo u otro.
Dígame,
dígame, en estos momentos no puedo atenderle. (Manuel recibe una llamada de una
compañía de telefonía móvil).
Cambiemos de tercio, vayamos a la
parte más literaria de la novela. Cuéntame la influencia de Cumbres borrascosas
en El luminoso regalo.
Víctor
es un apasionado de esa novela, y a mí también me apasiona. Es una novela
extraordinaria y terrorífica. El luminoso regalo es una novela sobre el terror.
Víctor y Heathcliff están unidos por esa idea del mal, la destrucción y la
obsesión. Heathcliff destroza su vida y de los que están a su alrededor por su
obsesión con Cathy, y a Víctor le ocurre exactamente lo mismo.
Y también te generaba fascinación
el hecho de que hable con los muertos.
Hay
un momento en que Heathcliff cree hablar con el fantasma de Cathy. Me parece
muy emocionante el momento en que dos personajes se han amado mucho, ha pasado
mucho el tiempo y se produce la posibilidad de una charla entre ambos, aunque
uno esté muerto. Ester deja caer su cabellera rubia sobre los huesos de Víctor.
El lector con eso recibe un puyazo brutal, porque Ester pasa de ninfómana a
enamorada.
El hombre moderno de repente se
vuelve antiguo.
Podemos
ser muchas cosas. Me interesaba ese quiebro.
Pasas de lo romántico a la
inevitable referencia de no poder pensar en la literatura sin el cine y la
música.
El
cine y la música son elementos vivos de nuestra cultura, por eso son Pop. Podía
haber escrito la novela sin esos elementos, aún así toda la novela gira
alrededor del monolito de Kubrick de 2001, y a lo largo del texto hay
constantes menciones y homenajes a dos películas de Lars von Trier: Anticristo
y Melancolía.
Y reina el caos como en el
dérèglement de tous les sens de Rimbaud.
El
desorden de los sentidos que podemos relacionar con el erotismo y la
promiscuidad.
Y es el caos del mundo
contemporáneo.
Así
es.
¿Y aquí cómo metemos a Bob Dylan?
Es
una ironía cultural y un homenaje icónico a su figura. También está la fuerza
del Pop a la hora de liberalizar el sexo, que comienza en los sesenta por la
música.
Luego escuchan el Let it Be en un
momento que quiere ser entrañable, pero no lo es.
En
todas mis novelas hay una banda sonora Pop muy importante.
¿Y esa coincidencia de Vilas y
Vila-Matas con Dylan?
Me
pareció que se me llevaban a Dylan, dicho de una manera completamente
divertida. En la literatura española hay cincuenta mil dylanianos, de Fresán a
Prado. Al ver el nombre de Dylan en una novela…
¿Dylan con i latina?
Mi
Dilan es un pseudónimo de un nombre real. Quitarle la y griega, castellanizarlo
es de una ironía total. El personaje dice que su apellido literario dio pie a
cincuenta mil erratas.
No sueles ocultar tus homenajes,
eres explícito.
Me
gusta homenajear y hacer juegos culturales, muchos juegos culturales dentro de
mis novelas. La idea de verbalizar el monolito de Kubrick, por ejemplo. Todo el
mundo que ve la película lo ve como un símbolo, el misterio de la evolución.
Dentro del monolito deberían aparecer los diez mandamientos. ¿Por qué debería
ser así? Kubrick deja un vacío verbal dentro y yo pongo el evangelio de Dilan
con frases de San Agustín, números absurdos, palabras de Cumbres borrascosas y
versos de Rimbaud.
Y desaparecerán como lágrimas en la
lluvia, que también sale.
Pobre
Blade Runner, sobreexplotado por los escritores españoles.
Fotos de Willy Uribe
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