Entrevista a Jorge Carrión
Por Jordi Corominas
Es jueves por la tarde. He quedado con Jorge Carrión para hablar de Librerías, obra por la que fue proclamado finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2013. Antes de vernos paseo un poco por la ciudad. Como pueden imaginar el lugar de nuestra cita coincide con el título del libro. La elegida es Laie, tanto por su centralidad, está cerca de todo, como por la ausencia de ruido de su cafetería, perfecta para hablar sin que otras voces perjudiquen la calidad de lo registrado.
Llego justo cuando José Antonio Muñoz recoge su equipo tras entrevistar a Jorge. Como el director de Revista de Letras lleva cámara aprovechamos para sacarnos las fotos que ilustran este diálogo que, finalmente, empieza tras unos largos prolegómenos muy normales después del verano y su maleta de temas pendientes y su sinfín de qué tal te ha ido. Enciendo la grabadora.
Jordi Corominas i Julián: Librerías es un ensayo que toma muchos caminos. Puedes leerlo como una biografía oculta y también como un libro de viajes. ¿Cuál era tu intención inicial?
Jorge Carrión: La que tú comentas. Escribir un ensayo que no fuera académico. No soy historiador de la cultura ni de la historia del libro. Respeto mucho a los expertos en estas materias y los utilizo y los cito para nutrir mi ensayo, pero justamente dándole una pátina más personal y trabajando en ese terreno que tanto me interesa, tan sebaldiano, entre la crítica cultural, la crónica de viajes y la autobiografía creo que lograba algo que resultaba más interesante para el lector y también para mi propia experiencia.
En ningún momento quisiste armar un manual de historia de las librerías.
Soy incapaz, no estoy formado para ello y en cambio por mi condición de escritor de viajes y de crítico cultural con muchos intereses, incapaz de fijarme en una parcela de estudios y pasarme diez años en archivos y biblioteca estudiando ese microcosmos, creo que era más honesto enfocar el libro tal como lo he hecho.
Los datos científicos surgen a partir de la visita física a las librerías que aparecen en el libro.
Hay una gran complementariedad entre transitar por el espacio y documentarme para poder pensarlo mejor. Para mi es fundamental en todo lo que hago esa relación entre la experiencia vital y la intelectual. Por ejemplo escribíTeleshakespeare para explicarme porque pasaba tantas horas viendo series.
En primer lugar quieres entenderte a ti mismo, y luego, mientras avanzas en la elaboración del texto y sus matices, ya consigues el otro punto: la transmisión de tus ideas al lector.
Para que al otro le interese lo que me interesó con anterioridad. Nunca escribo de temas que no me apasionen, debo implicarme totalmente en ellos.
El proceso de Librerías empieza antes de que pensaras en su existencia.
Claro, fue algo muy irreflexivo e intuitivo de sentirme bien en librerías desde muy joven. Adquirí el hábito, y lo hice sistemático, de viajar y visitar librerías, casi siempre las importantes del lugar donde me encontraba. Acabo de pensar que este libro no existiría sin Internet, y por muchas razones. Una de ellas es que antes de su aparición era muy difícil averiguar cuál era la librería importante de una ciudad.
Sí, y además también usas Internet para un elemento importante, dependiente de lo visto y vivido, que es comprobar si las librerías que visitaste siguen en pie o han desaparecido.
Y ver sus mutaciones, si siguen en su dirección de siempre y otros detalles. En muchas ocasiones me he encontrado que algunas ya no existen, lo que me impulsa a buscar pistas sobre su desaparición y averiguar cómo murió y porqué, algo casi imposible sin Internet.
Al haber visitado tantas librerías acabas creando en el libro un elenco de estructuras sociales de nuestro tiempo.
Intento analizar la librería, igual que hice antes con las series de televisión, como plataformas u observatorios privilegiados para entender la política de una sociedad y un momento histórico concreto, también el deseo en contextos determinados.
El deseo parte de un factor muy benjaminiano que es el escaparate como puerta de acceso al mismo deseo y al consumo.
El escaparate supone la apertura del espacio privado al espacio público y la invasión visual del mismo para tratar de tender anzuelos al consumidor y empujarlo a entrar en la tienda. En el caso de las librerías la revolución es cuando las mesas portátiles invaden la acera porque así la literatura se vuelve algo palpable dentro de la propia calle y parte de la circulación. Cuando caminamos devoramos páginas y páginas de información que tenemos a nuestro alrededor. La librería te invita a hacerlo en el interior.
Y el escaparate es la introducción a la estructura de la librería, porque al fin y al cabo su presentación parte del librero, es su decisión. Nuestra época ha revalorizado su figura, pero con anterioridad era anecdótico cuando en realidad es fundamental, da la impronta al negocio.
Los libreros intuyeron o pensaron el geomarketing antes que otro tipo de negocios, entre otras cosas porque las librerías son más antiguas que los supermercados. Habitualmente encuentras en la entrada de las librerías las revistas, muy cerca las publicaciones relativas a la ciudad del negocio y después progresivamente te alejas del ingreso hacia otros ámbitos literarios y al fondo das con los ensayos. Hay una geografía de la cultura intrínseca a la librería y una disposición que tiene que ver con un acceso. Depende de cómo pongan los libros llegarás a ellos con menor o mayor dificultad.
No es como en un supermercado, donde sitúan los productos esenciales al fondo para que piques mientras te acercas a tu objetivo. En la librería se produce un efecto contrario porque las novedades suelen estar al principio del recorrido.
Sí. Pero ya no hay límites. La contaminación es constante. Ahora en las librerías, al lado de la caja, están los libros pequeños, los lápices y las libretas igual que en el supermercado encuentras los caramelos y las chocolatinas. Esto demuestra un contagio en el modo de pensar la venta y el consumo.
Volvamos al librero.
Sí, es importante hacerlo. Es un prescriptor, una figura esencial en la historia de la circulación de la información cultural. Se ha pensando mucho en el librero como profesional, pero menos como intelectual. Es un microcrítico y es esencial lo que recomienda.
Y no deja de pensar en literatura porque se va a su casa, lee en la cama y de este modo cultiva su criterio que al día siguiente influirá en sus clientes.
La embajada de la librería es la mesita de noche del librero. Termina en la librería, cierra la caja, cena y sigue leyendo. Es un circuito inagotable. La librera de la librería El Virrey de Lima me comentaba que nunca terminaba los libros. Hay libreros sistemáticos y otros que prueban y tienen suficiente con una degustación.
Cualquier librero en su casa tienen una biblioteca y la librería es el almacén que permite formarla. La evolución de esta idea a lo largo de los siglos ha variado mucho. Desde tu punto de vista personal cómo juzgas este aspecto.
En el libro hablo poco de la biblioteca personal, pero efectivamente la librería es un centro de distribución donde con los años adquieres los libros que configuran una parte esencial de tu personalidad que es tu biblioteca. Es un lugar de frontera entre dos países: el país de la editorial y del almacén de libros invisible y la república de tu casa donde tu creas tu propio paisaje.
Ahí iba. Muchos lectores y escritores tienen una librería fetiche y van a ella sabiendo que es el sitio donde alimentaran su biblioteca y, por ende, su intelecto.
Al final del libro hablo de mi costumbre de dejar el código de barras o la pegatina de la librería dentro del libro para que este recuerde su ADN o su lugar de procedencia. En mi caso compro en muchas distribuidas por muchos lugares del mundo. Tengo una biblioteca más plural y heterodoxa, pero hay gente que en cambio va a su librería de confianza y ello conlleva que su biblioteca proceda casi en su integridad de un mismo lugar.
Y eso también determina cómo ordenas tu biblioteca.
En mi caso la ordena por géneros, áreas geográficas y temas, con una parte muy importante de teoría del viaje, otra de viajes y secciones dedicadas a la teoría literaria, una a Barcelona…
Al fondo está la sección de Barcelona de esta librería. Subes las escaleras y antes de entrar al bar es la última parte con libros de todo el recinto.
Es muy interesante esa sección porque invade el restaurante y conecta con la escalera la librería con la restauración, cancelando separaciones. La pared donde están los libros es una especie de comunión de espacios y una pequeña instalación de arte contemporáneo.
Y las librerías modernas necesitan este tipo de elementos para destacar y distinguirse de sus competidoras.
Sí, es importante encontrar iconos reconocibles que les proporcionen una identidad, algo que marque la diferencia.
Las librerías modernas destacan por un orden impoluto, en cambio las legendarias, con muchos marcadores, favorecen tener libros por el suelo, como si así mostraran su originalidad y prestigio a través de un desorden ordenado.
Un caos fotogénico.
Y eso atrae al visitante.
Claro, porque por un lado lo reconoce por las fotos antiguas y por el otro esa atmósfera es la que reconocemos como cultura noble y misteriosa, por eso hablo en el libro de Harry Potter y de La bella y la bestia, donde la librería es infinita y supuestamente desordenada.
Este paradigma romántico de desorden y polvo tiene su origen en París.
París y Londres son las capitales culturales del siglo XIX. En Inglaterra no surgieron las vanguardias y la capital francesa, pese a no ser el único lugar de los ismos del primer siglo XX, creó una tradición de centro artístico internacional que entronca con las librerías, sobre todo con La Maison des Amis des Livres de Adrienne Monnier y la Shakespeare and Company de Sylvia Beach.
En el libro aparece la otra vertiente de librerías parisinas, como La Hune, librerías más contemporáneas.
Son las verdaderas librerías para los consumidores locales, sin el marcador turístico. La segunda Shakespare and Company, la de George Whitman, no es una buena librería, es una librería famosa.
Más de fachada que contenido.
Tiene gran contenido en el sentido del número de volúmenes, sobre todo de segunda mano, mientras que La Hune y otras se centran en los libros nuevos. La Shakespeare and Company es turística y asimismo basa gran parte de sus ingresos en postales, calendarios y libros conmemorativos.
Este tipo de ventas siempre será más frecuente, presente y necesario.
Creo que sí, sería interesante que cualquier librería trate de ver qué capital simbólico puede atraer visitantes. Si hubiera una conciencia clara en España de, por ejemplo, cuales son las librerías donde compran sus libros Enrique Vila-Matas, Javier Marías o Rafael Chirbes habría gente que iría a esas librerías por seguir esa estela, pero no hay interés por reivindicar eso, ni siquiera casos pasados como los lugares donde García Márquez o Vargas Llosa compraban sus libros cuando vivían en Barcelona.
En cambio hay librerías como la Catalonia, recientemente desaparecida, que desaprovecharon sus contenidos extra más allá de los libros. Tenían un quiosco de prensa internacional perfecto por su posición céntrica, al lado del Corte Inglés y a dos pasos de plaça Catalunya, y lo quitaron. Es un ejemplo de mala gestión.
No reivindicaron su legado y estoy muy de acuerdo en lo que dices, pero aparte de eso es curioso ver cómo nos enteramos de la importancia de la Catalonia sólo cuando cerró, no tenía ninguna placa ni nada que nos recordara su trascendencia.
Eso es una cuestión barcelonesa, una ciudad donde escasean las placas, que ni siquiera tienen uniformidad a diferencia de lo que ocurre en otras capitales europeas.
En cambio en muchos restaurantes hay fotos de clientes ilustres y su placa de monumento nacional o de lugar de interés histórico. ¿Por qué no había algo así en la Catalonia?
Es de esperar que librerías más jóvenes como La Central o Laie enmienden este error e introduzcan en su imaginario elementos que recuerden su importancia histórica.
¿Por qué las fotos de aquí son de Joyce y Sylvia Beach? ¿Cómo es que brillan por su ausencia imágenes de autores que presentaron sus libros en librerías barcelonesas? ¿No sería mejor alimentar la importancia de la presencia de escritores locales o de ilustres visitantes como Borges?
Sólo hay algo parecido en el Café Salambó de la calle Torrijos.
Sí, pero es un café, no una librería. Fomentar ese recuerdo de la presencia física de escritores en lugares sólo podría redundar en beneficio de la librería, porque justamente las librerías tienen que alimentar que lo no puede darte una página web, como los cuerpos.
Sentir que puedes hacer tuyo un local y crear implicaciones más íntimas.
Efectivamente, que haya una comunidad de escritores implicados con la librería y que exista una comunidad de lectores que interaccionan con los escritores gracias a la intermediación de la librería.
¿En el resto del mundo es normal esta homologación fotográfica con imágenes de nombres típicos y tópicos?
Sí, desde los tiempos de Sylvia Beach, pero ella colgaba fotos de escritores vivos a los que admiraba. Lo que no sé es si los libreros actuales admiran y leen a los escritores locales vivos.
Y también influye el modelo de negocio. Todas las librerías, como es bien comprensible, quieren vender, y muchas lo hacen desde un modelo despersonalizado. En cambio si vas a una librería de barrio, por ejemplo Pequod, el trato será distinto y la idea de librero será otra.
Es la diferencia entre librero y dependiente y también la que existe entre el trabajador silencioso y el que usa conversación. Echo mucho de menos conversar en las librerías de Barcelona. Soy tímido, no hablo mucho con desconocidos, pero a veces por respetar la privacidad del cliente el librero español no se comunica, no interactúa con los que visitan su negocio.
De todos modos en el libro preguntas allá donde vas.
Sí, pero he preguntado mucho menos de lo que debería. Debía haber mencionado en el libro que muchas veces me he ido de librerías sin hablar con nadie por timidez o incomodidad. El proyecto ha durado quince años y en ocasiones se me hacía extraño explicarles el motivo de mi interés por hablar con ellos. También me sabe mal no haber sacado más fotos en librerías por vergüenza.
Estos quince años de investigación entroncan con los cambios tecnológicos de nuestra era que también influyen en el desarrollo de las librerías.
Por supuesto. Cuando empecé a viajar no llevaba cámara digital. El mundo ha mutado y la llegada de Internet ha cambiado radicalmente lo que entendíamos por librerías. Si comparas las páginas web de las librerías norteamericanas con las españolas verás que se potencia mucho más la presencia física del escritor, en las nuestras las agendas casi son ocultas. Insisto en que debería potenciarse mucho más la dimensión que tiene que un escritor acuda a las librerías para firmar libros o charlar con los lectores.
Es un espacio social.
Lo es, de otro modo retrocede.
Hasta me hizo pensar toda la anécdota de que en las librerías antiguas los libros no estaban encuadernados. ¿Crees que volverá a darse en un futuro?
No creo que sea posible en términos de librería, sí en términos de impresión en casa, donde se podrá decidir la portada, la encuadernación y hasta la tipografía o el tamaño.
Sabemos que el papel sobrevivirá. Mi pregunta iba más en el hecho que quizá el cliente del futuro querrá o podrá elegir el diseño del libro que desee a la carta.
Una fusión de librería y copistería. Además la máquina de impresión tiene todo el sentido, ahora que se está perfeccionado, porque si vas a una librería y preguntas por el libro te lo quieres llevar. De otro modo entras en Amazon, lo consigues y te lo envían sin más.
¿Crees que la galaxia de las redes sociales sirve como acicate al consumo y motivación para visitar las librerías?
Estoy convencido. Librerías como Pequod, Tipos Infames, Dòria Llibres o Librería de la Plata de Sabadell han entendido que es necesario crear una comunidad virtual que se retroalimente con la comunidad física.
Y así aseguran la fidelización de los clientes.
Claro, crear una comunidad y sentir que eres parte de un proyecto. El caso de Paco Camarasa con Negra y Criminal es interesantísimo. Sus socios se han implicado hasta tal punto en ese proyecto que no les importa pagar una cuota a cambio de unos servicios y sentir que son un patronato que apoya la librería.
Y Paco Camarasa es un ejemplo de librero de resistencia.
Es un tipo de librero que se ubica en la tradición que defiendo en el libro. Uno que sea gestor de quince librerías no entrara en la tradición artesanal, la tradición de identificación con el negocio, la tradición de interlocución y prescripción directa con el cliente, la tradición de los libreros que saben perfectamente los gustos de su comunidad es la que alimenta gente como Paco Camarasa.
Es la contraposición entre dos tiempos: la lentitud, el mimo y el tacto de antaño versus la velocidad, la fachada y comprar rápido, el duelo entre la tradición que defiendes y las prácticas de las grandes superficies.
En el libro también menciono, relacionado con esto, que nunca sabes donde hay un gran librero. Es posible que en Fnac o en el Corte Inglés encuentres grandes jóvenes libreros, y en cambio en otros sitios más previsibles puedes desilusionarte porque el librero no está a la altura del lugar. Ser librero es algo que se lleva dentro.
El otro día un cliente elogió en Twitter a un librero de Fnac y el perfil de la tienda lo retuiteó.
En el mundo anterior a la crisis el librero era algo distinto a lo que es ahora y ojala estas personas que trabajan en grandes superficies puedan consolidar su vocación en lugares más artesanales e independientes. Es como el viajero y el turista. No puedes meterte en el cerebro de una persona y saber si es viajero o turista, es algo que va por dentro.
Son pequeños matices.
Pero no pueden juzgarse desde fuera.
Lo curioso de nuestra época es que el librero le está ganando la partida al crítico.
El librero siempre le ha ganado la partida, pero hasta ahora su opinión no era visible. Los libros que han influido, se han vendido y han sido leídos siempre han sido los recomendados por libreros, de otro modo no alcanza un gran número de lectores.
¿Y no se une una revalorización del librero con un desprestigio de la crítica?
El librero como prescriptor es algo tan antiguo como su oficio. Con las redes sociales y el microblogging el lector y el librero se han hecho visibles como microcríticos, y eso ha hecho que de pronto nos hemos dado cuenta que el discurso crítico institucionalizado en el fondo no tiene mucho más valor que el del lector o el del librero, son distintos.
Y el librero tiene el valor añadido de la propiedad relativa, es el que está con los libros. El librero que durante el franquismo escondía los libros bajo la mesa tenía más posibilidades de terminar entre rejas.
El librero es un agente político porque en contextos de dictadura o de ausencia de libertad de expresión es una persona muy expuesta a los mecanismos de control o de censura.
¿Hacía donde crees que irán las librerías en el siglo XXI?
Por un lado tenemos la librería como espectáculo. Otra tendencia es la librería como espacio de restauración, con tienda de vinos, restaurante, con más espacio para mesas que para libros. Por último está la tendencia de la librería muy pequeña con una comunidad muy fiel y pocos empleados que son los dueños. Las librerías virtuales están por definirse. Tengo mucha fe en que van a surgir nuevas formas de librería. En Gracia en el mercado hay una librería que es una parada, y en otras ciudades de España este experimento va consolidándose. No hay límites, el único recurso es que la gente invente y genere nuevas formas de librería y de negocio.
Fotografías del entrevistado de José Antonio Muñoz
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